Between home and dream

Capítulo 21: Volver a la oscuridad

Jay despertó en el suelo. La casa a su alrededor estaba destruida, sucia, abandonada; cada rincón parecía susurrar abandono. Con voz apenas audible murmuró:

—¿A dónde me llevó Lilith?

Al girar, la vio: Lilith dormida a su lado. Su corazón se tensó. Siempre estuvo aquí… Le revisó el pulso: aún viva. Un suspiro escapó de sus labios.

—Perdón, Lilith… tenía que destruir el tótem. —Habló entre dientes mientras la levantaba con cuidado.

La puerta ya no estaba en su lugar; pudo salir sin dificultad. Afuera, la ciudad permanecía distante, silenciosa. Mirándola, murmuró:

—Fuiste bastante inteligente… nadie vendría a husmear en una casa así.

El ruido de autos lo sobresaltó. Se apresuró hasta la calle y logró detener uno:

—Hola, disculpe… es una urgencia. Mi esposa se desmayó. ¿Podría llevarnos al hospital?

—No hay problema, suba —respondió el conductor.

En el hospital, bajó a Lilith y agradeció al hombre. Frente a la recepcionista explicó:

—Mi conocida se desmayó en su casa. Necesito ayuda.

Ella pidió solo su nombre para la ficha médica:

—Jay Thompson.

Mientras los enfermeros llevaban a Lilith a la sala de examen, Jay se refugió en el baño. Cerró la puerta tras él, se lavó la cara y se miró en el espejo, como dudando de la realidad misma. Golpeó suavemente el vidrio:

—Si esto es real… —susurró, moviendo la cabeza.

Al salir, vio a una señora con muñequitas de niña.

—Son para regalar a los pacientes —dijo amablemente.

Jay sonrió, recordando a Sophie, y guardó una en su bolsillo.

De vuelta en la sala, un neurólogo lo llamó:

—Hicimos varios estudios para despertar a su conocida, pero no funcionaron. Entonces le hicimos una resonancia para ver qué pasaba y mostró que su cerebro está en coma. En mi experiencia, no puedo decir cuándo despertará.

—Gracias —respondió Jay, con la voz baja.

Se volvió hacia Lilith. Allí estaba, dormida, sola, indefinidamente. Suspiró, sin palabras que pudieran abarcar lo que sentía. Solo susurró:

—Ojalá algún día despiertes, Lilith.

Colocó la muñequita en la mesita de luz y salió. Afuera, metió la mano en su bolsillo y encontró billetes para el transporte público. Caminó hasta la parada, admirando las estrellas como nunca antes. Las atesoró.

Subió al autobús, pagó su boleto y se sentó en el asiento más lejano. Apoyó la cabeza contra el respaldo, los hombros pesados, temblorosos. El mundo parecía haberse vuelto un eco difuso.

Miró por la ventana: luces que se desvanecían, sombras que se alejaban. Cada movimiento del autobús acentuaba su sensación de suspensión, como si flotara en un espacio donde nada permanecía. Frotó los ojos, dejó que los dedos golpearan suavemente el respaldo frente a él, buscando un punto firme en el aire.

Cerró los ojos un instante, respiró hondo y los abrió de nuevo. Su reflejo en el vidrio parecía un hombre que se sostenía apenas a sí mismo, atrapado entre el rumor del mundo y el silencio que dejaba la ausencia. Las luces de la ciudad continuaban su curso, indiferentes, y él se quedó con su quietud, intentando aferrarse a algo que todavía tuviera peso.




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