El amor del único hombre al que había amado era correspondido, y, por si fuera poco, la prefería a ella por sobre todas las demás. Tanto como para pedirle que se casase con ella, con lo cual Mary se encontraba de maravilla; ligera como una hoja y más alegre que un tonto con una pluma. Más allá de su venganza y la conquista digna de poemas de toda una ciudad, solo había espacio para Ramsey entre sus pensamientos. Aquello no era muy placentero, a sabiendas de que él no volvería en tantos días. Los había quienes aseguraban, incluso, que tal vez no lo volviese a ver.
— ¿Quién sabe, mujercita? — le dijo Bile el Prosélito Guerrero. — Solo los dioses. Muchos hombres no regresaran de esta cacería. Puede que Ramskull esté entre ellos. Una Bestia no es cualquier cosa.
Para su inmensa sorpresa, alguien más salió en su defensa. Alguien inesperado, Jinzo Cuatro Dedos.
— Es Ramskull de quién hablamos; el segundo eslabón más fuerte en esta cadena. Si él no sobrevive, todo el ejército a su espalda tendrá que caer primero. Hemos planeado este golpe a la perfección por muchísimos meses. Él regresará, Mary.
No era un perro tan gruñón cuando no recibía órdenes. En ocasiones, llegaba a ser un tanto amable. Pero sin mucho esfuerzo la bocaza de Mary arruinó la oportunidad de adiestrarlo a su favor, dejándose llevar por la broma incauta de una de sus voces.
— Eso. Eso es. Gracias — Con la inocencia de una niña y una sonrisa, levantó una mano hacia Cuatro Dedos. —. Dame esos cinco. — Aquello no le hizo la menor gracia al pobre hombre.
Cuando se aburría, la mente de Mary volaba con el viento a lugares imprevistos, alentada por voces incansables que susurraban cada una su propia corriente de pensamientos. No pasó mucho hasta que la pequeñísima posibilidad de que su prometido no regresase empezó a consumir el resto de sus ideas y derribar su fantástico humor, como si fuera una malévola termita. No iba a darle oportunidad a esta mala sensación, de manera que se lanzó audaz a distraerse con lo primero que le cruzara por delante.
Y tal como lo haría un obispo, se colgó del cuello sobre el vestido blanco la estola que le había arrebatado al pobre idiota de Asser. Recorrió los pasillos entre dulces canturreos y pasos de un sosegado andar en dirección al calabozo. O al menos así lo hizo antes de que un tumulto arribase hasta ella de improviso.
— Suéltame — Venía gritando una chica. — ¡Que me sueltes ya! Estoy de vuestro lado. Ahora soy parte de la Horda.
Y aquella otra mujer celta se giró con el rostro abarrotado por la rabia.
— No eres parte de nada, doble traidora. — Su segunda mano la cogió también por la muñeca y le propinó otro jalón antes de que sus ojos desesperados mirasen al frente. — ¡Brynjar! ¡Brynjar!
De curiosidad, Mary se vio obligada a detenerse.
— ¿Qué significa esto? — protestó Kurt, surgiendo a prisas en el pasillo.
El vikingo se mostró a su lado unos segundos después. Y se quedó allí de pie a las puertas de la armería de colección, con un hacha de oro al hombro y una sonrisa que se desvaneció tan pronto como su atención se desvío del arma.
— Brynjar — La mujer celta atajó camino hasta frenarse ante los cabecillas. — Esta sucia dranovense es una traidora. Ha estado conspirando con los enemigos.
— La atrapamos intercambiando mensajes con el exterior. — arrojó Drauser, quien venía siguiendo los pasos de ellas.
La chica de aspecto frágil con agitación continuó lanzándole manotazos a su captora. Endebles al igual que la poca valentía que mostraba.
— ¿Que pruebas tenéis? ¿¡Qué pruebas tenéis!? Ninguna. Es una mentira.
— Los mensajes que has estado escribiendo, idiota. — Con la diestra Drausar le descargó un golpe con la mano abierta y con la izquierda alzó un trozo de papel.
— ¡Demandamos la cabeza de esta dranovense! — rugió la celta.
Y la belleza de su rostro se desfiguró en una boca enorme y una expresión de horror. Se fue arqueando hacia delante y cayendo, como perdiendo las fuerzas, como derritiéndose de espanto ante un hombre gigantesco y la presencia de su hacha.
— ¿Qué? ¡Nooo!
Brynjar quedó en silencio.
Un segundo hizo falta para que Kurt cogiese el papel y unos cuantos más para que terminase de leerlo con gesto de enfado.
— De aquel quien sean estas palabras a puño y letra ha de ser ajusticiado.
El vikingo no quitaba ojo de la muchacha mientras esta continuaba llorando sin consuelo.
— ¿Son las de ella? — Mary apenas pudo oír la voz queda de quien tanto acostumbraba a hablar a gritos.
— Será fácil averiguarlo — Kurt sonrió con el ceño todavía fruncido, y se inclinó hacia la dranovense. —. Escupiste sobre ella. Se te obsequió una oportunidad de oro.
« ¿Y de oro el arma que te hará pagar? », se preguntó Mary.
Y tal como imaginaba que sucedería, Brynjar bajó el hacha con la cabeza apuntando verticalmente al suelo. Apartó el rostro antes de ponerse blanco.
— Llévala a una celda.
— ¿A una celda? — inquirió la mujer celta. — ¡Córtale la cabeza!