—Venga, no me jodas —gruñó Ron, dejando caer los brazos con frustración—. Estoy empezando a hartarme. Cada vez que creemos estar cerca de una respuesta, salen veinte preguntas nuevas de debajo de las piedras. —Bufó, caminando de un lado a otro de la sala como una fiera enjaulada—. ¿Es que soy el único al que le revienta esta mierda?
—No seas impaciente, Ron —respondió Slade con voz pausada, sin apartar la vista del expediente en sus manos—. Los mejores casos requieren tiempo. Y paciencia.
Ron se detuvo en seco, apretó la mandíbula y se giró de golpe hacia él.
—Y tú... —masculló, señalándolo con el dedo antes de levantarse bruscamente del sofá—. Tú estás mal de la cabeza, colega. ¿Qué clase de persona se lo pasa bien en medio de todo esto? —Lo miró como si lo viera por primera vez—. ¿Te das cuenta de que estamos hablando de asesinatos, desapariciones y rituales con cadáveres? ¿Te parece emocionante?
Slade levantó la mirada lentamente y, sin inmutarse, se recolocó el gorro sobre la cabeza.
Rose se removió en su sillón. Sentía en carne viva la tensión que había estallado entre sus amigos, y aunque comprendía la ira que recorría a Ron —una mezcla venenosa de miedo, incertidumbre y rabia contenida—, también entendía ese lado oscuro de Slade. Ese impulso incontrolable por saber más, por arrancar capas y capas de mentiras hasta llegar a la raíz. Esa extraña fascinación por lo oculto. Ella también la había sentido, esa electricidad corriendo por las venas cada vez que un nuevo dato salía a la luz, por perturbador que fuera.
—Solo estoy intentando ver esto desde el único ángulo que me permite no volverme loco —contestó Slade al fin, con frialdad—. Si no encuentro algo a lo que aferrarme, me hundo. Como tú.
—Chicos… —intervino Fire, en un tono agotado—. Este no es el momento.
Ron no contestó. Se quedó un segundo en silencio, con la mirada fija en el suelo. Y sin decir ni una palabra más, dio media vuelta y subió las escaleras con pasos firmes, cada peldaño resonando con fuerza en el silencio de la casa. El portazo del cuarto retumbó segundos después.
—Vaya crío —bufó Slade, quitándole importancia con un gesto.
—Muérdete un poco la lengua antes de hablar así de mi hermano —le advirtió Trix, rodando los ojos antes de darle un suave golpe en el hombro.
Un leve silencio cayó sobre ellos, espeso y denso.
—Creo que ya es hora de que nos vayamos —dijo Fire, levantándose y estirándose con desgano. Se pasó la mano por la nuca y suspiró—. Mañana tenemos clase... y una cita con un desconocido.
—O desconocida —añadió Trix con un deje de ironía.
—¿Te vas a poner inclusiva ahora? —Fire alzó las cejas, burlón.
—Chicos, me voy —interrumpió Rose mientras recogía su chaqueta—. Mis padres me están esperando para cenar y ya deben de estar sospechando.
Slade levantó una mano como si acabara de recordar algo.
—Ah, sí, se me olvidaba lo mejor de todo — Dijo con fingida ligereza, pero el tono grave de su voz hizo que todos lo miraran con atención—. He estado revisando el expediente de Gina y... resulta que los principales sospechosos de su desaparición, en su momento, fueron nuestros padres. —Hizo una pausa dramática. Todos contuvieron el aliento—. Jack y Alice Winchester, Drew y Annie Van Buren, Fred y Andra Jones... incluso los mios, Sam y Sadie Tinsley. Todos ellos.
El silencio fue absoluto. El tipo de silencio que hiela el alma.
—Este giro sí que no me lo esperaba —murmuró Fire, con una mezcla de incredulidad y resignación.
—Y ahora que he soltado la bomba, me largo —añadió Slade poniéndose la chaqueta con gesto tranquilo—. ¿Vamos, Rose?
Rose abrió los ojos con sorpresa, pero asintió rápidamente, agradeciendo la excusa para salir de aquella casa saturada de tensión.
—¿Qué? Con todo lo que está pasando, es mejor que estemos solos el menor tiempo posible —añadió Slade mientras abría la puerta—. Todavía no sabemos quién es el misterioso espía que nos envía mensajitos, y tampoco tenemos la certeza de que Mrs. Sonrisitas no vuelva a aparecer con su cara de muñeca diabólica.
—Eso será —Trix dejó escapar una risa nerviosa, encogiéndose en el sofá.
—Bueno... hasta mañana —dijo Fire, dejándose caer junto a ella con un suspiro. Se estiró, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos por un segundo—. Yo igual me quedo que me a dado pereza moverme.
La puerta se cerró tras Rose y Slade, dejando la casa en una calma tensa.
—¿Quién crees que puede ser el anónimo? —preguntó Rose finalmente, rompiendo el silencio que los había acompañado durante los primeros pasos bajo la brisa helada de la noche.
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire por un momento, flotando como su aliento en la humedad del ambiente.
Slade metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y ladeó la cabeza, pensativo. La luz tenue de las farolas delineaba sus facciones con sombras largas y fantasmales.
—A estas alturas, ya me espero cualquier cosa —contestó al fin, con una sonrisa torcida—. Pero si tuviera que apostar... diría que alguien vinculado a los Lane. Es lo que tiene más sentido, ¿no? ¿Quién más podría saber tanto sobre el caso?
Se detuvo de golpe, como si una idea acabara de clavársele entre ceja y ceja.
—Espera… —murmuró—. ¿Y si es tu tía? —Frunció el ceño y la miró con expresión de sorpresa.
Rose se giró hacia él con los ojos entrecerrados.
—No tiene sentido —negó con la cabeza, segura—. Hemos estado en su casa. Si quisiera hablar con nosotros, especialmente conmigo, no necesita esconderse detrás de un número oculto. Me conoce de toda la vida. Bastaría una llamada. Incluso una excusa tonta para invitarnos a todos y hablar abiertamente. Sabe de sobra que estamos obsesionados con el caso. No lo hemos disimulado ni un poco.
Slade asintió, pero no parecía del todo convencido.
—¿Y si no quiere que la asocien con nosotros? No olvides que sigue teniendo contacto con Zac. Y eso ya de por sí… me parece sospechoso. No sé tú, pero a mí me dio muy mala espina.