El semestre pasó muy rápido entre reportes y proyectos, aunque todo transcurrió con tranquilidad. El café de las mañanas se volvió nuestro mejor aliado. Durante mis tardes en la biblioteca conocí a Cassandra, una chica de mi carrera. Tenía un carácter fuerte, pero a la vez relajado, todo lo contrario a mí. Creo que eso fue lo que hizo que nos lleváramos tan bien.
Le conté sobre un chico que empieza a despertar mis emociones. Hasta ahora, todo se ha quedado en miradas; no hay iniciativa, o tal vez estoy exagerando y me estoy ilusionando con un tipo cualquiera. Quizás solo sea coincidencia que nunca aparte la vista de mí.
Victoria lo ha mencionado varias veces, pero no me dice su nombre; lo mantiene en secreto, y respeto eso. Por el momento, mantengo la firmeza de que primero está mi enfoque en la carrera. No quiero ilusionarme más de la cuenta.
—Está por comenzar el evento de recaudación de Evervale. ¿Vas a asistir con tu familia, Em? —me preguntó Cass con amabilidad. Sabía que probablemente ella no vendría, ya que, como muchos de aquí, es de fuera y querrá aprovechar los días para estar con su familia.
—Sí —le respondí—. De hecho, mi familia se encargará de la estación de postres. Este año tuvimos muy buena cosecha, y mi hermana decidió aprovechar los frutos para preparar postres artesanales para la recaudación. Ella y la abuela son muy buenas; definitivamente tienen un gran sazón.
—Pensé en no asistir e ir con mi madre, pero me avisó que por trabajo tendría que viajar en los próximos días. Pasar solo con mis sobrinos no es del todo agradable —dijo, y pude notar en su rostro una mezcla de tristeza y fastidio al pensar que sus días de descanso se convertirían en cuidado de pequeños remolinos.
—Cass, ¿qué te parece si vamos juntas al evento y también planeamos alguna salida, incluyendo a Victoria, claro, si no te molesta? —Su expresión se llenó de sorpresa; hasta ahora solo nos habíamos enfocado en la escuela y nunca habíamos tenido una salida casual de amigas. Aunque ella solo conocía a Victoria de lejos, ya que no compartían carrera.
—Vaya, así que tendremos una noche de chicas por primera vez en mi paso por Evervale —dijo con entusiasmo. Sabía que lo decía porque, al asignarle habitación en la estancia de la escuela, por fortuna o no, le tocó la última habitación, pero en el edificio de los chicos, ya que el cupo estaba completo.
El día del evento llegó más rápido de lo que esperaba. Evervale se vistió de luces, de risas y de ese aire cálido que solo aparece cuando todo el pueblo se reúne con un propósito común. Desde temprano, el aroma a azúcar y fruta fresca envolvía el espacio asignado a mi familia: el pequeño puesto de postres artesanales.
Mi abuela, con su mandil floreado, era la encargada de los dulces de mora; mi hermana se movía de un lado a otro preparando las tartaletas de durazno que se habían convertido en su orgullo. Yo, entre ambas, servía limonadas frías y ayudaba a decorar los platos con hojitas de menta. A ratos, levantaba la mirada y veía pasar a conocidos, a profesores, y a ese chico… sí, el mismo que ha sabido desordenar mis pensamientos sin decir una sola palabra.Lo observé un instante y seguí con mi tarea, sonriendo para mí misma.
—¡Em! —escuché la voz de Cass a lo lejos, abriéndose paso entre la gente con su entusiasmo habitual—. ¡Tu puesto es el más tentador de todo el evento!
—Y apenas probaste una rebanada —le respondí, riendo.
Se acercó con una limonada en la mano y se sentó junto a mí, observando a la multitud con ojos atentos.
—Tu familia tiene magia —dijo al probar una tarta—. Esto sabe a hogar.
Sonreí, agradecida.
Cass observaba todo con esa curiosidad serena que la caracteriza, y yo me sentí agradecida de tenerla allí, de haber coincidido con alguien tan distinta y, al mismo tiempo, tan fácil de querer.
—Es que aquí todo lo hacemos con calma. Sin prisa, pero con alma.
Cass me miró, y en su expresión vi esa complicidad silenciosa que solo se da entre amigas que se entienden sin palabras.
—Me alegra haber venido —admitió—. A veces olvido lo bonito que es simplemente estar presente.
Asentí. A mi alrededor, las luces se encendían poco a poco, tiñendo la plaza de tonos dorados. La música comenzó a sonar más fuerte, envolviéndonos en una mezcla de risas, conversación y vida.
—¿Lo has visto? —preguntó de repente, sin despegar la vista de la multitud.
No tuve que preguntar a quién se refería. Ahí estaba él, conversando con unos compañeros, con esa expresión distraída que me resultaba familiar. Por un momento, nuestras miradas se cruzaron. Solo un instante, pero suficiente para que el corazón me latiera más rápido de lo que quisiera admitir.
—Creo que sí —respondí, tratando de restarle importancia mientras sonreía.
Volví a mirar hacia donde estaba él, ya conversando con otros, y esta vez, cuando nuestras miradas se cruzaron, no sentí nervios, sino calma. Había algo reconfortante en ese reconocimiento, sin necesidad de palabras, sin expectativas.
Poco después, vi acercarse a Victoria. Venía tomada de la mano de su novio, ambos sonriendo, con esa complicidad que los hacía parecer parte de un mismo pensamiento.
—¡Em! ¡Cass! —saludó con entusiasmo—. Sabía que los encontraría aquí. Mi mamá no deja de hablar de sus tartaletas desde que las probó el año pasado.
—Entonces dile que hoy las mejoramos —respondí divertida.
Cass y Victoria se saludaron por primera vez fuera de la rutina de la escuela. Bastó un par de frases para que el ambiente se llenara de risas. El novio de Victoria, amable y atento, ayudó a mover una caja de frutas que teníamos detrás del puesto, mientras nosotras charlábamos sobre el evento y los planes para los días libres.
Y entonces lo vi de nuevo, entre la multitud. Quizá no hacía falta que pasara nada más. Esa noche ya tenía su propio brillo: el de mi gente, mis raíces, mis amigas y la sensación de que estaba justo donde debía estar.