Besos de Sangre

Capítulo 52: Lo que aún no controlo

Después de la clínica, volvimos a casa.

Mathis parecía tranquilo. Yo no tanto. Algo en el aire me hacía sentir distinta. ¿Liviana? ¿Libre? Sí. Por primera vez en siglos, no tenía que fingir nada frente a alguien. No ocultar mi edad, mi sed, mi historia. Estaba con él… como soy.

Preparé la cena para él. Algo sencillo. Pasta, pan, vino.
Y para mí…
una bolsa de sangre tipo O, de mi reserva personal. La vertí en una copa de cristal oscuro, como si fuera vino antiguo.

—¿No te incomoda? —le pregunté, levantando apenas la vista.

Él sonrió, sentado frente a mí.

—Para nada. Es parte de ti. Sería como pedirte que no respiraras.

Solté una risa suave.

—No sabes cuánto significa eso para mí.

Brindamos. Él con vino tinto, yo con sangre.

El silencio entre nosotros ya no era incómodo. Era de esos silencios que solo tienen los que se entienden con una mirada.

Después de cenar, lavó los platos —a pesar de mis protestas— y yo lo observaba. De espaldas, con esa postura relajada, esa humanidad que me rompía y me curaba al mismo tiempo.

Y de pronto…

quise más.

No su sangre.
A él.

Me acerqué sin pensarlo demasiado. Lo tomé por la cintura. Él se volvió, sorprendido, pero con una sonrisa que me invitaba.

Nos besamos. Profundo. Lento al principio… luego más intenso.
Sus manos acariciaban mi espalda. Las mías exploraban su cuello, su pecho.
Sus labios me buscaban sin miedo.
Y yo… lo deseaba con un hambre distinta. No de sangre. De cuerpo. De él.

Pero justo cuando su pulso se aceleró y lo sentí más cerca que nunca…

me aparté.

A velocidad vampírica.

Choqué con la pared del comedor. Cerré los ojos. Me acurruqué contra el muro como una criatura herida.

La sangre…
la sed…
ardía en mi garganta como fuego líquido.

—Lo siento —susurré, sin atreverme a abrir los ojos—. Perdón, perdón… es demasiado. Aún no puedo.

Escuché sus pasos suaves. Lentamente se arrodilló frente a mí. Sentí su mano en mi mejilla. Su calor. Su ternura.

—Nara… —dijo con esa voz que me hacía temblar—. No te preocupes. Ya tendremos tiempo.

—Pero yo… —tragué aire—. No quiero hacerte daño. Y no sé cuánto más pueda…

—No tienes que demostrarme nada. No quiero que te esfuerces por mí. Yo estoy aquí… por ti. No por tu control, ni tu cuerpo. Por ti.

Abrí los ojos. Sus manos aún estaban sobre mí. Yo aún temblaba.
Pero no por miedo.
Por amor.

Nos quedamos allí, en el suelo. Él sentado, yo recostada en su pecho.
Hablamos. Como dos personas normales que se acababan de enamorar.

—¿Cuál fue el primer país que visitaste? —me preguntó.

—El primer lugar extraño que visité y que cambió mi vida para siempre fue España... - quise contarle más, pero no puede- Luego Portugal. Lisboa. Al rededor del año 1600. Apestaba a pescado. Pero tenía una música triste que me encantaba. Fado.

—¿Y el idioma más difícil que aprendiste?

—Mandarín. Pero me enamoré de la poesía china.

—¿Y el que más disfrutaste?

—El francés. Me enseñaron a besar antes que a conjugar verbos.

Él rió.

—¿Y alguna vez pensaste que volverías a sentir algo así?

Lo miré.

—Nunca. Pensé que mi corazón se había ido con Étienne … y ahora entiendo que lo que él me enseñó… era cómo amarte a ti cuando llegara el momento.

Mathis cerró los ojos. Sus brazos me rodearon más fuerte.

—Entonces quédate, Nara. No huyas esta vez. Ni siquiera de ti.

—No voy a ninguna parte —le respondí—. Lo juro por todo lo que he vivido.

Y nos quedamos así, sin sexo, sin necesidad de sangre.
Solo dos cuerpos que, contra todas las reglas, se estaban salvando el uno al otro.



#2471 en Fantasía
#1121 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.