Bestias de la Edad Oscura: Pandemónium

Vyler V

La puerta se abrió, chirriante, desde dentro. La mano de uno de los Caballeros Platinados lo empujó hacia delante. Vyler no supo cuál de todos los traidores al Reino lo había escoltado hasta la entrada de la torre. Desde el intento de escape de Konash y los hombres de su compañía, a sus captores se le aflojaba la mano al menor gesto, y puesto que a Vyler se le translucía todo su desprecio en el rostro, había concluido no mirar al enemigo a los ojos. Se limitaba a verlos a la altura del peto, pero sin nunca llegar a bajar la mirada del todo.

— Maine.

En cambio, tuvo que levantar la vista rápidamente al oír su voz. Fue más un gesto instintivo que uno de estupor. Sabía que aquel hombre recorría el castillo como un lobo en busca de su presa. Hacía veintidós años que lo viera por última vez, pero su aspecto no había cambiado demasiado. Aún seguía teniendo toda la pinta de mala persona estampada en su faz. El tiempo no le había traído justicia. Tan solo le había regalado unas arrugas y un par de cicatrices. En presencia de otros, no tendría que llamarlo Raymond. Tampoco se referiría a él como Majestad, y mucho menos como ser Raymond. No se merecía ninguno de sus títulos.

— Ser Vyler, hijo de ser Vyken, de la Compañía de Escoltas Maine — dijo riéndose con una amarga risotada — ¿Dónde está tu padre ahora?

— Muerto.

— Veo que el tiempo se me adelantó. — Y una mueca de disgusto le borró la sonrisa.

— Murió feliz — añadió Vyler, como intentado remover el cuchillo entre sus entrañas. —, satisfecho de todo lo conseguido en vida.

El traidor torció de nuevo la boca, sopesando el comentario, antes de echar a reírse, mientras se acercaba. La suya era una risa muy profunda, ahogada en la garganta, casi como el gruñido de un animal a punto de atacar. Como si deseara arrojársele encima en cualquier segundo.

— No tengo nada en contra de tu hijo o de tu hermano, pero si presenciar sus muertes consigue herirte, los mataré con gusto. ¿Dónde está el crío?

Vyler estaba libre de sus cadenas, pero incluso las cadenas habrían podido servirle como armas en aquel momento.

— Doy gracias a Dios porque esté fuera.

— Se fue con Logan, entonces… Tienes una esposa y una hija — Y giró su cabeza hacia el sujeto que había abierto la puerta. —. ¿Las encontraste ya?

— La casa está vacía.

La base de la torre estaba bien amueblada e iluminada por candelabros y fungía como una especie de antesala para el resto del fortín. Un lugar cuanto menos peculiar había elegido Raymond para matarlo, o por lo menos torturarlo.

— Y vaya casa de seguro que es, Maine — continuó diciendo, intentado ocultar la amargura tras un diáfano velo de tranquilidad. —. Viviendo de las ganancias de tu compañía de escoltas.

— He dedicado la vida a causas tan justas como generosas. A diferencia de otros.

— Continuad buscando a la familia — ordenó, sin hacer apenas caso de lo que Vyler le decía. —. A la niña solo la mataré. Por otro lado, a la madre le haré primero sufrir ante tus ojos.

«No las encontrareis. — le hubiera gustado añadir en voz alta. — No a mi Grace y Elizabeth.»

— Déjamelo un par de horas. Le sacaré todo lo que sabe. — mencionó con astucia, el súbdito de Raymond. Celta, pudiera ser, aunque vistiera como un hombre civilizado.

— No, no haré que lo torturen — apuntó Raymond calmadamente. Giró una silla y se sentó a horcajadas, apoyando los brazos en el respaldo, y le indicó a Vyler que tomara asiento. —. Te necesito, Vyler, en plena forma. Una vez me convierta en Demogorgón, destrozaré solo con mis manos a toda tu compañía, a todos los hombres que te han seguido, incluso a todo aquel que se haga llamar «ser» que consigamos. Cien hombres armados, cien caballeros, contra un único semi-dios. Tu hermano no tuvo nada que ver en lo que ocurrió aquel día, pero dicen que es el mejor espadachín de este reino y puede que de este lado del mundo. También lo destriparé en el campo de batalla.

Raymond o Rex Azus, como también gustaba que lo llamaran, se le mantuvo viendo. Quizás aguardando una réplica o, simple y llanamente, disfrutaba de cada segundo de su venganza. Después de dos décadas rogándole a Dios para que le quitara la vida y lo arrojara a los Infiernos, lo tenía delante, más vivo y fuerte que nunca, cara a cara, a pesar de todas las atrocidades que había cometido.

— Dile a tus hombres que revisen de nuevo la residencia. De pies a cabeza. El ático y el sótano también. Y todas las casas de alrededor — Cuando el súbdito salió de la torre, Raymond puso de nuevo sus ojos negros sobre él. —. No te haces a la idea de cuantas ganas tengo de desmembrarte aun estando vivo. Pero he esperado esto durante mucho tiempo. No me importa esperar una semana más.

— ¿Eso es lo quieres? ¿Convertirte en un demonio en cuerpo y alma? Vas a morir contra la Bestia. — El desprecio que su boca conseguía oprimir se le escapaba por los ojos. Y por más que Vyler intentara fusilarlo con la mirada, Raymond no parecía reaccionar con la misma agresividad de sus hombres.

— Poco probable. Aunque toda acción que cometes trae consigo un riesgo. Y aquí estoy. Todavía en pie de lucha. ¿Crees que me importa si me muero en el intento? Me quitasteis todo lo que tenía. Mi libertad, mis posesiones, todos mis deseos, hace más de veinte putos años, y ahora a la mujer a la que amo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.