Billete de ida (narciso)

Capítulo 3: No soy taxista.

Capítulo 3: No soy taxista.

 

7 de septiembre, 2019.

Miro el reloj y son las casi las 17:00, muy a mi pesar, cuelgo la videollamada que estaba haciendo con mi tía.

 Me tomo una ducha rápida y envuelta en una toalla voy al vestidor. Desde fuera oigo a Jhon diciéndome que por favor me ponga lo más elegante que pueda. Me fijo en un vestido que no había antes y junto a la etiqueta veo una pequeña nota escrita a mano:

“Perdón si es demasiado, pero amo la moda, lo vi y creo que pega mucho con tus rasgos españoles. -Carol:)”.

Me miro en el espejo, ¿tan española se me nota?

Tengo el pelo bastante largo y descuidado puesto que no he tenido tiempo de arreglármelo y las puntas las tengo destrozadas; aunque el corte que a mí me gusta llevar normalmente es el llamado media melena clásica, a mitad del cuello —además confiaba que con esa melena pudiera tapar alguna de mis cicatrices, aunque son casi invisibles, exceptuando la del muslo derecho, esa incluso a veces dolía un poco—; el color es negro, pero tengo algunos reflejos que lo aclaran un poquito. Me gusta cómo me queda a capas y con todo el volumen que tengo incluso parece un poco más que ondulado, pero definitivamente no llega a ser rizado. Aun así, me gustaría arreglármelo dentro de poco.

Mis ojos son de color caca, aunque eso queda un poco mal y suelo denominarlos de cara al público como cafés. Además, tengo la llamada forma de ojos almendrados, con los bordes externos inclinados hacia arriba lo que me permite hacerme el eyeliner casi perfecto o al menos, eso creo.

El vestido es de coctel y color escarlata, la espalda está libre de cualquier tipo de tela y llega por las rodillas. No muestro los muslos y eso me hace feliz. Caroline parece tener un poco de adicción a las compras, pero ha acertado de lleno.

Me lo pruebo. Es bastante ceñido a la cintura y tiene un pequeño escote de corazón bastante discreto, lo cual agradezco porque consigo llenar la parte del pecho usando un sujetador normal sin sujeciones por detrás sin necesidad de llevar un push-up.

Consigo abrocharlo puesto que la cremallera está al costado izquierdo. Me gusta que no disimule mis caderas, puesto que, aunque no soy plana, tampoco tengo muchas. Aún me estoy terminando de desarrollar o eso espero.

Me doy la vuelta y eso ya es otra cosa, a pesar de tener solo casi-17-años-pero-aún-me-quedan-dos-meses-con-16 años, tengo lo que se dice un culo bastante respingón y en forma de melocotón. Herencia García, definitivamente.

Me pruebo unos tacones con una pequeña abertura en la parte de los dedos, de color atezados y de no más de 5 centímetros y como me gusta cómo quedan me pongo tiritas en ambos talones de Aquiles para evitar rozaduras.

Me miro en el espejo, me siento muy bonita por primera vez desde el accidente. Me gusto incluso sin maquillaje y eso es algo que me sorprende, pues el miedo a que me juzguen incluso sabiendo que no soy fea me hace maquillarme siempre. No obstante, mis inseguridades ganan y acabo maquillándome con tonos tierra pues son los más parecidos a mi color de piel bronceada.

El collar en forma de corazón de oro blanco que mi madre me regaló cuando cumplí los 16 adorna mi cuello con una cadena fina y elegante del mismo material. Nunca me lo quito y nunca me lo quitaría.

Me hago una foto y se la paso a mi tía y también al grupo de WhatsApp que tengo con mis amigos de España y no tardan en poner emoticonos de fuegos y decirme que estoy cañón.

—Mamá pensaría que estoy preciosa —Hablo en voz alta una vez termino de pintarme los labios conjuntándolos con el color del vestido—. Ella realmente hubiera querido verme así.

—Si tu madre te viera ahora mismo, pensaría que vas de cacería. —La voz de Jhon entra por mis oídos, asustándome por un instante.

Está terminando de colocarse sus gemelos, se ha cambiado de traje y de corbata, la de ahora hace juego con sus ojos y va un pelín más informal.

Enarca una ceja.

—¿Cómo haces eso? —le pregunto.

—¿El qué? —Su ceja se marca aún más.

—Eso —Señalo sus ojos—. Soy incapaz de subir una ceja, al menos al mismo nivel que lo haces tú.

Sonríe.

—¿Has cogido todo? —inquiere.

—Me falta un abrigo y guardar el móvil.

Quito el cargador y meto el móvil en mi bolso. Luego cojo el abrigo.

—Te permito llevar ahora los tacones porque están sin estrenar, pero cuando volvamos, por favor, déjalos en la entrada.

Bajamos las escaleras y le pregunto dónde están Caroline y Thomas. Me dice que han ido antes a hacer unos recados y que nos encontraremos allí.

—Manuela, estás preciosa.

—Gracias, Jhon. —Me cruzo de brazos y niego cuando me pide que me suba de copiloto.

—Lo siento. —se disculpa y no sé muy bien por qué.

Subo detrás, él algún día tendrá que entenderlo. Me gustaría decírselo, pero cuando intento explicarlo me bloqueo.

Pone la radio, casi ha anochecido y conduce con tranquilidad y tarareando algunas canciones. Intenta mantener algún tipo de conversación conmigo y aunque le muestro un mínimo de interés y respondo a sus preguntas, no le doy mucha bola. No me apetece hablar tanto.




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