La casa estaba en penumbra. Solo las luces suaves de la sala encendidas. Mathis se sentó en el sofá con los brazos cruzados. Yo frente a él, sin saber por dónde empezar.
Hasta que lo dije.
—Soy un vampiro.
Silencio.
Y luego, una risa seca.
—¿Perdón?
—Escuchaste bien.
Mathis se levantó de golpe.
—¿Es esto una broma? ¿Una especie de metáfora poética? Porque honestamente, no es divertido.
—No es una metáfora —dije, sin parpadear.
Él caminó de un lado a otro, como si necesitara quemar incredulidad en el suelo.
—Los vampiros no existen, Nara. Tú comes, duermes, bebes té. ¡Sales al sol! ¿Cómo…?
—No sé por qué el sol no me quema. Lo descubrí hace siglos. Pero no siempre fue así.
—¿Siglos?
—Sí.
Él me miró. La incredulidad en sus ojos era casi violenta.
—¿Qué esperas que haga con esto?
—Que me escuches —respondí, con voz firme—. Solo esta noche. Escúchame… y luego decide.
- Pensé que me ibas a decir la verdad y me sales con esto? - soltó de pronto moviéndose a un lado a otro de la habitación.
- Esta es la verdad Mathis, ojalá y fuera todo un sueño o producto de mi imaginación, pero no lo es, esto es real, es lo que soy, es lo que he sido por un buen tiempo. - confesé mirandolo directamentea los ojos
- Esta bien, pruébalo.
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Le mostré el primer álbum.
Fotografías sepia, papel desgastado. Eli con uniforme escolar, con trenzas y sonrisa tímida. Luego Eli en su boda, radiante. Eli con un vientre redondo, rodeada de familiares. Eli, ya mayor, con su primer nieto en brazos. Y yo… siempre la misma.
—Es maquillaje —dijo él, aunque su voz ya temblaba.
—No lo es.
Pasé a las fotos en blanco y negro. París en los años 30. Nueva York en los 50. Cuba en los 60. Siempre con fechas. Siempre con algo irrefutable en el fondo. Y yo. Sin cambiar. Jamás.
—No es posible.
—¿Quieres más?
Me levanté. Me detuve en el centro de la sala.
—Mira bien.
Y en un segundo, desaparecí.
Me moví a su espalda, regresé frente a él, volví al otro extremo del salón en un suspiro.
Mathis se quedó congelado, los ojos abiertos, los labios entreabiertos sin emitir sonido.
—¿Cuántos años tienes… realmente?
—Nací humana en 1577. Me convirtieron en 1595. Llevo viva más de cuatro siglos.
Se dejó caer en el sofá, como si el cuerpo no pudiera sostenerlo.
—¿Y como pasó.... esto?- me preguntó señalandome con las dos manos
—Un vampiro francés llamado Étienne. Lo amé. Lo perdí. Fue ejecutado… por los mismos que después quisieron convertirme en su símbolo.
—¿Y Eli…?
—La recogí cuando era niña. Quiso ser como yo. No lo permití. Eligió su vida. Yo solo la acompañé.
—¿Y… la sangre? Porque bebes sangre verdad? - dijo con una mueca en la cara.
Me levanté. Crucé la cocina. Detrás de un mueble, presioné un panel secreto.
Se abrió una pequeña nevera especial. Bolsas de sangre, selladas, numeradas. Donantes anónimos. Banco privado.
—No mato hace mucho. Me abastezco de manera legal. Me controlo.
Él se acercó. Miró las bolsas. No dijo nada.
Hasta que me miró a mí.
Y fue entonces que lo vi.
Miedo.
O tal vez solo era el reflejo del mío.
Pero fue suficiente.
—Mathis… —susurré.
Él dio un paso atrás.
- Nunca me imaginé esto, Nara. Sabía que tenías algo oculto del pasado que te impedía vivir el presente, pensé que habías sido adoptada, que habías entrado en el servicio de acogida y que habías sufrido algún trauma. - lo dejé que terminará- cuando me hablabas de tus muchas vidas pensé que se trataba de varias familias de acogida, pero un vampiro?...- su voz bajó varios tonos, como si tuviera miedo de pronunciar la palabra en voz alta.
- Mathis... yo.... - dije dando un paso hacia él
—Necesito… tiempo. Espacio.
—¿Me temes?
—No lo sé.
—No he cambiado. Soy la misma que te cuidó. Que durmió contigo. Que te amó… sin tocarte.
—Eso es lo que más me duele.
Se dio media vuelta. Caminó hacia la puerta.
—Mathis… por favor.
Él se detuvo. No giró.
—No sé si puedo… volver a mirarte igual. No sé si esto… nosotros, era real. O una ilusión tuya. O mía.
—Era real —dije. Apenas audible—. Lo sigue siendo.
Pero ya se había ido.
La puerta se cerró.
Y con ella…
el último pedazo de esperanza que me quedaba.