La casa dormía en penumbras. Solo los zumbidos lejanos del refrigerador y el crujido ocasional de la madera parecían recordarle a Jay que todo seguía en su lugar. O eso quería creer.
Caminaba descalzo por el pasillo, sin un rumbo claro. Quizás buscaba agua, quizás solo una excusa para no irse a dormir todavía. Algo en el aire lo mantenía despierto, como una voz sin palabras repitiéndose en el fondo de su conciencia.
Pasó frente al espejo del vestíbulo.
Se detuvo.
Algo lo obligó a retroceder dos pasos, como si un impulso lo tirara desde el estómago. El espejo estaba allí, igual que siempre. Marco antiguo, levemente desgastado. Vidrio limpio. Y sin embargo...
Por una fracción de segundo, le pareció que su reflejo llegaba tarde.
Él ya se había detenido, pero su imagen aún daba el último paso.
Frunció el ceño. Se acercó, ladeando apenas la cabeza, escudriñándose a sí mismo. Ahora todo parecía normal. El desconcierto, sin embargo, seguía allí. Un eco del instante anterior.
¿Lo habría imaginado?
Tocó el cristal con la yema de los dedos. Estaba frío. Más frío de lo que esperaba. Mantuvo la mano allí unos segundos, intentando captar algo, como si el vidrio pudiera transmitirle una respuesta.
Y entonces, en el rabillo del ojo, lo notó.
En el fondo del pasillo, reflejado apenas en el margen del espejo, algo no encajaba.
Se giró lentamente, aun con la mano apoyada en el vidrio. Allí estaba: una línea vertical, fina, casi imperceptible, rompiendo la continuidad del empapelado. Como una cicatriz oculta a simple vista.
Jay se acercó. Tocó la pared. No sonaba hueca. Pero había algo en el frío de esa superficie, algo más denso, más profundo. Un frío que no era solo temperatura.
Dentro suyo, algo murmuró que no debía insistir. Que abrir esa línea... sería invitar algo que no debía cruzar ese umbral.
Dio un paso atrás.
Volvió sobre sus pasos, en silencio. No dijo nada. Ni a Lilith. Ni a sí mismo.
Pero el espejo seguía en su mente.
Y ahora, también la puerta.