Between home and dream

Capítulo 13: El reflejo de las cosas simples

Jay despertó en una cama que no reconocía.
Durante un instante, pensó que se trataba de un error en la realidad, como un glitch que lo había movido de lugar sin avisar. Observó alrededor con ojos aún adormecidos, tratando de detectar qué más había cambiado en esa habitación ajena. Pero entonces lo entendió: no era que el cuarto hubiese mutado. Era él quien había regresado.

Era su departamento. El real.

—¿Estoy de vuelta…? —murmuró.

El ambiente estaba saturado por una penumbra espesa, como si la casa llevara días sin nadie. No por falta de presencia, sino de sentido.
Las paredes parecían encogidas por el peso del abandono.
Latas vacías junto al televisor. Ropa desordenada sobre una silla. Una cama sin tender, cruzada por la forma fantasmal del insomnio.

—No lo recordaba tan vívido —ironizó.

Fue hasta la cocina. Afuera, la lluvia caía en silencio sobre los edificios.
Abrió la heladera: latas, sobras, un limón olvidado. Todo igual. Todo muerto.

—No cambió nada…

Tomó una lata al azar, se sentó en el sofá y la abrió con un gesto mecánico. El gas silbó en la habitación. Bebió un trago, como si brindara con el silencio.

—Qué bueno estar de nuevo en casa —dijo, sin creérselo.

Pero el sabor metálico de la bebida le trajo otra imagen.
Lilith y Sophie en la cocina, riendo.
El abrazo.
El calor.

Se quedó quieto, la lata a medio camino, como si alguien hubiese detenido la escena. Luego cerró los ojos, con la excusa de descansar… aunque en el fondo, solo buscaba no pensar.

Cuando volvió a abrirlos, ya no estaba allí.

Volvía a estar en la cama de la casa onírica.

—¿Entonces… eso fue solo un sueño? —susurró.

Escuchó voces al fondo. Se levantó y salió al pasillo.
Sophie hablaba sola, en su habitación. La puerta estaba entreabierta. Jay se detuvo antes de entrar.

Ella estaba sentada en la mesa, dibujando.
Coletas, medias de colores, una luz suave entrando por la ventana.

Era… hermosa. Una construcción perfecta de inocencia.

—Hola, princesa —dijo, suavemente—. ¿Qué estás haciendo?

—Un dibujo para la escuela —contestó sin mirarlo.

Jay se agachó para ver. Eran tres figuras tomadas de la mano.

—¿Esos somos nosotros?

—Sí. Es el día que aprendí a andar en bicicleta… sin rueditas. Y me caí.

—Te quedó muy bien —respondió con una sonrisa que se le quebraba en la garganta.

Ella se lo entregó con orgullo. Jay lo sostuvo con cuidado, como si fuera algo más frágil que el papel.
Pero entonces, la voz de Lilith sonó desde abajo:

—¡Sophie! ¡A comer!

—¡Ya voy, mami!

Sophie salió corriendo. Jay se quedó solo, observando el dibujo por unos segundos más.
Luego lo dejó sobre la mesa y escaneó la habitación.

Todo era rosa. Armónico. Hermético.
Sobre la mesa de luz, una foto: los tres en un parque de diversiones. Jay la tomó.

No recordaba ese día. Pero el gesto en su rostro, el abrazo de Lilith, el brillo en los ojos de Sophie… todo le parecía auténtico. Sentía ternura. Y también un leve temblor, como si algo en su interior se desajustara sin permiso.

Bajó a la cocina.

Lilith estaba sirviendo el desayuno. Cuando lo vio llegar, lo observó con atención.

Jay se detuvo unos segundos, intentando leer en su rostro algo más allá del gesto amable.
La mujer que lo había encerrado… estaba ahí. Cocinando. Sonriendo.

—¿Estás bien? —preguntó Lilith.

—Sí… solo pensaba en lo que tengo que hacer hoy.

Se sentó. Dijo que no tenía mucha hambre. Lilith, aunque desconcertada, no insistió.

—Entonces guardo lo que sobra.

Comió rápido, sin apetito.

—¿No querés fruta?

—No. Gracias.

Se levantó antes de terminar.

—Voy al garaje a revisar unas cosas.

Lilith asintió.
Jay cruzó la casa sin mirar atrás. Cuando cerró la puerta del garaje, se permitió respirar.

—No sirvo para fingir…

El aire olía a aceite y madera vieja.
Miró el auto. Pensó en el libro. Pensó en la grieta de esa realidad. En un tótem.

—Tiene que haber algo que nos una… —dijo. Y entonces, chasqueó los dedos—. Claro.

Justo en ese momento, una voz golpeó la realidad:

—Amor, hoy voy a dejar a Sophie en la escuela y vuelvo.

Era Lilith, desde la puerta del taller.

Jay se acercó.

—Ah… bueno. Que te vaya bien.

Ella lo miró con un dejo de duda.

Él, improvisando, la besó.

Lilith lo recibió con sorpresa.

—Esperaba un beso en la mejilla —bromeó—. Pero eso fue mejor.

—Así soy yo.

Ella sonrió, le acarició el rostro y se fue con Sophie.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.