Jay vagó por los callejones hasta encontrar su auto. Subió con la mente casi en blanco, el dedo índice golpeando el volante como un tambor de espera. Encendió el motor y condujo sin mirar nada más que el camino, hasta estacionar frente al garaje. Agarró el grimorio y salió del auto, respirando hondo.
La puerta crujió al abrirse. En la sala, Lilith y Sophie lo esperaban en el sofá, madre e hija, tan juntas que parecían una sola sombra bajo la luz tenue.
—Ya volví —dijo él, cortando de golpe la tensión que llenaba la sala.
Lilith forzó una sonrisa hacia la niña:
—¿Viste, tesoro? Te dije que tu padre volvería.
Jay no respondió. Caminó un paso hacia adelante, el libro apretado contra el pecho.
—No volví por eso. Volví porque descubrí lo que necesitaba.
Lilith lo miró, y el brillo en sus ojos se quebró.
—¿Descubrir… qué?
Jay levantó apenas el grimorio.
—Este libro me reveló todo. Incluso lo que al principio parecía imposible de ver. Ahora lo entiendo.
Sophie, encogida en el sillón, jugaba con los pliegues de la falda de su madre.
—¿Entender qué, Jay? —susurró Lilith, con un nudo en la garganta.
Él la observó fijo.
—Que esto… —alzó la mano y señaló alrededor: la sala, la casa, el mundo— no puede sostenerse más. Te está consumiendo, Lilith. Esta ilusión te está matando.
Lilith apretó a Sophie contra su pecho, las lágrimas cayendo sin control.
—¿Ilusión? Esto es nuestra vida, Jay. La hice con amor, no con mentiras. Todo lo que ves… lo hice para nosotros.
Jay sonrió, amargo.
—Lilith… nuestra hija… no es lo que creés. Está… dentro de tu cabeza.
Ella cerró los ojos con fuerza, temblando.
—¡No digas eso! Sophie… es nuestra hija.
Lilith se abrazó a la niña con todas sus fuerzas, como si pudiera impedir lo inevitable.
—No tengo otra elección —susurró Jay con voz áspera.
Temblando, sacó el arma de la chaqueta y la levantó, no contra Lilith, sino hacia la nada. El cañón temblaba, como dudando a quién apuntar.
—Quiero que me respondas, Lilith —dijo con los dientes apretados—. ¿Qué quieres salvar? ¿Esta vida… o tu vida?
Ella lo miró, desconcertada, las manos temblando.
—Por siempre y para siempre, Jay. Esta vida.
Él bajó los párpados, una lágrima resbalándole por la mejilla.
—Entonces yo… elijo la tuya.
Jay apretó el gatillo. El cañón se desvió en el último instante.
—¡Nooo! —gritó Lilith.
El disparo tronó en la sala, y todo se tiñó de negro.