Ad extirpanda
El amanecer los encontró en la tina de baño de la reina Alice envueltos por aguas perfumadas, medio centenar de velas aromáticas y una lascivia que aún no abandonaba sus cuerpos. Desde hacía horas se habían alejado ambos de todo lo que aconteciese fuera de la habitación, salvo por el arpista que tocaba en los pasillos, y cuyo tañido lento y armonioso se colaba entre las paredes.
— Mary Ann, eres más preciada para mí que agua en el desierto. — dijo Él en céltico entre susurros de su encantadora sonrisa.
— Lo sé. — respondió en ánglico.
Ramskull, nacido y criado entre los celtas de la nueva era. No existía otro nombre en labios ajenos para referirse a él. Ramsey era un mote de cariño reservado solo para Mary.
En su decimotercer onomástico, cada niño y niña que hubiera sobrevivido a las adversidades de la tribu y a sus pruebas se ganaba el derecho de considerársele un adulto y portar cualquier nombre que eligiera. Antes de esto, simplemente se les reconocía por algo, lo que fuera, que destacase de su apariencia o aptitudes.
En el caso de ella, había llegado al mundo bajo el nombre de Mary Ann. Y Ramsey solo podía llamarla de esta forma en la intimidad, cuando ningún otro oído escuchaba, cuando Él se sentía realmente feliz de estar a su lado. O al menos, cuando lo exteriorizaba.
Ensanchó más su sonrisa y soltó una risita gustosa, al percibir cómo la besaba por encima de la frente, en la raíz de sus cabellos. Mary le había apostado un tazón de frambuesas sobre el pecho, con lo que se llevaba una frutilla a la boca de vez en vez. Él la rodeaba con un brazo, aguardando a hallarse listo para el tercer acto de la noche, si bien los rayos del sol atravesaban ya las hendiduras en los refuerzos de la ventana.
— Mary Blood, Ramskull, Rex Azus… Laparc. Continúan sonando tan ridículos como en mi primer día.
— Recuerdo bien ese día. Estuvimos ideando el saqueo a la villa durante semanas. Tomamos mil y una precauciones, estudiando las idas y venidas de los lugareños, identificando los puntos ciegos de la vigía y los puntos débiles en las murallas… Inclusive, me adentré al poblado bajo la lona de un carromato, para echar un vistazo de cerca — Suspiró poco antes de sonreírse. —. En fin, todo para nada, porque apenas salté el muro, tuve que informar a todo el que me seguía que la villa había sido pasada por la espada. Fue difícil sacar el oro del convento después de que lo incendiaste. Escuché tu voz. Una sola frase seguida de una risa estrepitosa. ¿Qué fue lo que dijiste? Ah, sí…
— La única Iglesia que ilumina es la que arde. — citaron ambos, entre carcajadas de amor que demoraron en morir.
De ahí en más la conversación versó acerca de lo acontecido aquella dichosa madrugada cada vez más distante, de cómo Ramskull y sus hombres habían tenido que lidiar con los Interfectos de Mary y con el amargo viaje de regreso al campamento de la Horda, puesto que se habían atragantado con un buen botín sin cazar una sola presa. La primera mirada que compartieran los dos había sido una de enfado y desconfianza que dejase ver lo cerca que hubieran estado de matarse el uno al otro de haber tenido oportunidad. Y aunque fuesen pocos los momentos, a Ramsey le gustaba a hablar, cuando se encontraba de júbilo. En especial hablar sobre sí mismo.
La invasión a la ciudad y su posterior encierro, la preparación de los rituales, el desarme del pueblo dranovense y armamento de la Horda… El plan fluía como la más fina seda, por lo que todos se hallaba tan esperanzados como satisfechos. Excepto los cristianos, esos sí que morían chillando, bajo techo o al aire libre.
Esta vez, y para variar, Mary no había tenido necesidad de robar a hurtadillas el cráneo de carnero, sabiendo que Ramsey iría en su búsqueda. Su amantísimo había ido hasta ella por cuenta propia, con una sonrisa de oreja a oreja y los bajos instintos de un hombre muy prestos. Aun así, Él no se había olvidado de llevar consigo el yelmo a la velada. Este yacía dispuesto sobre una mesilla al lado de la tina.
« Venga, venga, pregúntaselo ya — interrumpió Balaam. »
Su propia voz la traicionó sin mucho esfuerzo.
— ¿Por qué lo llevas a todos lados? — Se acomodó, montando sobre Él a horcajadas, y le obsequió una mirada admirativa a su perfecta figura. —. Está relacionado con tu nombre, eso lo sé. Pero ¿por qué?
Ramsey chasqueó la lengua, y desvió la vista con gesto airado. Su rostro se había deformado de un instante a otro, con su ceño fruncido. Negó con el cabeza, incrédulo, de que lo estuviese interrogando una vez más.
— Por favor, hazlo por mí — Mary, inclinándose hacia él, hizo ademán de un puchero bastante risible. —. Solo una vez.
De más estaba imaginar que aquello no funcionaría. Él siguió moviendo de lado a lado su cabeza, para entonces frunciendo además los labios, como si le asquearan sus ruegos. Habría seguido enojado durante una hora, si Mary no le hubiese sujetado el mentón con una mano y obligado a observarla fijamente.
— Mírame, Ramsey — Cuando los ojos de esmeralda y los de lapislázuli al fin se encontraron, se animó a seguir. —. Soy yo. Puedes decirme lo que sea.
— Ni lo pienses. Tienes una…
— ¿Una bocaza? — terminó ella con celeridad. — ¿Una horrible memoria? Eso también. Quizás se me olvide para mañana. Pero guardaré el secreto por lo que dure. Lo juro.