Besos de Sangre

Capítulo 54: No me hace falta su aprobación

Era una tarde de domingo, tranquila y lluviosa , estábamos los dos acurrucados en la cama cuando sonó el teléfono de Mathis.

- Debe ser del hospital- se levantó preocupado, pero al ver el número se le iluminaron los ojos.

- Julien? Y ese milagro que llamas? - dijo con emoción en la voz- Claro que si! Me darían tremenda alegría!..... Mmmm - continuaba diciendo pegado al teléfono.

Yo lo miraba paseándose por la habitación y sin querer o tal vez lo quería, agudice mi oído para escuchar.
Estaban hablando en perfecto francés y con confianza.

- Entonces nos vemos mañana, te extrañamos- dijo una voz masculina al otro lado, y colgó.

- Quien era?
- Unos amigos de Francia, están aquí, en México y quieren pasar a visitarnos.
- Claro, sería un placer conocer a tus amigos.

Los amigos de Mathis llegaron desde Francia con sonrisas brillantes, regalos típicos y esa arrogancia sutil que suelen traer los que creen conocer más de lo que realmente entienden.

—¡Mon ami! —gritó Julien al verlo, abrazándolo como si no lo hubiera visto en años.

—Te ves más delgado —añadió Émile, con una sonrisa burlona—. ¿Qué tal te trata México?

—Bien, gracias. Mejor desde que conocí a Nara.

Ahí fue cuando sus ojos se posaron en mí.

Julien me estudió con descaro. Émile me sonrió con esa amabilidad falsa que uno detecta de inmediato después de cuatro siglos viendo máscaras humanas.

—Encantado —dijo—. Así que tú eres la famosa Nara.

—La misma —respondí, sin bajar la mirada.

---

Fuimos a cenar a un restaurante que Mathis había escogido con entusiasmo. Yo no lo conocía, pero entendí que era importante para él. Y yo, por amor, por respeto… decidí acompañarlo sin reservas.

El menú era extenso, tentador para cualquier paladar humano.

Yo sabía que no debía ordenar nada. Pero cuando Julien señaló el plato típico y propuso probarlo todos, Mathis giró hacia mí, preocupado.

—¿Quieres que pida otra cosa para ti?

—No —le respondí suave, acariciando su mano bajo la mesa—. Está bien. Quiero probarlo.

Sus ojos me buscaron por un momento más, pero no insistió.

Me trajeron el plato. Colorido, caliente, lleno de especias que mi cuerpo no recordaba bien cómo procesar.

Comí. Pequeños bocados. Lentamente. Fingiendo saborear algo que solo me revolvía el estómago.

—Entonces —comenzó Julien, con una copa de vino en mano—, ¿cuánto tiempo llevan juntos?

—Poco —respondió Mathis, orgulloso—. Pero lo suficiente para saber que es real.

—¿Real? —Émile soltó una carcajada seca—. Tú siempre tan romántico. ¿Ya viven juntos?

Mathis asintió.

—Mierda —murmuró Julien—. Eso sí que es apresurado. ¿No crees, Nara?

Lo miré. Sonreí con elegancia.

—He aprendido que el tiempo es relativo. Y que las cosas más verdaderas no siempre toman siglos en crecer.

Émile se inclinó hacia Mathis.

—¿Y no te parece raro? Ella es… no sé, ¿tan… perfecta? ¿No será demasiado para ti?

Noté cómo Mathis apretó los puños. Su mandíbula se tensó. Yo, en cambio, seguí con mi copa en la mano. No valía la pena.

Hasta que algo en mi interior… cambió.

Un ardor. Un malestar creciente. La náusea.

El bocado que acababa de tragar me devolvió el sabor metálico. Mi garganta se cerró. Sentí frío.

—Disculpen… —me levanté—. Necesito un momento.

Fui al baño con paso firme, pero apenas cerré la puerta… me desplomé sobre el lavabo.

Vomité. No sangre. Solo restos humanos. Y con cada arcada sentía cómo mi cuerpo gritaba: esto no es tu alimento. Esto no es lo que eres.

La puerta se abrió de golpe. Mathis.

—¡Nara!

Me giré apenas, avergonzada.

—Estoy bien… no te preocupes…

—¡¿Cómo no voy a preocuparme?! —gritó en susurros—. ¡Esto es por esa maldita comida!

—No —tosí—. Bueno si. Me ha pasado antes. Mi cuerpo… simplemente no lo tolera.

—¿Y por qué lo hiciste?

Lo miré. Y la respuesta me dolió en los labios.

—Quería agradarles. No quería que pensaran que era rara. Que tú y yo éramos…

—¡A la mierda con lo que piensen ellos, Nara! —dijo, más suave ahora—. Tú no necesitas probarle nada a nadie. Y yo no quiero verte sufrir por culpa de esos idiotas.

Se arrodilló frente a mí, sin importar la incomodidad del piso, y tomó mi rostro entre sus manos.

—Vámonos. Ahora. No les debo una cena más.

Asentí. No dije nada más.

Y esa noche, mientras conducíamos de regreso a casa en silencio, sentí algo más fuerte que el ardor en mi garganta:

el alivio de que, por fin, no tenía que fingir ni siquiera en la mesa de los demás.

Y que Mathis…
me elegía también en mis debilidades.

Ya en casa, me sentía mejor. El calor humano del restaurante se había ido, y en su lugar solo quedaba el frío normal de mi cuerpo, la calma del mármol bajo mis pies… y el sabor aún amargo de la comida humana que mi organismo rechazaba.

Mathis no se separaba de mí.

—¿Estás segura que no necesitas nada? —preguntó mientras me colocaba una manta sobre los hombros—. Necesitas beber... sangre?- me dijo bajando la voz- ¿Quieres que llame a alguien? ¿A Eli?

—Estoy bien, de verdad —dije con la voz más suave que pude—. Solo tiene que salir todo de mi sistema.

Me miró fijamente, con el ceño fruncido.

—Pero… ¿los vampiros se pueden enfermar?

Sonreí con ternura. Aún con el estómago revuelto, me enternecía su inocencia.

—No, al menos no como los humanos. Pero eso no significa que podamos digerir cualquier cosa. Si forzamos al cuerpo a aceptar alimentos que ya no reconoce como suyos… lo expulsa. Eso es todo.

Justo entonces, un nuevo espasmo me llevó de nuevo al baño.

No fue tan violento como el anterior, pero suficiente para que Mathis entrara detrás de mí con una mirada entre angustiada y furiosa.

Cuando terminé, me enjuagué la boca y me apoyé contra la pared.
Lo miré, y ahí estaba de nuevo: ese enojo silencioso que ardía más que cualquier grito.



#1324 en Fantasía
#769 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.