Era un domingo 12 de agosto. Me encontraba caminando por un largo sendero que horas antes un leñador me había indicado que me llevaría a la salida de este bosque. Aunque parece inofensivo, sé que no lo es. En aquel tiempo, vivía en una pequeña población a las afueras de la ciudad, y desde que tengo memoria es un lugar tranquilo. Ese día, llevaba una vieja mochila llena de frutas, y mi compañero de viajes, el tío Tonny, un viejo oso de peluche que me regaló la abuela Cristina cuando cumplí cinco años, desde entonces, al momento de viajar no lo pierdo de vista.
Estaba cansada. El hambre y la sed me estaban ganando en la lucha, a pesar de eso no me rendí, porque tenía la esperanza de que saldría en cualquier momento. Si tan solo hubiera ignorado ese sonido de cascabel, no estaría pasando por esto. Seguí caminando por casi cuarenta y cinco minutos, luego comencé a escuchar voces, voces de niños. Eran los sobrinos de la señora Bianca (muy antisocial y misteriosa). Tan solo recordar su cara me provoca correr de manera supersónica.
Al final, salí de ese espantoso, callado y aparentemente inofensivo bosque. Di unos cuantos pasos y me acerqué a uno de los pequeños, le pregunté qué estaban haciendo ahí. Luego de un corto silencio de cinco segundos me dijo:
—Jugábamos con una casa de insectos, pero la tía Bianca nos dejó aquí.
Cuando le pregunté por el tiempo que había transcurrido, comenzó a llorar y me dijo con la voz entrecortada: " tres horas". Siempre supe que esa mujer tenía un mal corazón, pero abandonar a sus sobrinos, llegar a tal punto de hacerle eso a tres hermosos angelitos, no tiene perdón.
Les dije que los llevaría a casa. Me acerqué a la carretera y a lo lejos vi cómo se aproximaba un pequeño camión, comencé a mover los brazos en señal de ayuda. Era el señor Samuel, dueño de un criadero de cerdos.
Le conté lo sucedido, dijo que abordáramos y nos llevó hasta el pueblo. Los padres de los chiquitines estaban desesperados, vi a su madre llorar como loca. La pareja de esposos me invitó a su casa; me brindaron alimento y tuvimos una charla de media hora. Me sentí tan feliz de haber ayudado a esa familia, me despedí y emprendí una caminata de seis calles.
Llegué a casa, y lo primero que hice fue tomar un buen baño, luego ir a dormir. Pero antes de hacerlo pensé por unos minutos en esas horas eternas que pasé en el bosque creyendo que no saldría viva, o peor aún, que hubiera sido de esos niños. Lo importante es que tanto ellos como yo estábamos bien.
De repente me quedé profundamente dormida, me desprendí por completo del mundo exterior. No sé cuántas horas pasaron ni me interesa saberlo. Al despertar me sentía como nueva, totalmente llena de energía. Me levanté y bajé al primer piso, vi a mi familia tandespreocupada como siempre. Los saludé y me saludaron con entera naturalidad.
Me senté en el sofá esperando un fuerte regaño de mis padres, pero no lo conseguí, creí por un momento que continuaba dormida, me pellizqué el brazo izquierdo bajo la mirada fija de mi padre. Él lo único que pronunció luego de casi diez minutos fue: "No estás soñando, Virginia".
Me quedé literalmente como una estatua, sin poder mover un músculo y sin pronunciar una sola palabra. El punto es que lo dijo con un tono de voz tan dulce como un caramelo que yo no podía creer lo que estaba ocurriendo a mí alrededor. Mi madre solo dijo que no regresara al bosque por nada del mundo, y mi hermano sonreía como si nada hubiera pasado.
Ha de ser porque los niños me "salvaron la patria". ¡Si! supongo que ese fue el motivo, pero de todas formas debían reprenderme por mi rebeldía. Por más de una vez intenté hablar, pero estaba tan sorprendida que no podía hacerlo. Intenté preguntarles por qué no me castigaban o algo. Tal vez tenían pensado hacerlo en otra ocasión. Cuando haya superado lo que ocurrió en la sala.
No fue un excelente día para mí, lo único que puedo decir es que era el peor día de mi vida hasta ese momento, y que no le deseo ni a mi peor enemigo que viva lo mismo que yo. Al ver que nada ocurrió, decidí subir a mi habitación y leer un poco, pero no dejaba de pensar en aquello. Cada vez que intentaba hacer algo, los rostros de esos niños invadían mi mente.
En ese entonces, sentía la necesidad de verlos y preguntarles cómo estaban, o de salir corriendo a la casa de Bianca y darle su merecido, pero siempre recordaba que estaban junto a sus padres y me sentía aliviada. Cuando por fin pude olvidar (hablo de olvidar en un corto tiempo), me concentré en el libro, pero algo me molestaba, tenía la sensación de que me observaban y lo peor de todo es que yo estaba en la ventana. Me asomé y vi una silueta femenina dando el frente hacia la casa. Sentí tanto miedo que mi reacción fue cerrar las cortinas y apartarme, bajé a decirle a mi familia, pero nada dio resultado. Cuando mi padre y mi hermano salieron con el perro a ver, ya no había nada.
— ¿Segura que había alguien ahí? ¿No lo habrás imaginado? — dijo mi madre mientras sujetaba un garrote.
—Si madre, ¡lo juro! Miraba hacia mi ventana.
Mi padre y mi hermano volvieron; no había nada y el perro no había dado señal de algo extraño en nuestro territorio. De todas formas, estuvimos alerta ante cualquier actividad extraña en los alrededores de la casa. A la mañana siguiente, salí a trotar como de costumbre, y vi a esa malvada mujer.
La vi tan tranquila como nunca, estaba sentada en el jardín delantero de su casa. La gente del pueblo sabía lo que había hecho. Ahora con más razón la apartaban de la sociedad. Aquí entre nosotros, en el pueblo se decía que la señora Bianca era bruja, y por lo que veo, sí.