Valle de Mileria
Los primeros rayos de sol apenas lograban atravesar las nubes que cubrían el cielo. La mañana gris reflejaba el ánimo de los jinetes, quienes se aproximaban a los límites del valle de Mileria. Un pequeño grupo de personas avanzaba de manera discreta, con un propósito claro. Entre ellos, era fácil identificar al líder. De complexión robusta y masculina, comandaba con confianza, liderando la procesión. Los jinetes, expectantes y temerosos de un posible ataque, examinaban la zona con cautela, procurando no atraer atención innecesaria.
—Los exploradores informaron que el ataque ocurrió al sur, en el valle —anunció uno de los jinetes al líder.
Los jinetes continuaron hacia el sur, buscando el lugar del ataque. A cada kilómetro, el ambiente se volvía más lúgubre. Cuando se trataba de seguridad, el líder del grupo siempre se encargaba personalmente de las inspecciones. Pocos en la corte sabían que el emperador prefería visitar en persona los lugares atacados y reconocer las amenazas inminentes.
Desde joven, el hombre que guiaba a sus compañeros en la búsqueda de respuestas conocía su destino: era un príncipe de la familia imperial de Mileria. Rinan no sabía lo que era la infancia, ni cómo era vivirla. Fue criado para estar listo cuando llegara el momento de liderar. A temprana edad, asumió la gran responsabilidad de velar por la vida y el bienestar de millones. En un instante, Rinan dejó de ser un niño para convertirse en un hombre. Tenía un hermano y una hermana menores, pero nunca fue cercano a ellos. Su ascensión temprana al trono y el esfuerzo por mejorar la vida de su pueblo le habían dejado sin tiempo para estrechar lazos familiares.
Los viajeros se acercaron a la aldea donde, recientemente, había ocurrido el ataque. Toda la aldea, o lo poco que quedaba de ella, estaba reducida a cenizas. Los atacantes habían arrasado todas las construcciones, sumiendo el paisaje colorido del valle en un sombrío mar de cenizas grises.
—Inspeccionen el área. Busquen supervivientes —ordenó el emperador.
Rinan avanzó por el terreno, escudriñando en busca de algún indicio de vida o de respuestas a las preguntas que comenzaban a surgir.
—Milord, aquí —llamó uno de sus hombres, atrayendo la atención de los presentes hacia un punto donde todavía crepitaban las llamas. Rinan se dirigió hacia él y, al acercarse, vio en los brazos de su subordinado el cuerpo de un niño cuyos ojos estaban apenas abiertos. Resultaba asombroso que el joven hubiera sobrevivido tanto tiempo después del ataque, aunque el emperador, por experiencia, sabía que no viviría mucho más. Necesitaba respuestas.
—Pequeño, ¿qué sucedió en tu aldea? —preguntó Rinan, con la esperanza de acercarse al misterio de los atacantes.
—No sé… no entiendo… es la primera vez que veo… —murmuraba el niño.
—¿Qué viste? Cuéntame.
—Criaturas… criaturas voladoras. Se llevaron a todas las mujeres. Los hombres que intentaron proteger a sus familias fueron quemados vivos. El miedo… no eran humanos —deliraba el niño.
—¿Volaban? —insistió el emperador—. ¿Estás seguro?
—Lo juro… nunca había visto algo así. Humanos que volaban, pero no eran humanos. Alas negras, yo…
El niño no terminó la frase; exhaló su último aliento.
—Es probable que le hayan herido la cabeza durante el ataque —comentó uno de los hombres de Rinan, tratando de racionalizar el delirio del niño moribundo.
—Es probable —aceptó el emperador.
No era la primera vez en los últimos seis meses que Rinan oía hablar de personas voladoras en Mileria. Al principio, el emperador había considerado tales rumores como delirios, pero con el tiempo comenzó a prestarles atención y temer su posible veracidad. Criaturas voladoras… el emperador temía incluso pensar en la naturaleza de su origen, pero tampoco podía descartar su existencia. Quizá Rinan necesitara hablar con su padre, el anterior emperador, quien, por razones desconocidas, había abdicado. Tal vez él ya había oído hablar de tales rumores.