Mis vans hacen un sonido de golpeteo mientras piso fuerte en mi camino a casa. La grava suelta en el borde del camino, salta por mi ira rebotando en frente de mí y luego cayendo por el terraplén.
No puedo creer que esté en esta situación. ¿Cómo pudo mi novio ser tan imbécil? Cruzo mis brazos y tiemblo intentando bloquear los últimos treinta minutos de mi mente. ¿Qué pensaría la gente? Pestañeo lágrimas mientras imagino el árbol del chisme sacudirse con júbilo. ¿Cómo voy a enfrentar a todos mañana?
Debería sólo haberme rendido y haber hecho lo que él quería. Lo he hecho antes.
Levanto la mirada al cielo nocturno.
Está despejado y frío. Las estrellas están brillantes sin luces de la calle para esconder su resplandor. Supongo que es alrededor de media noche. No puedo ver mi reloj en esta tenue iluminación. Apenas puedo ver dos pasos en frente de mí.
Un viento frío silva a través de mi ropa y deseo, de nuevo, no haber elegido usar una camiseta sin mangas con un profundo cuello en V. Tal vez Steve tenía razón. Me había vestido para eso.
Bajé la mirada a mis vans negras y jeans tan ajustados que tendrían que ser arrancados. De pronto me siento como un prostituto. Mi labio inferior tiembla. Puedo sentirme desmoronando. Lucho por mantener la compostura.
Estoy atrapado en el medio de quién sabe dónde. No tengo idea de cuánto tiempo me tomará caminar a casa... ni siquiera sé en qué dirección está mi casa.
Steve dijo que sería romántico, el mejor panorama que había encontrado, pero no era un pintoresco mirador. Sólo era un claro de oscuridad donde las travesuras no podrían ser descubiertas.
La bilis se revuelve en mi estómago.
Las placas de perro tintinean contra mi esternón. Puedo sentirlas moviéndose adelante y atrás a ritmo con mi marcha. Las agarro a través de mi ropa y las aprieto. Estoy tentado a quitármelas y lanzarlas a los árboles a mi lado, pero no puedo. Las culpo, sin embargo... bueno, no a ellas exactamente, sino a la persona que me las dio.
¿Por qué me las había puesto? Habían estado escondidas en el cajón de mi mesa de luz por meses. Las había visto cuando abrí el cajón para guardar mis auriculares y me había visto obligado a deslizarlas sobre mi cabeza y meterlas debajo de mi camiseta. Si no me las hubiera puesto, no habría pensado en él, y si él no hubiera estado nadando alrededor de la parte trasera de mi cerebro, no estaría en esta situación.
Sam Wilson.
Sam Wilson y su mirada de "deberías saberlo" tenía un montón de responsabilidad por esta noche. Comencé el largo descenso por el camino serpenteante, mi mente jugando conmigo.
Tal vez deberías llamar a Sam.
Hice una mueca.
Tú sabes que él vendría y te recogería.
- No lo haría. - Dije al aire. - Él me odia.
Fruncí el ceño.
Cara-cortada.
La palabra envió un estremecimiento por mi sistema y cerré la puerta en mi cerebro, podía callarse ahora.
No llamaré a Sam.
Busqué mi teléfono en mi mochila. Me detuve en mi camino para ver mejor, pero sin luz el intento era inútil. Parece que no llamaré a nadie. Apreté mis dientes y seguí caminando, acelerando mi paso mientras rodeaba la esquina. El viento silbaba a través de mi ropa de nuevo y temblé. Debería detenerme y ponerme mi chaqueta, pero no quería. Si sólo seguía caminando no tendría que detenerme y analizar realmente la mierda en la que estaba.
Mi cerebro no jugaba limpio y lo analicé de todas formas.
Era martes en la noche. La mayoría de los chicos de dieciséis años estarían en casa en sus camas habiendo terminado su tarea, visto un poco de televisión, y dicho buenas noches a sus padres, pero no yo, ¿cierto? Siempre tengo que hacer las cosas de manera diferente.
Pude sentir mi boca apretándose en una tensa línea mientras la simplicidad y bendición de ese tipo de día se sentía a cientos de kilómetros lejos.
Sacudí mi cabeza.
- ¿De qué estoy hablando? Mi vida es genial. - Dije la última palabra demasiado fuerte mientras continuaba convenciéndome. - Sólo he estado en el grupo de estudio.
Reí. ¿Por qué lo llamábamos siquiera así? Nunca estudiábamos. Era básicamente el tiempo de fiesta de la noche del martes.
Los padres de Wanda estaban fuera de la ciudad, así que habíamos puesto música y nos habíamos sentado junto al lago bromeando y riendo hasta que nuestros estómagos dolieron.
Sonreí mientras me imaginaba la escena en mi cabeza: amigos rodeándome, el brazo de Steve alrededor de mis hombros haciéndome sentir seguro.
Desearía que sus brazos estuvieran alrededor de mí ahora.
Me estremecí.
La segunda parte de la noche no había sido tan genial.
Envolví mis brazos alrededor de mí y apreté, intentando borrar los recuerdos, la mirada de molestia registrada en sus perfectas facciones, las duras palabras de disgusto y el sonido de rocío en hierba mientras se alejaba de mí.
¡Estúpido imbécil!
¿Quién lo necesita?
Ignoré el "tú lo haces" en la parte trasera de mi mente y suspiré. Levantando mi cabeza, aceleré el paso de nuevo mientras entraba a un oscuro pedazo del camino. Los árboles se alzaban por arriba e intentaba realmente duro no pensar en fantasmas y demonios mientras mi respiración se aceleraba.
El distante sonido de un motor me distrajo. El leve brillo de luces apareció detrás de mí y sonreí. Steve se sintió culpable. ¡Sí! Hombre, iba a hacerle pasar un infierno por esto.
Miré detrás de mí y la decepción abrasó mi interior. Las luces estaban demasiado abajo en el auto para ser Steve. Él manejaba un Jeep Chereokee. Este auto se veía más como un Sedan, ¿o tal vez un auto deportivo?
Jugué con la idea de sacar mi pulgar mientras se acercaba. Estaba seguro de que sería lo suficientemente seguro. Sólo pediría un aventón hasta Big Bear Village y luego caminaría desde allí. Nada de otro mundo. Tal vez hasta podría pedir un aventón a Los Ángeles. La idea de escapar atravesaba mi cerebro mientras apretaba mi dedo dentro de mi puño.