La torrecilla de libros sobre la mesa escalaba ya bastante alto, pero también se encaminaba al desastre, pues Grace había apilado los últimos ejemplares sin cuidado. Y no era para menos. Su aburrimiento y disgusto comenzaban a alcanzar niveles que ni aquella otra Torre de Babel conseguía igualar.
— ¿Qué día es hoy? ¿El cuarto? ¿El quinto? — arrojó Giselle en susurros, a media lectura de Grace acerca de Viviana del Lago, una icónica historia que se tambaleaba ente la fantasía y la realidad.
En unos relatos, Viviana era teorizada como un Hada; en otros, como una Ninfa del Agua; y en aquellos que su madre le permitía leer, era una mujer igual de hermosa que sus otras versiones, pero sus poderes con los que aliviaba el dolor del necesitado eran concedidos por Dios y no por la magia. Connor le había contado alguna vez sobre que iban las otras lecturas, y se llevó una decepción enorme al enterarse que todo era igual, salvo el origen de sus dones. Resultaba que, Dranova había tomado prestado la idea del folklore celta sin molestarse lo más mínimo en que los apuntasen con el dedo por plagiadores y desvergonzados.
— Creo que te ha faltado un par — rebatió Elaine. —. A lo mucho siete.
Su madre también apartó la vista de las páginas de un libro.
— Sí, debe de haber pasado una semana.
Aquel libro era de cuerpo mucho más grueso, que a diferencia del que Grace leía, no tenía más interpretaciones que una, y que según todo mundo le decía, relataba una historia real sucedida hacía una barbaridad de siglos. Nunca se lo había dicho a Elizabeth, ni se lo diría, pero había en él ciertas cosas que no le parecían.
« Allí la gente pelea y muere de formas horribles por casi cualquier cosa, qué locura — había llegado a pensar. —. Además, sí, aún soy una niña, pero algún día seré una mujer. Y creo que quién lo escribió desprecia a las mujeres. Eso no está bien » Quizás fuera aquella una de las razones por las que su madre leía y releía casi siempre las mismas partes.
« Qué gran locura. Se salta cientos de cosas. Es como empezar a leer cualquier historia e ir directamente al final, porque te aburres o no te gusta.»
A Elaine a menudo le afectaba demasiado el calor del encierro, con lo que se ventilaba con la tapa de otro libro y los cabellos entrecanos le tremolaban como un pendón.
— Ay Dios santo. ¿Qué estará sucediendo afuera?
— Ya lo he dicho mil veces. Salgamos a husmear un poco. Tan solo un poco — Giselle se hallaba tanto o más impaciente que Grace; en cambio, ella no tenía nada más allá para distraerse que algún que otro cotilleo y pequeños ratos de juego. —. Si mi señora lo permite, claro está.
— No, no. De ninguna manera — Parecía que era la enésima vez que lo decía. —. ¿Después de lo que sucedió la última vez? Nada de eso. Qué no hayas salido antes junto a nosotras, no significa que ahora tengas el derecho de salir a ver por tus propios ojos — A la muerte de la oscuridad, llegado el amanecer del primer día, su madre y Elaine subieron las escalares del sótano y atravesaron la puerta reforzada para volver a la carrera casi enseguida con los ojos como platos. Ninguna de las dos quiso contarle a Grace lo ocurrido. — Créenos, linda, cuando te decimos que no quieres ver lo poco que se alcanza más allá de las ventanas. — dijo esto último en un tono muchísimo más bajo, pero aun así Grace, haciendo fuerzas, consiguió escucharla.
Unos días atrás, habían hecho acopio de valor para salir de nueva cuenta a echar ojo. Aquella vez tardaron más en volver. Trajeron consigo unas cuantas velas, unos recipientes de agua con los que lavarse, y otras tantas cosas que ya de por sí sobraban en entre las reservas del minúsculo fuerte que se había construido bajo la casa. Pero una vez más ninguna trajo consigo palabras para Grace. O para Giselle, quién calmaba sus miedos con abrazos, cuando su madre se incursionaba a lo que fuera que estuviese sucediendo allá arriba.
Grace no rogaba por respuestas, pues a fin de cuentas sabía que no las conseguiría.
« Debería hacer una rabieta. Una muy grande. Llorar, patalear y gritar, y puede que también decir alguna mala palabra, para que así entiendan mi frustración — se le ocurrió de pronto. —. No, no. Eso sería una soberana estupidez. »
Sin sol ni luna que hiciera las veces de guía era difícil saber cuánto tiempo, pero calculaba que tres días habían transcurrido desde que empezaran a sonar pasos sobre sus cabezas, a oír golpeteos, extraños gruñidos y objetos cayéndose al suelo en los pisos superiores, como si alguien los estuviese arrojando a propósito. Desde el inicio de aquel suceso espantoso, que encima se prolongó durante horas, tanto Elizabeth como Elaine se negaron rotundamente a volver a subir las escaleras. Y al mismo tiempo, Giselle se había empecinado en salir tan pronto como fuese posible, liberada, al menos en apariencias, de todos los miedos que habían avasallado a Grace, la más pequeña y menos enterada, como de costumbre.
En el sótano había comida y agua de sobra, provisiones en las estanterías de madera para un mes, por lo que había escuchado de su madre. Sin embargo, todas ellas tenían un grandísimo inconveniente entre manos. Uno muy oloroso.
— Qué genio — le había recriminado con opulento sarcasmo. —. Pero qué sujeto más atento quién diseñó esto bajo la casa. Mira que no pensar en un lugar en donde ir al baño.
Elaine se cubrió la nariz, con el dorso de la mano, más disgustada que sorprendida.