- ¡Buck!
Abrí mis ojos.
- ¡¡Buck!!
Me di la vuelta en mi almohada y vi el reloj en mi mesita de luz.
- ¡Buck! ¡Es hora de levantarse! Llegarás tarde a la escuela.
Registré la hora y me senté, la adrenalina bombeando a través de mi sistema. Odiaba llegar tarde por cualquier cosa. Estuve a punto de saltar de la cama, pero en cambio dejé salir un gemido. Mi cabeza se sentía como si estuviera llena de lodo y alguien estuviera usando mi cerebro como un bombo.
- ¿Buck? - Mi madre abrió la puerta sin golpearla y se asomó.
Odio cuando hace eso.
Le lancé una mirada fría.
- Mamá, te he pedido que me llames Bucky. Es lo que pusiste en mi acta de nacimiento, ¿recuerdas?
Mamá me miró sobre la cama y entornó la mirada. A la vez que sacudía la cabeza se dirigió a la puerta sin decirme una palabra.
Típico.
Quería gritarle que regresara y por lo menos respondiera, pero no podía. Quería gritarle por ignorar todos los problemas, pero nunca lo haría. Esta era mi vida. Me recordé, una vez más, que me acostumbraría... ¿no?
Incapaz de ignorar mi dolor de cabeza, lentamente me puse de pie, intentando recordar lo que había hecho anoche. Creo que había estado con Peter. ¿Steve también había estado ahí? Debió de haber estado. ¿Qué día era?
Volví a mirar mi reloj.
MIÉRCOLES, 18 DE SEPTIEMBRE
Escuela.
Tengo escuela... para la cual voy a llegar realmente tarde.
Bajando la mirada, noté que ya estaba vestido. ¿Dormí con la ropa puesta? Eso era muy raro. Nunca hacía esa clase de cosas. ¿A qué hora había llegado a casa? ¿Cómo había llegado?
Agarré mi mochila, la que había dormido en la cama junto a mí, y rebusqué en ella. Sacando mi pequeño espejo de mano, revisé mi aspecto. Mi cabello parecía un poco sin vida. Agarré mi cepillo y lo ordené. Me miré y el hecho de tener el pelo más o menos arreglado no me hacía ver mejor.
Mirando el reloj de la cabecera, decidí que no tenía tiempo para mucho más. El tiempo no me permitiría la perfección esta mañana.
Realmente odiaba eso. Pero prefería parecer un poco desaliñado que llegar tarde.
Creo.
Frunciendo el ceño, me volví a sumergir en mi mochila. ¿Dónde demonios estaba mi teléfono?
Tenía que llamar a Thor para que viniera a recogerme. Miré el reloj e hice una mueca. Él probablemente ya estaría en la escuela de todos modos. Si no escuchaba nada de mí para las siete treinta, siempre asumía que iba a faltar ese día. No lo había hecho en un par de semanas, pero como sea.
Hombre, si piensa que voy a faltar a la escuela sin él, se enfadará. No puedo imaginar los mensajes que tendré cuando encuentre mi teléfono. Mis labios se curvaron en un puchero.
Volviendo a meter mis cosas en la mochila, la enganché en mi hombro y salí por la puerta.
Supongo que tendré que pedirle a mamá un aventón.
Que horror.
Bajé las escaleras hacia la cocina y me detuve en el rellano. Como hacía cada mañana, miré la gran puerta de vidrio corredizo de la sala. El alto árbol de pino en nuestro patio trasero estaba allí de pie burlándose de mí. Al principio cuando nos mudamos aquí, papá nos prohibió escalarlo. Era muy alto y peligroso, pero eso nunca nos detuvo. Estudié sus ramas nudosas con un ceño.
Pasando una mano entre mi cabello, me aproximé a la cocina con pasos cortos.
- Mamá, necesito un aventón a la escuela.
- No lo sé, cariño, acabo de decirlo.
Me paré en la entrada de la cocina. Mamá no podía verme, estaba muy ocupada charlando en el teléfono.
- Bueno, ¿cómo debería saberlo? ¿Tú sigues cada uno de sus movimientos?
Ella dejó caer su taza de café con fuerza. El líquido negro saltó sobre el borde y aterrizó en la mesada. Se dio la vuelta para agarrar un trapo de cocina a la vez que su voz se hacía más audible.
- También es tu hijo, ¿sabes?
Me crucé de brazos. Así que estaba hablando con papá... sobre mí. ¿Cuál era su problema de todos modos? Iba a llegar un poco tarde a la escuela, no era como si me hubiera ido de fiesta toda la noche. ¿O sí lo había hecho? El dolor en mi cabeza sugería lo contrario. Me froté el ceño fruncido de la frente. ¿Había estado bebiendo?
No me extrañaría. Cuando se trataba de mis amigos no había gran diferencia entre las noches de escuela y los fines de semana. Si estábamos de humor, hacíamos que sucediera.
¿Qué habríamos hecho anoche? Me gustaría poder recordar.
- Sí. - Suspiró mi madre. - Llamaré a la escuela para asegurarme de que él se haya presentado.
Enjuagó el trapo y lo puso sobre el piso para secar.
- Síp. Te amo también. - Finalizó mamá, sonando todo menos amorosa.
Entré en la cocina.
- Voy a ir a la escuela, sólo para que sepas. Gracias por pensar tan bien de mí, por cierto. - Me crucé de brazos y la miré a la espera. - Si quieres que llegue a tiempo, tendrás que darme un aventón.
Mi madre me ignoró mientras tragaba lo que quedaba de su café y recogía sus cosas.
- ¿El tratamiento del silencio? ¿Así es como vas a estar el día de hoy? - Di otro paso en la cocina. - Es realmente maduro, mamá, una fantástica manera de castigar. Deberías empezar a escribir para una revista de paternidad.
Miró alrededor de la cocina, su mirada pasando sobre mí mientras se aseguraba de que todo estuviera bien.
Quería decirle que lamentaba enfadarla. Quería admitir que no tenía idea de lo que estaba haciendo anoche y que lamentaba si había llegado realmente tarde... otra vez. Pero sellé mis labios. No tenía interés en admitir que no tenía idea de lo que estaba haciendo... y además, luego de su inmaduro silencio, ella no se merecía una disculpa.
La seguí a la puerta, preguntándome si incluso debería molestarme en rogarle por un aventón. Imágenes de su aburrido coche y el tenso silencio eran bastante horribles, pero llegar tarde a la escuela también tenía consecuencias.
- Mira, mamá...
El teléfono me interrumpió. Abrió la puerta principal mientras lo sacaba y tocaba la pantalla.