Between home and dream

Capitulo 8 : la oscuridad abierta

Jay se despidió de Lilith y de su hija con un gesto tranquilo, casi forzado, como si ya supiera que algo se avecinaba y fingiera no notarlo. Cuando la puerta se cerró detrás de ellas, el silencio volvió a instalarse en la casa con una densidad espesa.

Fue entonces cuando fue a buscar la caja de herramientas.

Caminó hacia el cuarto de servicio, cruzando el pasillo donde yacía aquella línea tenue pero imposible de ignorar. Sus ojos no se detuvieron en ella. Se obligó a continuar, como si la realidad pudiera sostenerse con solo no mirarla.

Con la caja bajo el brazo, regresó a la puerta de entrada. El chirrido le pareció más insoportable ahora que el resto de la casa estaba tan en calma.
La abrió con lentitud, agachándose ligeramente para observar el marco superior. Durante un segundo analizó si el problema estaba ahí, en alguna desviación imperceptible de la madera, en una desalineación estructural. Pero no. Era más simple: las bisagras. El roce metálico venía de allí.

Sacó el destornillador, desatornilló con precisión, aceitando cada una. Mientras volvía a colocar el primer tornillo, una idea le atravesó la mente, fugaz como una sombra.
La línea.
Como una memoria que quiere irrumpir, pero todavía no encuentra forma.

Decidido ya a enfrentar definitivamente lo que lo aquejó todo el día. Colocó los tornillos con rapidez, con firmeza.
Apretar, ajustar, dejarlo perfecto. Como si el orden material de esa puerta pudiera evitar lo que venía.

Terminada la reparación, se dirigió finalmente al pasillo. Allí estaba la línea: recta, exacta, extendiéndose en una grieta que no pertenecía a ese mundo. Jay se detuvo frente a ella. No había sonido. No había viento. El tiempo parecía suspendido.

Se inclinó con paciencia, tocando el borde del zócalo con los dedos. Recordó el sueño, la manera en que había abierto una puerta oculta. Lo imitó: buscó una ranura, una irregularidad, una abertura mínima. Nada cedía. La superficie era dura, inamovible.

Frunció el ceño. Se incorporó, fue en busca de una palanca de hierro que había entre sus herramientas. Volvió con ella, la encajó justo donde el rodapié se unía al umbral. Tuvo que hacer fuerza.
Su espalda se tensó, sus nudillos se blanquearon y un leve crujido respondió.

Con un esfuerzo final, el pestillo interno —o lo que fuera— se destrabó. Pudo meter los dedos y abrir la puerta oculta con una sola mano.

Del otro lado, todo era oscuridad.

Jay dio un paso. Se detuvo.
Por un momento, sintió que al otro lado no había nada. Un hueco existencial. Un lugar sin espacio, sin sonido, sin forma.

Entonces, sus dedos tantearon la pared hasta encontrar un interruptor. Lo presionó.

Un clic delicado rompió el silencio.

Y lo que iluminó sus ojos le robó el aliento.




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