Bienvenidos a Springvale

XI . ¿Qué has hecho?

La alarma del móvil sacó a Rose de sus sueños.

Poco a poco, fue abriendo los ojos, aún pesados por el sueño. Bostezó ampliamente y, al intentar estirarse, se dio cuenta de que no podía. El cuerpo de Slade descansaba en parte sobre ella.

Sonrió negando con la cabeza y dirigió la mirada hacia él. Aún llevaba su gorro puesto, aunque ligeramente torcido, y suspiraba suavemente, sumido en su propio sueño.

—Slade —susurró, sacudiéndolo con delicadeza—. Despierta.

Él abrió los ojos de golpe, lo que hizo que Rose se sobresaltara.

—Ya voy —respondió, incorporándose rápidamente. Al levantar la cabeza de las piernas de Rose, casi dio un brinco por la sorpresa.

Rose también se levantó, estirándose con ganas, intentando sacudirse la pereza que aún la dominaba.

—Voy a darme una ducha —dijo ella.

Slade asintió.

—Aprovecharé para pasar por casa mientras tanto —informó.

—Si quieres, puedes ducharte aquí —Comentó Rose despreocupada.

—No hace falta, tranquila. Quiero recoger algo de ropa —rió, sujetando el borde de la camiseta que Rose le había prestado la mañana anterior.

Tras intercambiar un par de sonrisas incomodas, Rose se dirigió directamente al cuarto de baño. Su cuerpo aún se sentía pesado por el sueño, y esperaba que el agua fría lograra despertarla por completo. Cerró la puerta con un leve chasquido, subió la luz y se miró en el espejo. Su reflejo le devolvió una imagen de ojos cansados ​​y mechones de cabello desordenados, testigos silenciosos de la noche anterior. Soltó un suspiro, abrió el grifo y dejó correr el agua durante unos segundos antes de sumergir las manos bajo el chorro helado. Se salpicó el rostro varias veces, disfrutando de la sensación refrescante que poco a poco la hacía sentir más despierta.

Mientras tanto, en la planta baja, Slade cruzaba la puerta de la casa y salía al exterior, una vez más sin haber visto los rayos del sol. La mañana apenas comenzaba, pero el pueblo ya estaba envuelto en una bruma ligera, una especie de humo casi transparente que, con el paso de las horas, se convertiría en una espesa niebla. La humedad en el aire era palpable, pegándose a la piel como una segunda capa.

Con pasos tranquilos pero decididos, Slade emprendió el camino a casa. Por suerte, no tenía que recorrer demasiada distancia; en un lugar como Springvale, donde todo estaba relativamente cerca, los trayectos nunca eran demasiado largos. A medida que avanzaba por las calles silenciosas, su mente se fue despejando.

Después de pensarlo un instante, sacó su teléfono del bolsillo y desbloqueó la pantalla con un rápido movimiento del pulgar. Sus dedos se deslizaron sobre el teclado virtual mientras escribía un mensaje dirigido a los demás. Sabía que probablemente tardarían en responder. Apenas eran las ocho de la mañana, y si había algo seguro, era que ninguno de ellos solía madrugar fuera del horario de clases. Aun así, dejó el mensaje enviado y esperó, con la vaga esperanza de que alguien estuviera lo suficientemente despierto para contestar.

Nada más cruzar el umbral de la puerta, fue recibido por una serenata de ronquidos profundos y entrecortados. Su padre estaba desplomado en el sofá de la sala, acostado boca abajo en una postura incómoda, con un brazo colgando lánguidamente hacia el suelo y el otro doblado bajo su pecho. Aún llevaba puesto el uniforme de trabajo, arrugado y con manchas de lo que parecía ser grasa o polvo, prueba evidente de que había llegado a casa demasiado agotado como para cambiarse.

Por un instante, pensó en despertarlo, en indicarle que al menos se moviera a la cama, pero rápidamente desechó la idea. No vale la pena. Su padre era de esos que, cuando caían rendidos por el cansancio, no despertaban ni aunque un terremoto sacudiera la casa. Así que, en lugar de molestarse en hacer algo al respecto, simplemente le lanzó una rápida mirada y continuó su camino, subiendo las escaleras con pasos lentos y pesados.

Al llegar, cerró la puerta con un leve empujón y se dejó caer pesadamente sobre su cama. Un suspiro largo se escapó de sus labios mientras acomodaba sus manos detrás de la cabeza, usando sus propios brazos como almohada improvisada. Con un gesto perezoso, se quitó los zapatos y los dejo caer al suelo sin preocuparse demasiado por dónde aterrizaban.

Se quedó ahí, inmóvil, con la mirada fija en el techo. Su mente comenzó a trabajar por su cuenta, reproduciendo con inquietante claridad los eventos de aquella medianoche. Era como si una película estuviera proyectándose en su cabeza, una que no podía detener ni adelantar.

Recordó el camino, la oscuridad envolviendo cada esquina, el crujido de las hojas secas bajo sus pisadas. Revivió la imagen de la mansión devorada por la suciedad y arañas, su silueta imponente recortándose contra la noche. La caseta casi destartalada, con sus ventanas entreabiertas como si invitara a los incautos a cruzar su umbral. Y luego… esa cosa.

Un escalofrío recorrió su espalda al pensar en lo que había visto. Su mente, en un intento desesperado por darle sentido, evocó un nombre:

Gina Lane.

¿Podría haber sido ella? ¿O lo que quedaba de ella? La idea se instaló en su subconsciente como una espina, punzante y molesta, pero antes de que pudiera llegar a una conclusión, el agotamiento se impuso sobre sus pensamientos.

Sus párpados comenzaron a pesarle, y sin darse cuenta, sus ojos se cerraron lentamente. Su respiración se volvió más profunda, más tranquila. Y así, entre recuerdos inquietantes y preguntas sin respuesta, el sueño lo envolvió de nuevo sin dejarle oportunidad alguna de despejarse.

Mientras tanto, calles más arriba, en la misma casa de la que él había salido, Rose ya estaba completamente vestida y sentada en la barra de la cocina, desayunando en silencio. Su mirada estaba fija en un punto indefinido, perdida en sus propios pensamientos. A diferencia de otros a quienes aún perturbaba el recuerdo de la mansión, ella no podía dejar de pensar en Máx .



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En el texto hay: paranormal, suspense, inquietante

Editado: 06.05.2025

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