La luna se ocultaba lentamente.
Yo dormía entre sus brazos.
Mathis, ahora fuerte, eterno, mío.
La casa en silencio. El mundo, en calma.
Por primera vez en siglos, me permití pensar que lo había logrado.
Que podía amar sin culpa.
Que esta vez, no lo perdería.
Pero lejos de allí…
en un rincón oscuro de otro continente,
una figura caminaba entre ruinas.
Descalzo.
Hambriento.
Con los ojos llenos de rabia y sed.
Sus uñas rozaban la piedra.
Sus colmillos eran lo único que aún recordaba su nombre:
Luan.
—Te advertí —murmuró al aire, su voz ronca, desgarrada—.
Nara… tú elegiste.
Ahora, yo también lo haré.
Se detuvo frente a una cripta antigua.
Golpeó el mármol con sangre fresca.
Y susurró un nombre que no se pronunciaba en siglos.
La tierra tembló.
La piedra se agrietó.
Y algo dentro… respondió.