Besos sabor a helado

Primavera

Abro la ventana y escucho el trinar de los pájaros, los rayos cálidos de sol se cuelan entre las hojas de los arboles, ¡hace un día estupendo! Miro hacia el cielo en señal de agradecimiento. A lo lejos puedo ver las casas, con alegres colores, brillan más con la luz del sol. Mudarme a este lugar ha sido una de las mejores decisiones de mi vida, me encuentro especialmente alegre y el ambiente hace su parte para que me sienta aun mejor.

Suena el timbre y bajo corriendo las escaleras, abro la puerta y me encuentro con un hombre que sostiene un sencillo pero elegante ramo de flores blancas.

— ¿Señorita Raquel Morales?—pregunta mirándome fijamente.

—A sus órdenes—respondo algo sorprendida, pues pocas personas me conocen aun por aquí.

—Tengo esta entrega para usted, sería tan amable de firmar aquí, por favor—me dice extendiéndome un formato para firmar.

Me entrega el ramo de flores y un sobre, después de despedirse se marcha, cierro la puerta, pongo las flores sobre la mesa y la curiosidad me obliga a abrir el sobre de inmediato. El mensaje está escrito a mano con una impecable y elegante caligrafía:


 

«Raquel:

Permítame por favor invitarla a comer el próximo 23 de marzo, paso a su domicilio por usted a las 13:45 hrs.

Deseo contar con su compañía ese día. Espero que disfrute las flores.

 

Santiago Fernández»


 

¿Santiago Fernández? pienso por un momento y enseguida la figura de un hombre bastante atractivo aparece en mi mente, creo que me he cruzado con el algunas veces en la plaza del centro, esta ciudad es lo suficientemente pequeña como para toparte con sus habitantes continuamente.

Algunas veces nos hemos sonreído al encontrarnos, pero nunca hemos entablado una conversación. A simple vista parece un hombre sumamente agradable pero ¿Qué lo motivó a invitarme a comer? ¿Veintitrés de marzo? ¿Qué día es hoy? Miro el móvil, hoy es veinte, faltan tres días, una sensación de nerviosismo recorre mi cuerpo y se fija ahí, en mi estomago.

El resto del día realizo mis actividades cotidianas sin dejar de pensar por completo en esa nota, en las flores, en él.

Entrada la tarde salgo a caminar por el centro de la ciudad, es un lugar tranquilo, colonial, tengo algunos meses aquí y ya lo considero como mi hogar. Me siento en una de las bancas del jardín y observo la gente pasar, algunos con prisa, otros como yo, caminan tranquilamente disfrutando del agradable clima, parejas conversando, niños jugando con sus mascotas, de pronto alguien se sienta a mi lado, me giro para mirar y es él, Santiago, mi corazón da un vuelco, él sonríe amigablemente, se ve como un niño travieso, con esos hoyuelos apareciendo en sus mejillas.

—He estado pensando que debí presentarme contigo antes de invitarte a comer, así que cuando te mire de lejos decidí venir a hacerlo—me dice extendiendo su mano. —Santiago Fernández—continúa.

—Un gusto, Raquel Morales—correspondo el gesto extendiendo mi mano—no niego que fue una linda sorpresa—digo sin pensar.

Me mira profundamente y bajo mi mirada, ¿Por qué me pone tan nerviosa? Tiene una forma liviana de llevar la conversación, hablando de cosas triviales y la vida en la pequeña ciudad. Su familia se dedica a la ganadería, pero noto de inmediato que a él no le gusta mucho esta actividad, su mirada se torna un poco triste cuando me cuenta sobre el asunto. Hablamos por un largo rato y cuando le digo que tengo que irme a casa, se ofrece a acompañarme. Caminando junto a mí, noto lo alto que es. Hasta ese preciso momento me doy cuenta lo mal vestida y despeinada que me encuentro, pero ya es demasiado tarde para repararlo.

—Entonces, ¿si me acompañaras el viernes a comer?—me pregunta cuando nos detenemos frente a la puerta de mi casa. Se acerca un paso y con su mano pone un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

—Claro que sí—respondo conteniendo la respiración.

—Dame tu numero—me dice extendiendo su teléfono.

Dudo un poco y finalmente guardo mi número en su móvil. Nos despedimos y entro a casa, subo rápidamente las escaleras y me asomo por una de las ventanas para mirarlo caminar alejándose de la casa. Me tumbo sobre mi cama con los brazos extendidos y mi móvil marca una notificación, mensaje de un número desconocido:

«Gracias por dejarme acompañarte, ya quiero que sea viernes para verte de nuevo. Santiago»

Me descubro sonriéndole a la pantalla, me quedo mirando fijamente el mensaje, palabra por palabra, como intentando encontrar un mensaje oculto entre esas líneas. Debo reconocer que ese hombre me gusta, no solo es un hombre atractivo, sino inteligente, buen conversador, con muy buen humor, detallista. Espera, me estoy apresurando, quizá su interés en mi tiene otro fondo, no precisamente conocerme.

Los siguientes tres días nos enviamos mensajes continuamente, algunas veces incluso conversamos en llamada, se convierte en algo encantador y adictivo hablar con él. El día de la cita acude puntualmente, se ve tan guapo cuando abro la puerta, con su enorme sonrisa, su atuendo casual en colores claros. Me pide permiso para dejar su auto ya que el lugar al que vamos está muy cerca. Durante el camino, nuestras manos rozan en ocasiones y siento pequeños destellos de electricidad cuando lo hacen.



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En el texto hay: tragedia, amor, enamorada

Editado: 12.04.2022

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