En el mundo real, en el que todo es tangible, donde no hay vuelta atrás a lo que ocurre y la gente cada día se vuelve más gris e incrédula, suele costar cada vez más trabajo saber qué camino tomar sin pensar en la burla que serías ante los demás si cometes algún error. A pesar de ello, aún existe un pequeño porcentaje de humanos que no vive en ese mundo.
Beyza probablemente pertenecía a ese pequeño porcentaje, ella que jamás había sido el centro de atención en nada, ni en la escuela, ni en las fiestas, ni en su círculo de amigos aunque tampoco había sido la más insignificante de los demás. Ella no podía quejarse de cierta belleza que en ella había. Sí, era verdad que no tenía la piel más blanca y la voz más angelical que se podía escuchar, pero algo en sus ojos negros podía hacerte suspirar.
Cerca del departamento donde vivía Beyza, había un restaurante, el favorito de muchas personas. Ella ayudaba en el restaurante a su padre, el señor Esteban, que tenía ese negocio desde antes que Beyza naciera. Lo había iniciado con la mamá de ella poco después de contraer matrimonio. Beyza por lo general servía, limpiaba y en la mayoría de los casos, conversaba con los clientes mientras esperaban su comida.
En algún día de la vida de Beyza, amaneció como cada otro día. Ella salió de su departamento poco antes de que el señor Hugo, el vecino de enfrente, saliera por su periódico. El recorrido al restaurante fue como el resto de la semana y de la semana pasada y del mes pasado. Cuando llegó ya estaba abierto, todos acomodaban las mesas y sillas para esperar a los clientes. El tiempo transcurría muy rápido mientras organizaban todo. Pero el tiempo volaba en cuanto los clientes comenzaban a llegar.
-Pero que te digo, le dije a mi nachito que se cuidara, que eso de las enfermedades empeoraba si uno lo tomaba a la ligera- dijo la delicada voz de Margarita, la dulce ancianita que iba cada jueves por un café y el pan correspondiente a ese día.
-Sí la entiendo - dijo Beyza - pero me alegro mucho de que ya esté mejor después de la pérdida de Don Ignacio.
Aunque muchas personas sintieran que hablar a diario con los clientes era agotador, en cierta forma a ella le gustaba, jamás le había agradado hablar sobre ella misma y que otra gente lo pudiera hacer sin sentirse juzgados, le parecía encantador.
Ese día llegaron pocos clientes y a Beyza le vino bien, pues llevaba unos días que se sentía agotada. Pero ese día, aunque pintaba muy tranquilo, no sería muy usual al resto. Justo cuando ella se disponía a leer un poco, la campana de la entrada, sonó. Ella alzó la vista y solo vio que un sujeto pasó a la barra. Alcanzó a escuchar que sólo quería un café y un pan para llevar.
-Bey, cielo - le dijo su papá mientras se asomaba a la cocina - prepara un café con dos de azúcar y trae el pan. Para llevar.
-De acuerdo papá- dijo arrastrando las palabras.
Preparó todo muy rápido y colocó la bolsa con la orden lista en la ventana de la cocina que daba a las mesas, pero nadie la tomó.
-Papá, la orden está lista – dijo pero no hubo respuesta- !PAPÁ! - habló más fuerte.
-Bey, entrégalo estoy atendiendo en las mesas - Se enfadó y tomó la bolsa -Una disculpa por la tar...dan...za –se quedó muda. Casi paralizada.
-¿Beyza? -dijo aquel chico - ¿Qué haces aquí?
-¿Tú qué haces aquí?, pensé que te habías ido a vivir a otro lugar- habló ella apenas recuperando el color de la cara.
-Sí, pero volví. Me imagino que este es el maravilloso restaurante de tus papás - él sonrió.
-Sí así es. Poco después de que te fuiste comencé a trabajar aquí - Bajó la vista.
-Ya veo, ¿Y Bruno? - preguntó él con firmeza.
Ella no respondió
-Bien... - Dijo sin mirarla - Bueno, fue un gusto verte, gracias por el café - Extendió la mano con el dinero en ella.
-Así déjalo, está bien, yo invito.
-No - río - aquí tienes - puso el dinero en la mano de Beyza.
-Ok.
Y sin más, él salió. Ella sintió como un golpe en el pecho. No recordaba que aún tenía roto el corazón.
Después de ese día algo tenía intranquila a Beyza, algo aparte de ese encuentro con aquel chico. Las cosas ya no fluían como antes. Aunque ella sabía ciertamente que las cosas desde hace años no fluían bien.
Para empezar, el dinero que había ahorrado durante la universidad estaba a punto de terminarse y aunque amara su trabajo en el restaurante, sabía perfectamente que ese dinero no le sería de mucha ayuda. Quería darle un nuevo comienzo a su vida principalmente porque ella no estaba convencida con lo que tenía en su vida.
De vez en cuando se sentaba al lado de la ventana de su departamento, justo después de las 9:00 pm para prepararse una taza de té y mirar el cielo. Ahí solía sentirse mal por no disfrutar de las cosas que tenía, lo escuchaba tan a menudo por los demás, que de verdad creía que hacía mal con querer otro departamento, otro trabajo, otros amigos, otras cosas. Pero no tenía idea de cómo cambiar eso.
Jamás había estado feliz con lo que tenía, y siempre había algo que solía arruinar las supuestas etapas más felices de la vida. No iba a olvidar cómo sus compañeros de la primaria se reían de ella por ser la más bajita o por no tener novio a los 11 años. O cuando tenía 14 y todas sus amigas ya habían besado a mínimo dos chicos y ella apenas si lograba ver de reojo al muchacho que con solo mirarla la hacía enrojecer. Ni hablar de los trágicos 17 años y las peores decepciones amorosas, familiares, escolares etc. Cuando lo pensaba le parecía ridículo.
Editado: 27.11.2020