Between home and dream

Capitulo 17: Ecos del pasado

Lilith abrió los ojos con la luz del sol dibujando franjas doradas sobre las sábanas. Durante un instante, el mundo parecía terso, liviano. Como si ese día —ese preciso día— tuviera la promesa de algo bueno. Se sentó despacio, aún envuelta en la somnolencia, y miró el lado vacío de la cama. . El aire de la habitación tenía un silencio limpio, casi recién lavado.

Al ponerse de pie, fue al baño a alistarse para ese día, pero al llegar sintió una punzada horrible y, apenas arrodillada frente al inodoro, vomitó con violencia.

Desde el otro lado de la puerta, Jay, que se había levantado por el ruido, con voz tenue pero atenta.

—¿Amor? ¿Todo bien?

Ella tragó saliva, intentó sonar firme.

—Sí, sí… solo se cayó algo. Ya salgo y voy a preparar el desayuno.

—Está bien —dijo Jay—. Te espero abajo.

Lilith se apoyó en el lavabo, aún temblorosa. Abrió la canilla, se enjuagó la boca y luego se lavó la cara como si el agua pudiera arrastrar el agotamiento que se le había pegado a la piel. Al secarse, se miró en el espejo. En el cristal no había solo su rostro: estaba también esa grieta muda que le cruzaba el alma. Se veía entera, sí, pero ocultaba que por dentro algo se estaba descomponiendo.

Con movimientos medidos, abrió el botiquín y sacó su estuche de maquillaje. Primero la base, cubriendo la palidez creciente. Luego el rímel, escondiendo las ojeras que le nacían como raíces. Por último, el labial: un rojo cereza que no buscaba seducir, sino ocultar. Era una pintura de guerra emocional. Cuando terminó, arregló su cabello oscuro —negro como la noche sin luna— y salió del baño como si pudiera dejar allí su deterioro. Se vistió rápido y bajó las escaleras, lista para fingir una normalidad que hacía tiempo ya no sentía.

Al llegar a la cocina, se encontró con una pequeña escena que la dejó quieta: Jay y Sophie la esperaban junto a una torta. Una vela encendida titilaba en el centro.

—No tendrían que haberse molestado —dijo Lilith, conteniendo la sorpresa.

—Tenía que ser especial —respondió Jay—. Es tu día.

Ella frunció el ceño un segundo, perpleja.

—Me había olvidado… hoy es ese día.

Sophie palmeó la mesa con una sonrisa.

—¡Siéntate, mamá! Te vamos a servir.

Pasaron la mañana entre risas, migas y una ilusión de familia perfecta. Lilith comió poco, pero escuchó todo. Se dejó envolver por el calor tenue de esa intimidad.

Más tarde, ya sin rastros del festejo, Lilith peinaba a Sophie en el sillón del living. Sus dedos hábiles dividían el cabello de su hija en dos trenzas prolijas.

—Estas coletas son muy lindas, mami —dijo Sophie.

Lilith sonrió, acariciándole la cabeza.

—Son como las que me hacía mi madre —dijo, con una nostalgia casi inaudible.

Sophie giró apenas el rostro, curiosa.

—Me gustaría verla.

Lilith se inclinó y le besó la coronilla con una dulzura que parecía detener el tiempo.

—Yo también —susurró.

Al terminar el peinado, Lilith la miró con ternura.

—Listo. Anda a buscar la mochila, ya casi es hora.

Sophie asintió y corrió hacia su cuarto. Lilith, al verla alejarse, sintió que una imagen le atravesaba la conciencia: ella misma, de niña, caminando de la mano de su madre. La nostalgia le aflojó el gesto. Cerró los ojos apenas, hasta que un sonido agudo que venía de la calle le sacudió el pecho.

Frenos. Un chirrido repentino, seco, brutal.

Un dolor sordo le atravesó la sien. El recuerdo llegó como un cuchillo sin aviso: el golpe de un auto contra algo indefinido, el rostro empapado en lágrimas de una niña de ocho años y una voz, la de una anciana, diciéndole: "Ahora vivirás conmigo".

Al abrir los ojos, Lilith estaba de pie aún, tambaleante. Se sostuvo del respaldo del sillón, cerró el recuerdo con un pestañeo largo y trató de recuperar el aliento. No dijo nada. Se alisó el cabello con las manos, respiró hondo y siguió con su rutina.

La noche llegó como una manta húmeda. Jay entró por la puerta con varias bolsas en la mano. Lilith limpiaba la mesada de la cocina, concentrada.

—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó él, mientras dejaba las bolsas sobre la mesa.

—Bien. Terminé todo lo que tenía pendiente. ¿Y el tuyo?

Jay empezó a contarle cosas triviales. Ella giró la cabeza para escucharlo, pero algo en el rabillo del ojo le llamó la atención. Una maceta, una cualquiera, tenía un fallo. Una de sus hojas parpadeaba como si existiera a medias: aparecía y desaparecía, como un error gráfico en una simulación.

Lilith dio un paso, intrigada.

No llegó a dar el segundo.

Su cuerpo se desplomó, sin aviso, como un árbol talado por dentro.

Jay, quien estaba sentado. Por un instante, sintió una presión en las sienes, como si algo desde dentro intentara romperle el cráneo. Cerró los ojos, y al abrirlos, el mundo parecía diferente. Se agarró la cabeza, mareado.

—¿Qué… qué pasó?

Parpadeó. El aire parecía cargado.

—¿Lilith me hechizó?

Giró. Y la vio.

Tirada en el suelo, el cuerpo inerte, el rostro pálido, sin expresión.

—¡Lilith! —gritó, corriendo hacia ella.

Le tomó la muñeca. El pulso era irregular, débil. Jay no sabía qué hacer, ni por qué sabía que no recordaba lo que había hecho durante… ¿Cuánto tiempo? El pánico comenzó a subirle por la garganta.

Y Lilith, por fin, no pudo seguir sosteniendo la ilusión.




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