Between home and dream

Capítulo 18: Salvación

Lilith yacía en el piso. Jay se inclinó junto a ella, intentando comprender qué había pasado. Su respiración era agitada, y lo más sensato que pudo pensar fue tomarla en brazos y llevarla a la cama.

La acomodó con cuidado sobre las sábanas. Mientras se daba media vuelta para salir, un pensamiento fugaz le atravesó la mente: ¿Y si todo esto es solo otra artimaña suya para despertar mi compasión?

Pero en ese instante, Lilith abrió los ojos.
—Qué bueno que no te fuiste… —susurró.

Jay se giró de inmediato hacia ella y se arrodilló junto a la cama.
—Lilith… ¿Qué te pasó? —preguntó con seriedad.

Ella apartó la mirada, minimizando su estado. Alegó que quizá se debía a no haber comido lo suficiente.
—Estás demasiado pálida para que sea solo eso —replicó Jay—. Lilith, necesitas ayuda. Estar aquí no te va a mejorar.

Lo dijo intentando razonar, buscando quizá una forma de salir de la ilusión sin conflicto.

—Estoy bien —interrumpió ella, cortante—. Solo tengo que descansar y me recuperaré.

Jay comprendió que insistir solo la alteraría más. Respiró hondo.
—Está bien… —murmuró—. Estaré afuera, si necesitas algo.

Salió y cerró la puerta. Caminó hacia el comedor, y en ese trayecto una lluvia de recuerdos lo golpeó: la guerra y el ruido seco de disparos, la calidez de los días en esta ilusión, y aquella tarde lejana en que había ayudado a Lilith en la secundaria. Imágenes que no encajaban entre sí, pero que le revolvieron la cabeza.

Se detuvo. La decisión se enfrió en su interior, firme como una piedra: tenía que hacer algo.

Giró sobre sus pasos y se dirigió al garaje. Abrió la puerta y fue directo al baúl del auto. Allí estaba el grimorio. Lo tomó y lo abrió, hojeando hasta encontrar de nuevo el ritual. Releyó la línea clave: “El conjurador debe tener un control emocional total sobre la ilusión. De lo contrario, habrá consecuencias.”

Ató todos los cabos: el deterioro físico de Lilith, su debilidad reciente, los fallos en la realidad.

Cerró el libro con un golpe seco y lo aferró como si temiera que se le escapara. Al cruzar la sala, se encontró con Sophie.
—¿Mamá está bien? —preguntó ella, con un hilo de voz.

Jay sintió la presión aplastarle el pecho. Le acarició la cabeza.
—Mamá está bien, Sophie… solo quiere descansar.

Sin mirar atrás, subió a su habitación. Buscó una mochila, guardó el grimorio y, vigilando que el pasillo estuviera vacío, regresó al garaje.

Abrió la puerta despacio. Se deslizó dentro, subió al auto y encendió el motor con nerviosismo. Apenas arrancó, metió los cambios y aceleró, alejándose de la casa.

En el dormitorio, Lilith descansaba, pero el ruido del motor la hizo abrir los ojos. Se incorporó, alarmada, y llamó a Sophie.
—¿Escuchaste eso? ¿Era el auto de papá?

—Sí —respondió la niña—. Era el suyo.

Lilith palideció. Jay se había ido… escapando, dejándola con un profundo vacío que le oprimió el pecho.




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