La campana sonó momentos más tarde, y los estudiantes se apresuraron a recoger sus cosas. El Sr. Moffat estaba metiendo papeles en su maletín mientras salía por la puerta con todos los demás. Supongo que los estudiantes no eran los únicos que estaban desesperados por salir al final del día.
Sam se tomó su tiempo recogiendo sus cosas, sin duda esperando a que el salón estuviera vacío para poder hablar conmigo sin parecer un bobo total.
Mi teléfono sonó mientras los últimos estudiantes de último año salían por la puerta.
Sam dio un resoplido de disgusto y lo puso de golpe en la mesa.
- ¿Qué?
- Tus amigos dan asco.
- ¿Por qué? ¿Qué están diciendo? - Extendí mi mano hacia el teléfono, olvidando que mis dedos pasarían directamente a través de él. Sam dejó salir un suspiro y dio un paso atrás. - ¿Puedes leerlo por mí, por favor?
- No. - Sam agarró el teléfono y lo metió en su bolsillo.
- ¡Hey, ese es mi teléfono! Ahora léeme el tweet.
- Olvídalo.
- Sam. - Crucé mis brazos y forcé mi voz para que permaneciera calmada. - Yo...
- No te voy a leer el tweet, Bucky.
- ¿Por qué no?
- Sólo vamos a decir que la etiqueta ha cambiado.
- ¿A qué?
Sam suspiró y miró al suelo.
- No quieres saberlo, ¿de acuerdo?
Mi frente se arrugó y me tragó el dolor. Debía ser malo si no estaba dispuesto a mostrármelo. Odiaba estar tan desesperado por verlo a pesar de que probablemente dolería como el infierno.
- Dime. Necesito saber.
- No voy a hacerlo. - Sam caminó a zancadas pasándome y me paré en su camino. Él caminó directo a través de mí y ambos nos estremecimos. Se dio vuelta con un jadeo. - NO me hagas eso de nuevo. Nunca.
Dejó salir un suspiro y masajeó su frente.
- Dime lo que dice o te lo haré por el resto del día.
Él gimió y lanzó sus manos al aire.
- Ninguna de estas personas con las que pasas el rato se preocupan por ti. ¡Obviamente estás desaparecido y todo lo que ellos han hecho es comenzar un frenesí en Twitter sobre lo que podría haberte sucedido! - Sacó mi teléfono. - Algunos de estos mensajes son repugnantes, Buck. ¿Cómo puedes ser amigo de esta gente?
Su dulce desesperación ante mi situación tiró de fibras del corazón que no supe que tenía. Mis ojos ardieron mientras le respondía bruscamente.
- Porque no se preocupan por mí.
Los hombros de Sam cayeron y me miró confundido.
Tragué y continué como un idiota.
- Ellos son demasiado superficiales para cavar más profundo de la ropa que uso, o los zapatos que tengo puestos... o a qué fiesta voy... o con quién me acuesto. No se preocupan sobre mi forma de ser... y no quieren saber nada sobre quién soy realmente. Nunca lo sabrán y esa es la forma en que lo quiero.
- ¿Nunca sabrán qué?
- Nada. - Tragué. - Quise decir que ellos nunca me conocerán realmente. - Mi cubierta era tan patética, pero Sam misteriosamente lo dejó pasar.
- Sabes que eso es un desastre, ¿no? - La sonrisa que siguió su dulce declaración fue demasiado linda.
Mordí mis labios y asentí.
- ¿Estás bien?
Aclaré mi garganta en respuesta a sus palabras tranquilas.
- Ven, vamos a conducir por el parque nacional por un rato.
Crucé mis brazos y lo seguí.
- Sólo tengo que pasar por mi casillero primero.
Su ritmo era aún bastante rápido, pero logré mantener el paso mientras lo seguía a su casillero. Pasamos a Carol en el camino, ella le dio una sonrisa tímida y él le asintió de vuelta.
Quise burlarme de él otra vez, pero me obligué a salir con algo más. Lo necesitaba de mi lado, no diciéndome que cerrara mi boca de nuevo.
- ¿De qué es tu grupo?
Él se giró para mirar a Carol, luego de vuelta hacia mí con una mirada sospechosa.
- Sólo estoy preguntando qué es. - Levanté las manos.
Al detenerse en su casillero, marcó la combinación y miró para asegurarse de que nadie estuviera cerca. - Es sólo un grupo de niños de mi iglesia. Nos reunimos todos los viernes en la noche y pasamos el rato.
- ¿Y qué? ¿Leen sus biblias?
Sus cejas se unieron mientras trataba de esconder su sonrisa. - A veces. No siempre. Por lo general sólo nos reunimos para divertirnos un poco.
- ¿Qué tipo de diversión?
- Juegos, Paintball, películas... el pasado viernes entregamos barras luminosas, apagamos todas las luces y bailamos hasta cansar nuestros traseros.
Me reí.
- ¿Con cánticos?
- Está bien, tus ideas erróneas son aterradoras.
Cerró su casillero y la cremallera de su mochila.
- Bueno, discúlpame, pero nunca antes he ido a la iglesia.
- Tal vez deberías venir y echarle un vistazo.
- No, gracias. - Fruncí el ceño.
- ¿Crees que la única forma de divertirse es emborracharse, comprar ropa, salir con perdedores y decir cosas maliciosas sobre la gente?
Di un paso lejos de él. A pesar de que habían sido dichas con humor ligero, sabía qué había querido decir cada palabra.
- Vaya. - Tragué. - Realmente no te agrado, ¿verdad?
Sus ojos se llenaron rápidamente con pesar mientras ponía su mochila sobre su hombro.
- Te dejé mantener las placas de perro, ¿no?
Lo vi alejarse de mí, inseguro de si sentirme insultado o tocado. Pasar tiempo con él era lo más confuso que había hecho en mi vida. Me quedé allí como un idiota, inseguro de qué sentir.
Mi cuerpo fantasmal se hizo cargo y corrió tras él antes de que pudiera detenerme.
Lo alcancé y caminamos lado a lado. Él aclaró su garganta y olfateó, luego miró sobre su hombro derecho.
- Estoy a tu izquierda.
Su sonrisa apareció mientras me miraba. ¿Cómo podía alguien verse tan seguro de sí mismo y tan torpe al mismo tiempo?
- No puedo imaginarte bailando. - Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.
Sam se rió y susurró: - Créeme, si las barras brillantes no hubieran sido la única fuente de iluminación, no podrías haberme arrastrado de una silla.