Bianca

Capítulo 3

Camino a la ciudad, mi hermano adivinaba el idioma, pero no daba resultado. Le dije en varias ocasiones que esperara hasta llegar al museo. Solo nos tardamos una hora de viaje desde el pueblo hasta la gran ciudad. 

Al llegar al museo, buscamos al señor Thomilson, quien habla diez lenguas y cinco dialectos. Le mostramos la nota y dijo que era esperanto. Esta palabra traducida al español quiere decir "venganza". 

—¿Será posible? es una lengua perdida —dijo Demetrio. 

Hay partes que aún conservan este idioma— respondió el señor Thomilson. Luego añadió— ¿vinieron hasta aquí solo para eso? 

—¡Sí! —respondí 

Le explicamos todo, con lujos y detalles. El señor Thomilson (gran amigo de nuestro abuelo) nos dijo que debíamos tener cuidado; sobre todo en el camino, ya que por lo general a Bianca le gustaba perseguir a las personas que "echaban a perder" sus planes. 

—¿Conoce usted a Bianca?—preguntó Demetrio sorprendido. 

—Lamentablemente, hijo, vi a Bianca crecer. Siempre tan oscura y siniestra. — dijo el señor Thomilson con una mirada de nostalgia. 

—¡Wow!—exclamó Demetrio — ¿qué más sabe sobre ella? 

—Bueno... Siempre ha tenido cierta inclinación por la magia negra. Cuando iniciaba su adolescencia optó por practicar vudú. 

Mi hermano y yo entramos en shock. Demetrio me dijo que no volviera a acercarme a esa malvada mujer. Cuando caminábamos hacia la salida, el señor Thomilson dijo lo siguiente: "¡Jovencita! no interfieras en sus rituales, o serás su próxima víctima". 

Demetrio y yo nos miramos las caras y seguimos caminando. Al abordar el auto, me puse a pensar, ¿A qué se refería el señor Thomilson con esa frase? ¿Será que Bianca había hecho cosas malas anteriormente? y si es así ¿qué atrocidades hizo y por qué? 

Camino al pueblo, algo extraño pasó. Una espantosa criatura se atravesó, menos mal que mi hermano siempre ha sido un gran conductor, de no ser así, quién sabe qué hubiese sido de nosotros. Tal vez no estaría aquí contándote sobre la mujer que alguna vez intentó arruinar mi vida y la de mi familia.

 

Como siempre, no le dimos importancia. Tal vez era una trampa, quién sabe. Pudo haber sido Bianca. Recuerdo que el señor Thomilson nos advirtió que debíamos tener cuidado en el camino, porque a ella le gustaba seguir a las personas. Esa bruja, quizá usó un conjuro para transformarse en esa fea criatura. ¿Qué sé yo?




 

Repito que del pueblo a la ciudad hay una hora. Pero esa hora se convirtió en un siglo, es como si retrocedieramos o el pueblo se alejara. Cuando por fin llegamos a casa, Demetrio subió a su cuarto y se acostó. Estaba agotado, por mi parte decidí salir a jugar con el perro. Hace rato que no lo hacía. 

 

— ¡Tyson! Tyson! ¿dónde estás muchacho? 

El perro salió de su casita y llegó hasta mí en medio de estirones. A veces era un poco perezoso. Jugando con Tyson encontré otra nota. Decía "vêngo". Llamé a Demetrio para mostrarle. Cuando bajó, me dijo que me quedara en casa, iría a ver a Bianca una vez más, pero recordó que esa bruja amenazó con destruir el puesto de trabajo de papá. No hizo nada aparte de buscar una caja. 

—¿Eso para qué es?— pregunté. 

—Para "coleccionar" las cartitas de Bianca— Respondió mientras doblaba el papel y lo guardaba en la caja. 

No tenía ni la más remota idea de por qué quería guardar esas cosas. Cuando nos sentamos bajo el árbol a aprovechar su sombra y disfrutar del aire fresco, la vimos pasar. Es como si nos espiara, mi hermano me dijo que la ignorara y así fue. 

Bianca iba y venía constantemente, vacilaba y miraba mucho hacia la casa, como provocandonos. Ella no solo tenía fama de bruja, sino de chismosa y problemática. 

— ¡Vamos a la cafetería! —dijo mi hermano mientras se ponía de pie. Me dio la mano para ayudarme a levantar.

 

   — ¿Y Tyson? —pregunté preocupada. 

 

 —Lo dejaremos en casa de la señora Rocío. Sabes que ella ama a los animales. 

Sentí un gran alivio, caminamos hasta la casa de la señora Rocío y le dejamos al perro por media hora. Sus hijas se llenaron de alegría pues a ellas les encantaban los animales. Por un momento nos olvidamos de todo, y charlamos de otras cosas camino a la cafetería. 

Caminábamos abrazados, sonreímos como solíamos hacerlo en nuestra infancia. Cuando éramos felices, recordábamos cuando solíamos vivir tranquilos. En realidad, este calvario comenzó cuando al salir del bosque vi a los niños. A veces siento que todo esto fue mi culpa.

 Habíamos llegado a la cafetería, nos acomodamos, el mesero llegó y tomó apuntes de 

nuestro pedido. 

—¿Sabes algo hermanita? El día que tenga mi propia casa te llevaré conmigo... Así que no estaré solo— dijo con un gesto de ternura, luego añadió: — de paso haces los quehaceres de la casa— y comenzó a reír. 

—Eres un tonto, mal hermano...— dije entre risas. 



 

Había llegado nuestro pequeño pedido, juntos disfrutamos el sabor del café con crema y seguíamos recordando las navidades y las pascuas. Alguien entró a la cafetería, lo supimos porque sonó la campanilla que está en la parte superior de la puerta. Se sentó justo en frente de nosotros, nos miraba fijamente. Ya comenzábamos a sentirnos incómodos pues no estábamos acostumbrados a este tipo de situaciones. Mi hermano hizo contacto visual y luego de unos segundos le preguntó: 

—¿Pasa algo? ¿Le molesta nuestra presencia? ¿Le molesta lo que hacemos? 




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