Las palabras y términos subrayados serán explicados al final del capítulo
Las sirvientas que estaban a mi cuidado, Claudine y Naida, subieron antes del atardecer y me tomaron desprevenida al volver a quedarme dormida. Venían con unas prendas de ropa en sus manos, Naida creó un maniquí de hielo para depositar la ropa que me pondría para recibir a mi padre y mi hermano mayor en la cena de esa noche.
No permití que me cambiaran ellas, al menos no la ropa interior. En vez de la primera capa llevaría una especie de camiseta negra de lana delgada que iba debajo del vestido.
Sin embargo, tuve que dejar que me ayudaran con lo que parecía un corsé y el vestido, ya que era más complicado de poner de lo que pensaba.
Era un vestido grueso con mangas hasta las muñecas, tenía un cuello redondo lanudo, el busto era violeta con pequeños corazones blancos y brillantes como diamantes, ceñida en la cintura por una cinta blanca, la falda era un azul oscuro que me llegaba hasta los tobillos. Era pesado. El calzado consistía en unas botas de cuero con la punta bañada en plata y tacos.
Nunca he usado tacos en los pies, siempre usé zapatillas incluso en la graduación de cuarto medio al dar por iniciado el ciclo de la adultez.
Claudine y Naida me ayudaron a bajar para cenar, pues me costaba un mundo caminar con las plataformas.
Las chicas me ayudaron a sentarme al costado izquierdo de una larga mesa, ellas me informaron que en la cabecera se sentaban mis padres y en el costado derecho se sentaba mi hermano mayor.
Un guardia vestido de celeste a viva voz anunció su llegada al comedor principal del castillo, por lo larga que era la mesa, pensé que solía estar repleto de gente importante y servidumbre esperando a la familia real, pero esa noche era la única sentada.
Las puertas se abrieron, ingresó primero mi hermano y después mis padres al mismo tiempo.
Mi padre era un hombre de un aspecto severo, ojos azules tan oscuros que casi parecían negros, su cabello igual de azul tenía algunas canas negras. En la cabeza llevaba una corona de oro con tres puntas triangulares, con perlas color zafiro. Una capa color azul zafiro, una camisa blanca con muñequeras plateadas en las mangas, un cinturón de oro, un pantalón con líneas púrpuras y azules oscuro, y calzaba botas blancas.
Ingar lucía molesto, tenía el cabello azul con un mechón violeta en el flequillo como mi padre, ojos violetas como los de nuestra madre y los míos. En la cabeza llevaba una corona de oro con dos puntas triangulares y perlas, en la perla del centro cuelga una perla azul grisácea. Vestía igual que nuestro padre, salvo que su cinturón era plateado y sus botas eran negras.
-Dionea ya me comentó todo, Cosette. Bienvenida a la familia, espero pronto puedas asumir tus obligaciones como yeminesa. Serás instruida una vez seas presentada en sociedad y espero puedas aprender deprisa las lecciones perdidas —mi padre fue directo en sus expectativas, pese a estar saludándome con cortesía su voz era cortante y gélida.
Por alguna razón su mirada me intimidaba, no me hacía sentir tan bienvenida como decía.
-Gracias, padre. Trabajaré duro para compensar el tiempo perdido —afirmé tratando de sonar animada, en vez de nerviosa.
-Eso espero.
Cuando terminamos de cenar, en absoluto silencio, volví a subir a mi cuarto con ayuda de las sirvientas quienes me dejaron justo en la entrada, pues yo les insistí en que fueran a descansar y que podía cambiarme sola.
Antes de entrar, Ingar estaba en el pasillo frente a mí.
-Escucha hermanita, espero que tus intenciones en el castillo no sean aspirar a la corona. Cualquier cosa que hagas aquí deberá ser meticulosa, si opacas mi ascenso al trono, no te lo perdonaré —me advirtió severamente.
Se fue dejándome helada y desconcertada.
Desde el interior del muro Asyr podía oír el bullicio de la gente, la luz del sol del medio día iluminaba cada rincón de Amáfiro, e incluso así no lograba calentar la ciudad. Era la hora acordada para mi presentación social como la yeminesa, futura gobernante de Aricuos y miembro importante de la familia real.
Mis padres y mi hermano estaban en el balcón del muro Asyr ante los ojos prejuiciosos de los súbditos.