Bienvenidos a Springvale

XIV . Mensajes desconocidos

Sin darle más vueltas al asunto y aún eufóricos por el golpe maestro que acababan de dar, todos emprendieron el camino de regreso a la casa de los mellizos Winchester. El aire fresco les azotaba la cara mientras caminaban a paso rápido, intercambiando susurros nerviosos y miradas cómplices. Era la mejor opción: los padres de Ron y Trix trabajaban prácticamente todo el día en el restaurante de carretera a las afueras de Springvale, así que tenían garantizada la privacidad durante el resto de la tarde y buena parte de la noche.

Una vez en la entrada, Trix fue la primera en sacar las llaves, temblorosa de emoción. Las introdujo con torpeza y empujó la puerta con fuerza.

—¡Vamos, vamos! —exclamó sin poder contenerse.

Uno tras otro fueron entrando, atropellándose sin querer. El ambiente estaba cargado, no cabían en el salón ni en sus propios pensamientos. El grupo se dispersó por el sofá, el suelo y hasta las sillas del comedor, como si cada rincón del lugar necesitara absorber la emoción que traían encima.

Slade colocó los documentos sobre la mesa con sumo cuidado, como si estuviese dejando una bomba lista para estallar. Trix ya tenía una libreta en la mano, Rose preparaba el móvil para hacerle fotos a todo si haciera falta, y Ron rondaba la cafetera como si una dosis de cafeína pudiera frenar la avalancha de información que sabían que se les venía encima.

Entonces, como si el universo no pudiera dejarles disfrutar ni un segundo de tranquilidad, sonó un teléfono.

El sonido hizo que todos se sobresaltaran. Fire sacó el móvil del bolsillo, y al ver quién llamaba, se le congeló la expresión en el rostro.

—Es Annie… —dijo casi en un susurro, mostrando la pantalla—. La madre de Electra.

Todos se quedaron en silencio. Era como si alguien hubiera pulsado el botón de pausa. En los rostros de todos apareció el mismo gesto: preocupación repentina. Nadie había mencionado a Electra en días. Nadie había osado siquiera traer su nombre a la conversación desde que… pasó todo.

—¿Qué hago? ¿Lo cojo? —preguntó Fire, con la voz tensa y el móvil aún vibrando en su mano.

—Claro que sí, idiota —saltó Ron con el ceño fruncido—. ¿No crees que sería aún más raro no contestar? Hay que hacer como si todo estuviera normal. Si sospechan algo...

Fire asintió en silencio. Tragó saliva, respiró hondo, y deslizó el dedo para aceptar la llamada.

—Hola, señora Van Buren —saludó, tratando de sonar natural, aunque el nudo en la garganta apenas lo dejaba respirar.

—Hola, cariño. Oye… quería comentarte una cosa —dijo la voz al otro lado, con un tono suave pero claramente preocupado.

Unas gotas de sudor comenzaron a recorrer la frente de Fire, y sus ojos se clavaron en los de sus amigos. Todos lo observaban con tensión contenida.

—Sí, claro… dígame.

—No sé si lo habréis notado… imagino que sí, porque es evidente, pero Electra lleva unos días rarísima. —Annie hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas—. No sé qué le pasó en el puente de vacaciones, pero desde entonces está completamente desconectada. Va como perdida, no se arregla, no habla, no come con apetito… Y lo más raro es que no os ha buscado. Ni una sola vez. Vosotros, que sois uña y carne. ¿Pasó algo, chicos? ¿Habéis peleado?

Fire sintió que la sangre le bajaba a los pies. Electra... ¿Qué demonios estaba pasando con Electra? No se la habían cruzado desde que todo ocurrió. Desde aquella tarde.

—No, no, señora Van Buren —respondió con rapidez, como si las palabras salieran solas, sin pasar por el filtro de su cerebro—. Entre nosotros está todo bien. A lo mejor está enferma o… no sé. En realidad, no hemos quedado estos días porque ya empezaron los primeros exámenes y queríamos concentrarnos. No tiene nada de lo que preocuparse.

—Ah… claro, hijo, claro. Me parece muy sensato, no digo que no. —Suspiró al otro lado del teléfono—. Pero es que me tiene muy preocupada, no la reconozco. Y eso de no hablar con vosotros... bueno, no es nada habitual.

—No se preocupe —dijo Fire, tratando de sonar más firme—. Seguro que no es nada. Pero si notamos algo, le avisamos, ¿vale?

—Gracias, cariño. Dale saludos a tus padres. Adiós.

—Adiós, señora Van Buren.

Colgó.

El silencio que se quedó en el salón fue distinto al de antes. Más pesado. Como si, de repente, lo que estaban haciendo ya no fuese una simple aventura con tintes de misterio, sino una historia más grande y más oscura de lo que estaban dispuestos a admitir.

—Electra… —murmuró Trix, sin necesidad de decir nada más.

Desde hacía días no habían vuelto a pensar en ella. Desde aquel Sábado... desde que todo cambió.

Y ahora, con los documentos robados en la mesa y la mención de su nombre colgando en el aire, entendieron que había una pieza más en el rompecabezas.

Una que no podían seguir ignorando.

Ninguno sabía realmente cómo actuar. La habitación estaba impregnada de una sensación espesa, como si el aire estuviera cargado de polvo y memorias que no querían ser despertadas. Aunque el torrente de curiosidad e intriga que los había empujado hasta ese punto seguía latente, ahora parecía verse eclipsado por algo más denso. Más oscuro.

Una verdad que comenzaba a pesar sobre sus hombros.

La realidad era innegable: por más que desearan convencerse de que eran solo un grupo de adolescentes tratando de resolver un misterio, todos llevaban ya las manos manchadas. De sangre. De tierra. De silencio.

—Lo mejor será empezar a revisar los archivos —dijo Slade con voz firme, aunque contenida. Sus ojos estaban fijos en la carpeta más gruesa del montón, como si le temiera, pero a la vez supiera que no tenía otra opción—. Tenemos que sacar algo en claro. Si queremos ayudar a Electra… o al menos entender lo que está ocurriendo de verdad.

Trix, sentada en el borde del sofá, soltó un largo suspiro, más de agotamiento emocional que físico.

—Si es que hay algo en todo esto que tenga sentido —murmuró, pasándose una mano por el rostro. Parecía más cansada de lo que ninguno había notado hasta entonces.



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En el texto hay: paranormal, suspense, inquietante

Editado: 06.05.2025

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