Bienvenidos a Springvale

IX . Whispershill

Habían pasado ya más de diez minutos desde que los demás se habían marchado. La calle estaba en completo silencio, salvo por el leve murmullo del viento que arrastraba la niebla, envolviendo las farolas en un resplandor difuso. Rose y Slade seguían ahí, inmóviles, como si el tiempo se hubiese detenido alrededor de ellos.

El aire frío se volvía más denso, y la humedad de la niebla se adhería a sus ropas y cabellos, dejándolos con una sensación húmeda. A pesar de ello, ninguno hacía el menor intento por moverse. Rose cruzó los brazos sobre su pecho, sintiendo cómo el frío calaba a través de la tela de su chaqueta.

Slade, por su parte, permanecía apoyado contra el coche donde había estado todo el rato, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta. Su postura era relajada, casi indiferente, como si la fría noche no le afectara en absoluto. Su mirada estaba perdida en algún punto del cielo oscuro, donde las estrellas apenas se asomaban entre los jirones de niebla.

Rose chasqueó la lengua, exasperada.

—¿Tienes pensado pasar la noche aquí o solo te gusta hacer de estatua? —inquirió, rodando los ojos.

Slade apenas giró la cabeza hacia ella, esbozando una media sonrisa.

—¿Es que acaso tienes un plan mejor? —replicó con su habitual tono despreocupado.

Rose soltó un resoplido y lo fulminó con la mirada.

—¿Desde cuándo se responde a una pregunta con otra pregunta? —espetó, cruzando aún más los brazos.

—Acabas de hacer lo mismo. —Slade alzó una ceja, disfrutando de la pequeña batalla verbal.

Rose sintió cómo su paciencia se evaporaba poco a poco.

—Cuando te pones así, me sacas de quicio. —Gruñó, con los dientes apretados.

Slade soltó una leve carcajada, aquella risa burlona que tanto la sacaba de sus casillas.

—Me lo pones a huevo —dijo encogiéndose de hombros—. Además, es mucho más divertido estresarte que responder a cualquiera de tus preguntas.

Rose frunció el ceño y apretó los puños dentro de los bolsillos de su chaqueta.

—Eres imposible —bufó, girándose levemente hacia la calle, como si en cualquier momento fuera a dejarlo ahí parado y marcharse.

Slade no respondió de inmediato. Simplemente la observó, con una expresión que resultaba difícil de descifrar. Luego, con la misma calma exasperante de siempre, se separó del coche y dio un paso hacia ella.

—Vamos, admítelo, te gusta discutir conmigo —murmuró, acercándose ligeramente a paso lento pero firme hacia ella.

Rose sintió un escalofrío recorrer su espalda, aunque no supo si era por el frío o por la cercanía de Slade.

—Déjate de tonterías —musitó, sin mirarlo.

Slade sonrió de medio lado.

—Entonces, ¿vamos a tu casa o prefieres seguir aquí hasta convertirnos en estatuas de hielo?

Rose tardó un par de segundos en responder. Al final, resopló resignada.

—Vamos. Pero que quede claro que no pienso aguantar más de tus chorradas esta noche.

—Lo que tú digas, jefa.

Slade echó a andar con tranquilidad mientras Rose lo fulminaba con la mirada, preguntándose por qué demonios había aceptado su compañía. Sin embargo, una parte de ella, aunque se negara a admitirlo, se sentía extrañamente aliviada de no tener que pasar la noche completamente sola.

El sonido lejano de un motor retumbó en la calle vacía antes de desvanecerse en la distancia. La neblina seguía envolviendo las luces de las farolas con su halo blanquecino, y el aire frío hacía que cada respiro de Rose formara una pequeña nube frente a su rostro.

Slade caminaba a su lado con una calma exasperante, con las manos enterradas en los bolsillos y el rostro parcialmente oculto por la sombra de su chaqueta. No tenía prisa, como si el frío, la hora o la extraña tensión que flotaba entre ellos le fueran completamente indiferentes.

Finalmente, sin apartar la vista del camino, Slade rompió el silencio.

—¿Qué opinas de lo sucedido? ¿Alguna teoría? —preguntó con calma, frunciendo los labios con aire pensativo.

Rose se detuvo en seco y lo miró de reojo, desconcertada.

—¿Ahora te apetece compartir teorías? —replicó con evidente molestia.

Slade ladeó la cabeza, observándola con esa expresión de eterna indiferencia que tanto la sacaba de quicio.

—Para no gustarte que te respondan con preguntas, lo haces bastante seguido. —Su tono era burlón, como si estuviera probándola, midiendo su paciencia.

Rose suspiró pesadamente, cerrando los ojos un momento mientras trataba de encontrar un poco de paciencia. Lo último que necesitaba después de todo el caos del día era terminar enfrascada en un duelo verbal con Slade. Sin embargo, si quería jugar a ver quién perdía los nervios primero, estaba claro que Rose no se lo pondría fácil.

—Si de verdad quieres saber mi teoría, deja de comportarte como un crío y escúchame en serio. —Le lanzó una mirada firme, desafiándolo.

Slade sonrió de medio lado, divertido por la actitud de Rose.

—Te escucho.

Rose tomó aire y cruzó los brazos.

—Electra no se desmayó porque sí. Ya van varias veces que le pasa algo así cuando hablamos del pasado de Gina. No creo que sea una coincidencia.

Slade asintió lentamente, como si ya hubiese llegado a esa conclusión pero quisiera oírlo de labios de Rose.

—Sigue.

—Y Nita lo sabe. Lo que sea que nos está ocultando, le preocupa lo suficiente como para intentar sonsacarnos.

Slade dejó escapar una leve risa nasal, pero no dijo nada de inmediato. En su lugar, alzó la mirada al cielo y dejó que el silencio se extendiera por unos segundos.

—Nada de esto es casualidad —murmuró finalmente, con un brillo pensativo en la mirada—. Y cuanto más nos acercamos a la verdad, más cosas raras empiezan a pasar.

Rose tembló levemente. No sabía si era por el frío o por la certeza en la voz de Slade.

—Si de verdad queremos respuestas, vamos a tener que ir hasta el final —añadió él, girándose para mirarla directamente—. ¿Estás dispuesta a hacerlo, Rose?



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En el texto hay: paranormal, suspense, inquietante

Editado: 06.05.2025

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