La mañana siguiente fue perfecta.
Nos despertamos entre sábanas tibias, con la piel aún marcada por la noche anterior. Mathis me miraba como si yo fuera todo lo que el mundo le debía, y yo… no recordaba haberme sentido tan plena desde que era humana.
- Te hice daño? - Le pregunté preocupada.
- No - me dijo levantando la muñeca y mostrando la pequeña marca en su piel.
- Lo siento
- No tienes porque disculparte, yo te lo pedí, yo quería - me susurró- y ahora me voy a convertir en vampiro?
Reí con fuerza, el me miró sorprendido.
- No Mathis, para convertirse en vampiro hay que beber sangre de uno- le expliqué
Nos reímos los dos juntos, me pareció un momento tan extraño y a la vez tan íntimo, tan de nosotros.
Nos preparamos como siempre: él con su pan tostado, yo con mi café oscuro; él con sus carpetas, yo con mis llamadas. La rutina de siempre… pero algo había cambiado.
Había amor. Del real. Del que no se va.
Y también… una sombra al fondo.
Luan.
Sabía que no se quedaría tranquilo. Su amenaza flotaba como humo invisible, y por primera vez en mucho tiempo, sentí miedo. No por mí.
Por él.
Llamé a Diego, mi jefe de seguridad personal. Un exmilitar, leal, silencioso.
—Necesito un equipo que vigile a Mathis las 24 horas. De forma discreta, pero efectiva. Y si ven algo extraño… me llaman de inmediato.
—Entendido, directora.
Sabía que Mathis lo notaría. Y así fue.
Pero fingió no saber.
Esa noche, cuando regresó a casa, lo miré a los ojos y no quise mentirle.
—He puesto guardias para protegerte —le dije—. Si detectan cualquier amenaza, me contactarán sin dudarlo. Y quiero que me prometas que los dejarás hacer su trabajo.
Me miró con ternura. Con esa aceptación silenciosa que ya me era familiar.
—No tienes que justificarte. Sé que Luan es peligroso. Y yo… confío en ti.
Le sonreí. Pero por dentro… algo me apretaba el pecho.
---
No pasó mucho.
Una semana después, lo sentí.
Un ruido. Una sacudida en el viento. Un llamado a través del alma.
El teléfono sonó.
—Directora… ha habido un accidente.
No escuché más.
Corrí.
Corrí como si los siglos se me escaparan entre los pies. Como si el mundo fuera una línea recta y yo pudiera doblarla para llegar antes.
Tardé diez segundos. Diez.
Y allí estaba.
El auto destruido.
El olor a sangre. Su sangre
Los guardias intentando hacer algo inútil.
Y Mathis…
En el suelo. Roto. Inmóvil. Muriéndose.
Corrí hasta él. Lo tomé en mis brazos. Su pecho subía y bajaba débilmente. Su piel se tornaba gris. Su pulso… casi imperceptible.
Mis manos temblaron. Mi voz no salió.
"No. No tan pronto. No tú. No ahora."
No lo pensé.
Rasgué mi muñeca con un movimiento rápido.
Le acerqué la herida a los labios.
—Bebe. —susurré—. Por favor, bebe. No me dejes. No tan pronto.
Sus ojos apenas se abrieron. Una gota. Dos. Su lengua rozó la sangre.
Y entonces… bebió.
Solo un poco.
Y se desmayó.
Yo lo sostuve. Mi sangre goteaba sobre su cuello. Mi cuerpo temblaba de miedo, de amor, de culpa.
Lo tomé en brazos.
Lo llevé a casa.
Y sentí mi alma partirse en mil pedazos.
Porque no sabía en qué se convertiría.
Pero peor aún…
Porque no podía imaginar la vida sin él.