El silencio que se instaló tras las últimas palabras de Zac era espeso, casi tangible. Cada uno de los presentes parecía haber quedado atrapado en sus propios pensamientos, como si las piezas de un rompecabezas invisible empezaran a encajar de golpe en sus cabezas. Nadie hablaba, pero las miradas decían mucho. La caseta, con su aire viejo y su olor a madera húmeda, se volvió de pronto más pequeña, más cerrada.
Y fue Slade quien, una vez más, rompió esa tensión suspendida en el aire. Lo hizo con un tono reflexivo, casi como si hablara consigo mismo, pero mirando directamente a Zac. Sus ojos brillaban con una chispa nueva. Había estado atando cabos, dándole vueltas a los detalles, y ahora, parecía tener algo.
—Por curiosidad, señor Lane… —dijo con voz firme pero calmada, como quien lanza una piedra al agua para ver hasta dónde llegan las ondas—. ¿Recuerda si, en aquella época, hubo algún asesinato o desaparición? Algo que llamara la atención…
Zac lo observó por un momento, como si tratara de decidir si valía la pena contestar. Luego, se encogió de hombros y asintió lentamente.
—Hubo casos, sí. Pero no sabría decirte con exactitud cuándo ocurrieron. Esta zona siempre ha estado marcada por lo extraño. Muchos casos quedaron sin resolver. Demasiados. —Se cruzó de brazos—. Tú deberías saberlo mejor que nadie, ¿no? Con tu padre en la comisaría todos estos años… apuesto a que ha tenido temporadas en las que no daba abasto.
Slade entrecerró los ojos, evaluando las palabras cuidadosamente.
—Entonces, ¿piensas que podría estar conectado?
Zac dejó escapar una breve risa seca, sin humor.
—No lo creo. Suena demasiado rebuscado. A veces las cosas pasan porque sí. Coincidencias. Que algo suceda durante el mismo periodo de tiempo no quiere decir que tenga relación.
—Nunca he sido de creer en las casualidades —intervino Rose, bajando la voz.
—Yo tampoco —añadió Slade, reafirmando con un leve asentimiento.
Zac pareció quedarse pensando un segundo, como si una idea repentina se le hubiese colado entre los pliegues de la memoria.
—Una pregunta más —dijo lentamente—. Mencionaste antes a los antiguos… Dijiste que se fueron o los echaron de Springvale.
Entonces Zac alzó la vista y clavó sus ojos en Trix con una intensidad que casi cortaba el aire.
—Sí… según lo que he investigado, cuando el cristianismo llegó con fuerza al pueblo, los paganos ya no tenían lugar. Les dieron un ultimátum: o se adaptaban a la nueva fe o se marchaban. Eligieron irse. Y lo hicieron. Desaparecieron durante generaciones. Nadie supo de ellos por muchísimo tiempo… hasta que reaparecieron, en Grimsby.
El nombre cayó como una piedra en medio del salón.
Grimsby.
Los tres chicos dieron un respingo, sus miradas se cruzaron al instante. No hacía falta decir nada. Todos pensaban lo mismo. Kaia. Ese nombre era más que una coincidencia. Todo, poco a poco, comenzaba a entrelazarse en una telaraña tan grande como inquietante.
—¿Tuviste contacto con esa parte de la familia? —preguntó Rose con cautela.
Zac negó con firmeza, con un gesto casi desdeñoso.
—Nunca me llevé bien con el resto de la familia. Y menos después de todo lo que pasó con Gina. Lo único que tengo aquí es a mi hija. No mantengo contacto con nadie más. No me interesa.
—¿Y tu hermano? —añadió Slade, con una mezcla de curiosidad y sospecha.
La pregunta cayó como una jarra de agua fría. Zac endureció la mirada. No contestó de inmediato. En lugar de eso, el aire se cargó de tensión. Finalmente, habló con frialdad.
—Desde que ocurrió todo… no volví a saber de él. Se fue a Grimsby. Con ellos.
El silencio volvió a tomar el salón, esta vez más denso que antes. El aire parecía haber perdido oxígeno. Nadie se atrevía a decir nada, como si temieran que cualquier palabra pudiera desencadenar algo peor.
Los tres jóvenes aprovecharon el momento para escanear la habitación. Era una casa sencilla, sin lujos. Pero había detalles. Fotos antiguas sobre los muebles, algunas en blanco y negro, otras más recientes. Imágenes familiares, aparentemente normales… hasta que una de ellas les heló la sangre.
Slade y Rose se miraron al mismo tiempo, ambos con los ojos muy abiertos. En una de las fotografías, borrosa pero inconfundible, aparecía esa figura. Aquella criatura de sonrisa grotesca, dientes afilados y ojos oscuros que los había perseguido días antes, bajando por la colina como una sombra hambrienta. La misma cosa. También conocida antes como Gina.
El corazón de Rose latía como un tambor. Sus labios se entreabrieron apenas, y en su rostro se dibujó la expresión de quien ha tenido una revelación.
—Una última cosa, Zac… —dijo en voz baja, casi con suavidad—. ¿Por qué sigues viviendo aquí? ¿Por qué no restaurar la mansión? Me imagino que estarías mucho más cómodo en una casa grande, espaciosa, con tu hija.
La incomodidad se dibujó de inmediato en los hombros del hombre. Su cuerpo se tensó, sus ojos buscaron una salida invisible en la habitación. Finalmente respondió, pero con rabia contenida.
—Se me haría insoportable vivir con mi hija en el lugar donde mi familia se desmoronó… donde mi padre fue asesinado. No quiero tener nada que ver con esa casa.
—¿O es que temes a Gina? —susurró Rose, inclinándose hacia adelante, sin apartar la vista de él.
Zac se quedó inmóvil unos segundos, como si no supiera cómo procesar la pregunta. Luego, se puso de pie de golpe, sus ojos resplandecían de ira.
—¿Pero qué estás diciendo…? Creo que ya es hora de que os vayáis —espetó con voz tensa, casi temblorosa.
—Cuando quiera sincerarse… —comenzó Rose en un tono sereno, pero con una firmeza que helaba—. Cuando se canse de huir de Gina y quiera contar la verdad, creo que sabrá perfectamente dónde encontrarnos.
Se puso de pie despacio, con una calma medida, como si cada palabra hubiese sido colocada cuidadosamente para que doliera justo donde debía. Su mirada se mantuvo fija en Zac, pero sus ojos ya no suplicaban comprensión: lo desafiaban.
Trix la siguió, levantándose sin decir nada, pero con el ceño fruncido. Slade fue el último en moverse, dedicándole a Zac una última mirada intensa, como si esperara que algo dentro de él reaccionara.