Besos de Sangre

Capítulo 60: Como iguales

Faltaban horas para que el sol se pusiera.

Y él estaba inquieto.

Se movía de un lado a otro, con el cuerpo temblando, los dientes apretados, las pupilas oscuras.

—Quema —murmuró—. Dentro de mí… quema.

—Lo sé —le respondí—. La sed es lo primero que grita.

—No puedo… —cerró los ojos con fuerza—. Quiero correr, saltar, romper… beber.

Me acerqué. Lo tomé del rostro con ambas manos. Mi frente contra la suya.

- Voy a buscar sangre de la nevera, espérame aquí.

Salí con la velocidad característica de nuestra especie, agarre 5 bolsas de sangre de la nevera y volví a la habitación en 3 segundos.

- Bebe- y le entregué una bolsa de sangre.

Mathis la rompió con desespero y la bebió enseguida

- Más!!! - rugió

Le fui dando las bolsas una a una y Mathis las fue bebiendo con rapidez, cuando se terminó la última me pidió más, pero ya no había más, esas eran las últimas que me quedaban.

—Escucha mi amor no saldremos hasta que el sol se oculte. Pero aguanta. Estoy contigo.
Concéntrate en mi voz. En mi olor. En el sonido de mi respiración.

Él me miró, con las pupilas dilatadas. Sudaba sangre.

Y aun así, me escuchó.

Se sentó. Cerró los ojos. Se dejó guiar.
Y cuando el último rayo de luz desapareció por el horizonte…

—Ahora —susurré—. Vamos.

---

Salimos.

Corrimos.

Y por primera vez… corrimos como iguales.

Mathis era rápido. Sorprendentemente rápido.
No con la precisión de un vampiro antiguo, sino con la fuerza explosiva de quien acaba de nacer al mundo verdadero.

Yo lo miraba mientras cruzábamos los campos.
Su cuerpo brillaba bajo la luna, su aliento firme, su risa salvaje.
Sus ojos —aún llenos de asombro— eran como faroles en la oscuridad.

Y yo lo amé tanto en ese momento que el mundo se me hizo pequeño.

Corrimos hasta llegar al bosque.

La noche era nuestra.
Y aunque para los humanos era oscuridad total…
para nosotros, era claridad absoluta.

Todo brillaba.
Los árboles tenían texturas vivas.
Los animales se movían como latidos.
Y el aire olía a tierra, a sangre, a vida.

—Escucha —le dije—. Siente. No persigas. Espera.

Él asintió, agachado como un depredador en su primer aliento.

Un ciervo.

A lo lejos.

Mathis no necesitó palabras.

Saltó.
Corrió.
Y cazó.

La sangre brotó. Y él bebió.
Con avidez.
Con necesidad.
Con hambre de siglos en un cuerpo nuevo.

Lo observé desde la distancia.
Sin miedo.
Sin juicio.

Solo orgullo.

Y cuando terminó, levantó la mirada hacia mí.

Ya no era el mismo.

Pero aún era mío.

---

Regresamos a casa en silencio.

Cargados de instinto.
Y de algo más peligroso que la sed: el deseo.

Nos desnudamos en el baño.
La ducha cayó sobre nosotros como una bendición cálida.

Su cuerpo… nuevo, perfecto, fuerte.
El mío… sin límites esta vez.

Ya no necesitaba contenerme.

Y él… ya no tenía nada que temer.

—¿Estás seguro? —pregunté, con la voz apenas audible entre el vapor.

—Nunca estuve más seguro de nada.

Nos besamos.

Mojados. Desnudos. Ardiendo.

Mis piernas se aferraron a su cintura.
Sus manos recorrieron mi espalda como si la conocieran desde otra vida.
Nuestros colmillos perforando la piel del otro… succionando y entregando.

Era sangre contenida.
Pasión pura.
Y amor eterno.

Nos entregamos.

No como humanos.
No como bestias.
Como almas que, después de siglos, por fin, se encontraron en el cuerpo perfecto del otro.

Y en medio del agua, del jadeo, del fuego entre nuestras bocas…

nos juramos una eternidad.



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En el texto hay: vampiros, , romance

Editado: 12.05.2025

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