Between home and dream

Capitulo 11: la mancha que oculta

Jay se despertó mucho antes de lo habitual. No había alarma, ni sobresalto. Solo esa incomodidad punzante en el pecho. Ese murmullo interior que no lo dejaba dormir.

Lilith dormía aún, enroscada bajo las sábanas, su respiración suave y acompasada. Sophie, seguramente, también. Todo estaba en calma. Demasiado en calma. Una calma que ya no lo convencía.

Se levantó sin hacer ruido. Caminó por el pasillo alfombrado con pasos de espectro hasta la cocina. El aire tenía ese olor a lo cotidiano: café viejo, madera tibia, los restos invisibles de cenas pasadas.

Abrió la heladera, sacó una jarra de agua y se sirvió un vaso. Bebió lento. Sentía el líquido recorrerle el pecho como si quisiera apagar un fuego que no era físico.

Fue entonces cuando una imagen cruzó su mente, como un destello furtivo.

El grimorio.
Su textura rugosa. Su peso.

Jay apoyó el vaso en la mesada con un golpecito seco.

“Ese libro puede tener más información sobre esto.”

Volvió sobre sus pasos con decisión. Abrió la puerta hacia el garaje con cuidado, evitando que el chirrido lo delatara. La luz todavía era tenue, como si el día no se animara del todo a empezar.
El garaje olía a metal, a aceite viejo, a secretos.

Se acercó al auto. Abrió el baúl, retiró la manta de herramientas y encontró el grimorio. Seguía allí. Pesado. Vivo.

Lo llevó a la mesa de trabajo. Lo abrió con manos tensas y buscó la página del ritual, aquella que apenas había alcanzado a leer días atrás.

No fue fácil, pero finalmente la encontró.

El título estaba desdibujado. Los márgenes, comidos por manchas secas de un color entre rojo y sepia.

Apenas pudo distinguir algunas palabras que daban más información:

“Totem emocional…”
“…es necesario…”
“…destruir…”

Eso era todo.
Todo lo demás se perdía bajo líneas borrosas, tinta corrida, símbolos rotos.

Jay frunció el ceño.
¿Qué era ese tótem emocional? ¿Un objeto? ¿Una persona?
¿Una memoria?

El peso de la palabra “destruir” se le quedó clavado como un clavo frío en el esternón.

Se quedó unos segundos inmóvil, observando la página.
La tinta parecía latir todavía, como si el libro respirara.

Pensó en lo que decía el texto: "tótem emocional". No era una herramienta ni una fórmula mágica. Era algo visceral. Íntimo.
Si esta ilusión se sostenía por la fuerza de lo emocional, entonces tenía sentido que el tótem no fuera externo.

“Tiene que ser algo mío.”

La idea se instaló con una claridad inquietante.
Nada de lo que lo rodeaba le pertenecía del todo.
Todo eso estaba contenido en el hechizo. Pero si él era el prisionero, entonces el ancla debía estar en él.

Algo que él mismo había traído. Algo que, quizás, debía destruir para romper el conjuro.

Pero antes de que pudiera seguir pensando, un sonido suave rompió el silencio.

Pasos.
Livianos, pero reales.

Jay reaccionó de inmediato. Cerró el libro con un golpe seco, lo envolvió en la manta y lo escondió de nuevo en el fondo del baúl.

La puerta del garaje se abrió sin apuro.

—¿Jay…? —dijo Lilith, con voz somnolienta y la bata arrastrándose tras ella—. ¿Qué haces acá tan temprano?

Jay se giró, secándose las manos como si estuviera haciendo otra cosa.

—Quería revisar el auto. Pensaba ponerme con eso hoy —murmuró, sin mirar directamente.

Lilith frunció el ceño, confundida.

—¿Ahora? Siempre lo hacés por la tarde, siempre dijiste que preferís la luz directa para trabajar…

Jay la miró.
No sabía si era por la mentira que iba a decir, por el miedo, o porque ya no soportaba este mundo.

—Lilith —dijo con voz más baja, pero firme—. Son mis cosas. Yo elijo cuándo hacerlas.

Silencio.
Lilith parpadeó. Se notaba que no esperaba esa respuesta. Ni ese tono.

—No quise molestarte… —dijo en voz baja—. Solo… me pareció raro. Nada más.

Jay no respondió. Caminó hacia la salida del garaje.

—Voy a buscar una herramienta que dejé en el lavadero —mintió, apenas deteniéndose al pasar junto a ella.

Lilith se quedó en el umbral. Su figura delgada recortada por la luz grisácea del amanecer.
Sus ojos tenían esa mezcla de extrañeza, tristeza… y algo que no alcanzaba a nombrarse.

Jay no se volvió a mirarla.
Solo se alejó.

Lilith tardó unos segundos más en salir. Y cuando lo hizo, el garaje quedó vacío, pero no silencioso.

Una vibración apenas perceptible parecía flotar en el aire, como un eco de algo que no había terminado.
Como si el espacio mismo hubiese presenciado una fractura que ya no podría ignorarse.




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