Bicolor

Capítulo 4

 

 

 

FÉLIX

 

Sé que me lo había ganado, pero no me hacía gracia la fama que tenía en la escuela. 

Era una putada. Vale, sí: que a los trece y catorce años se me había pasado un poco la mano con algunos alumnos y maestros. Pero yo había cambiado, tenía sentimientos. Ya no me metía en líos e incluso había subido las notas. ¿No merecía un poco de crédito por ello? En el fondo, estaba bastante dispuesto a sostener una conversación amable con todo aquel que fuera amable conmigo.

Sin embargo, las cosas no estaban a mi favor. Desde el primer momento en que pisé esa escuela, y los idiotas me acusaron de haber robado, nadie me quería cerca. A mis espaldas, sé que decían cosas: que les sacaría el dinero si no se andaban con cuidado a mi alrededor, que todos los amarillos éramos delincuentes, que tenía cara de demente.

Al menos solo se burlaban de mí a mis espaldas. Si demostraba que aquello me afectaba, sería como ofrecerme en pedacitos sobre una bandeja. Me transformaría en el cliché del chico al que todos hacen bullying porque no es capaz de defenderse.

A veces, es mejor que el mundo te tenga miedo a volverte una víctima del mundo. 

Lucas Morel, por ejemplo, no era una persona amable. La antipatía que me tenía, con ese suspiro resignado y los hombros rígidos, como si yo fuera el mismísimo Charles Manson, me puso de los nervios. 

Al final, el tipo resultó ser un mierdita monumental. Exhibía aires de intelectual quejoso y un disgusto constante en la mirada, pese a tener unos ojos azules bastante bonitos. Si no fuera por su expresión apática, de cortesía constreñida, resultaría hasta deseable.

—¿Félix?

La voz ansiosa y aprensiva de mi hermana desde el otro lado de la puerta me arrancó una leve sonrisa. Entre mis manos, la rata aún se retorcía.

—Ya, ya voy.

—¿La mataste ya? ¡Félix! ¿La mataste?

—Bueno...

La rata me rasguñó, aun intentando librarse. Pero no me había mordido. Eso era una buena señal. Escuché el sonido de la puerta abriéndose a mis espaldas y, a continuación, el agudo chillido de Irene:

—¡¿Qué estás haciendo?!

—La baño.

—¡¿Bañando a la rata?! ¡Te dije que la mataras, no que la bañaras!

Eché un poco más de jabón en mi mano y froté el lomo del roedor, sin inmutarme. Este agitaba ahora agitaba sus bigotes, olisqueando mis manos sin dejar dar graciosos latigazos con su larga cola amarilla. Temblaba y seguía intentando arrancarse, pero no era violenta. Irene se acercó de forma cautelosa, con una mano en la boca; los ojos abiertos y asqueados.

—Cálmate, Irene. Te juro que no hace nada.

—Félix –Su voz era ahora suave y contenida. Temí que me diera en la cabeza con la escoba que llevaba en la mano—. ¿Qué estás haciendo?

—No puedo matarla.

—Entonces sácala de la casa.

—No.

—Félix...—empezó a decir entre dientes.

—Se llama Ziggy, en honor a David Bowie –Sostuve a la rata articulando una sonrisa y froté cariñosamente su panza; los pelos amarillo oscuro se le pegaban a la piel de forma bastante hilarante. Ahora que estaba limpia, parecía mucho más tierna—. ¿Te gustó el baño, eh, Ziggy?

Volvió a olisquearme.

—¡Félix!

Miré a mi hermana con expresión suplicante.

—Deja que me la quede, ¿vale? No me dejaste tener un perro porque según tú comen mucho y no tenemos dinero. Tampoco me dejaste tener un gato porque te dan alergia.

—¡Es una rata!

—No seas especista.

—¿Qué cosa?

—Decides qué criatura vale más porque crees que eres superior solo por haber nacido humana. ¿Por qué una rata de alcantarilla sería inferior a una mascota tradicional?

—A ver, mira...

—... asumes que merecen morir solo por ser estéticamente menos agradables. Pero ellas son inteligentes. Se las arreglan para buscar su propia comida y sobrevivir...

—Félix, escucha...

—...las ratas también tienen derechos, ¿sabes? A mí también me tratan como a una rata solo porque creen que soy un puto friki por usar ropa azul y haberme portado un poco mal el año pasado.

Irene alzó las cejas con ironía.

—¿Un poco?

Sostuve a Ziggy sobre la palma de mi mano, acariciándola detrás de la oreja con el dedo. El animal correteó por mi brazo hasta mi hombro y allí empezó a acicalarse el pelaje mojado. Con un profundo suspiro, Irene alzó los ojos y las manos en actitud implorante hacia el techo, para luego resoplar y marcharse a la cocina. Sonreí. En el fondo, mi hermana era una blandengue.

Irene estaba curada de espanto conmigo, después de todo. Durante dos años consecutivos, me había dedicado a meterme en un problema tras otro.



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En el texto hay: romance, lgbt, bisexual

Editado: 02.09.2020

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