El sol brillaba con la misma intensidad que el día en que Étienne murió.
La coincidencia no era casual. Lo sentía en los huesos, en la sangre prestada que aún corría en mí. En esa parte que aún lloraba cenizas cuando cerraba los ojos. Pero esta vez, la historia no podía repetirse.
Me miré en el espejo de la entrada.
La mujer que vi allí no parecía rota. Ni vieja. Ni muerta.
Pero por dentro… estaba hecha de memorias que ardían.
Había amado una vez.
Lo había amado todo.
Y lo había perdido.
No otra vez.
Mathis no era Étienne. Pero también era luz. También era bondad. Y ya se me escapaba como agua entre los dedos.
Yo sabía que no podía tenerlo… sin mostrarle primero quién era.
Y si eso lo alejaba… que fuera por la verdad.
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La clínica estaba tan viva como siempre. Pacientes en fila, olor a desinfectante, voces apuradas de enfermeros y familiares. Caminé con paso firme, pero cada latido ausente me pesaba.
Nadie me detuvo. Todos sabían quién era.
Lo encontré en la sala pediátrica, con un expediente en la mano, la bata mal abotonada y esa expresión de ternura que siempre llevaba cuando estaba frente a un niño. Tayka dormía a su lado. Su madre tejía en silencio en un rincón.
Él me vio.
Y se quedó inmóvil.
Yo me acerqué. No con disculpas. No con miedo. Con decisión.
—Tenemos que hablar —le dije.
Mathis me estudió. Su mirada aún tenía heridas, pero también algo más: curiosidad. Deseo no extinguido. Y un leve atisbo de esperanza.
—No estoy trabajando ahora —respondió—. Ven.
Caminamos por un pasillo hasta una sala de descanso. Cerró la puerta. No dijo nada. Solo esperó.
Yo lo miré. Respiré hondo. Aunque no necesitaba aire.
—Mathis… te mentí.
—Ya lo sé.
—No soy lo que crees. No desde hace mucho tiempo. Y aunque te he amado con todo lo que me queda de alma… te alejé porque… soy peligrosa.
Él dio un paso hacia mí, pero yo levanté la mano.
—Déjame terminar.
Le conté. No todo. No aún. Pero lo esencial.
Que no era humana. Que había vivido más vidas que las que podía contar. Que había amado una vez, hacía siglos, y que había perdido a ese hombre en brazos del sol. Que desde entonces había caminado el mundo… sola.
Y que ahora… tenía miedo de volver a amar.
Pero también más miedo de perderlo sin intentarlo.
Cuando terminé, él no dijo nada.
Me atreví a mirarlo.
Tenía los ojos brillantes.
No de horror. De dolor.
- No eres humana? A mi me pareces bastante humana - me dijo con una sonrisa
-Mathis por favor esto es serio, debes creerme -y fue casi una suplica
—¿Y por qué ahora? —preguntó.
—Porque no quiero que me pase lo mismo otra vez.
Porque esta vez… quiero quedarme.
Él no habló enseguida.
Pero cuando se acercó, y me tocó la mano, su calor fue un consuelo que no merecía.
—Necesito tiempo —dijo.
—Tómalo todo.
—Y necesito entenderlo. Saberlo todo. No a medias. No con silencios.
—Entonces te lo contaré todo. Todo.
Él asintió. Y me abrazó.
No con pasión.
Con una promesa.
Y yo supe… que el sol ya no era lo que más temía.
Era perderlo a él.