Bienvenidos a Villaoscura

Capítulo 2.

Al día siguiente, muy temprano, Marcelo escuchó que alguien tocaba la puerta de la habitación. Con fastidio se levantó para abrir. «Con que sea ese imbécil, le voy a…» pero sus pensamientos quedaron incompletos al abrir y ver a un hombre casi de su misma edad, muy bien arreglado, frente a él.

—¿Q-qué pasa aquí? ¿Usted es dueño del motel?, ¿hubo algún crimen en medio de la noche? Porque déjeme decirle que el hombre que ayer llegó conmigo no tiene que ver en mi vida, solo le di un aventón hasta aquí pero yo no hice nada…

El otro se echó a reír.

—Tranquilo. Mi nombre es Gustavo Morales y vengo de parte del alcalde.

Marcelo puso cara de confusión.

—En este pequeño pueblo todos somos muy unidos —explicó—, al alcalde le encanta darle la bienvenida a los nuevos miembros de la comunidad. Por cierto, ¿cuál es su nombre?

—Mi nombre es Marcelo Benítez y permítame informarle que yo no me quedaré aquí, de hecho solo quería desayunar algo para irme a mi casa…

—Ayer en la noche nos informaron que usted llegó con otra persona. El alcalde se enteró y organizó un pequeño desayuno. Acepte ir, que es un honor, no todos los días el alcalde del mejor lugar del mundo lo invita a desayunar.

Marcelo se quedó pensativo.

—Está bien, acepto un desayuno, después me iré.

—Claro, no hay problema. —El hombre le mostró una sonrisa amplia—. Por cierto, su amigo también está invitado, ya pasé con él y aceptó gustoso.

—Oh, claro, pero no es mi amigo.

Gustavo ignoró ese comentario y dijo que esperaba a ambos en media hora fuera del motel para llevarlos directo con el alcalde. Después de eso, Marcelo se dirigió al buró y trató de llamar a su jefe y a Susana pero fue en vano. Su celular no tenía señal allí.

A la hora acordada, Marcelo, vestido muy elegante y perfumado, con su pequeña maleta en una mano y el celular en la otra, se dirigió afuera del motel. Los otros dos ya lo estaban esperando.

—El señorito es impuntual, ¿eh? —Se burló Luis.

—Estoy a tiempo.

—Sí, está a tiempo. —Se entrometió Gustavo para evitar una disputa—. Ahora suban a aquella limosina. Estaremos muy pronto en la casa del alcalde. —A pesar de que las distancias eran cortas y bien podían ir caminando, el alcalde amaba esa clase de lujos innecesarios.

—Puedo irlo siguiendo en mi auto. —Señaló su pequeño vehículo, que no se comparaba en nada con aquella belleza que le mostró Gustavo.

—Si gustas.

 

***

 

La mansión del alcalde era muy grande y lujosa en comparación con los demás lugares de ese pueblo. Pintada de blanco con toques dorados, tenía un pequeño riachuelo que cruzaba por un puente, una fuente con peces adentro, y un enorme jardín lleno de árboles y todo tipo de flores. Marcelo no notó nada de eso porque estaba muy ocupado viendo su celular. Intentaba marcar tanto a Susana como a su jefe y no entraba ninguna llamada. Gustavo les explicaba a ambos acerca de la arquitectura implementada pero ninguno le hizo mucho caso.

Al entrar a la mansión, un mayordomo los dirigió a la cocina. Luis notó que el alcalde contaba con muchos empleados domésticos, que se la pasaban de un lado a otro arreglando cualquier imperfecto o limpiando los rastros de polvo, por más diminutos que fueran.

—¿Pasa algo? —Preguntó Gustavo al notar la desesperación con que Marcelo sacudía su teléfono móvil.

—¿Tendrán algún teléfono de casualidad? A mi celular no le entran las llamadas y no sé por qué.

—Oh, si quiere deme su aparato, lo llevaré con algún técnico para que lo arregle. Y sí, sí contamos con teléfono, pero no puedo ofrecerlo yo, tendrá que decirle al alcalde.

Marcelo no sabía si darle o no su celular, pero llegó a la conclusión de que no le servía de nada si no tenía servicio de llamadas ni mensajería —antes intentó mandar mensajes pero ninguno se enviaba de forma correcta—. «Además este hombre trabaja para el alcalde de un pueblo, no creo que me lo robe» pensó al momento de entregarle el dichoso aparato.

Cuando Gustavo los dirigió a la cocina, el alcalde se presentó junto con su hija. El hombre, al haber cumplido su tarea, salió de manera silenciosa, dejando al alcalde con sus invitados y guardando el celular de Marcelo en su bolsillo trasero.

 

***

 

—¡Mucho gusto! —Exclamó un hombre barbudo, como de unos sesenta años, de cabello canoso y más gordo que la mayoría de los habitantes de Villaoscura, al ver a sus dos invitados frente a él—. Soy el alcalde T. —Extendió su mano para saludar a aquellos hombres que juntos hacían mucho contraste.

Marcelo comenzó a sospechar de la situación, ¿por qué el alcalde los invitaba justo a ellos a su lujosa casa para desayunar? Pero el ver la alegre expresión del hombre hizo que todas sus dudas se disiparan.

—¿Alcalde T? —Preguntó Luis, viéndolo con extrañeza.

—Oh, sí, mi nombre es Teobaldo, pero prefiero que me digan alcalde T. —Sonrió—. Y ella es mi adorada hija Dana. —La señaló.




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