Billete de ida (narciso)

Capítulo 9: malentendidos del pasado y del futuro.

Capítulo 9: malentendidos del pasado y del futuro.

No me veo venir el efusivo abrazo que me da Candance Baltßun y aún menos los labios marcados en rojo que seguro deja en mi mejilla.

No ha envejecido prácticamente, será verdad que las cremas antiarrugas llegan a funcionar en algunas personas. Es idéntica a su hija, bueno Erlin a su madre, pero Candance es más alocada, menos cliché alemán.

Se quita la chaqueta y trago saliva por el recuerdo desbloqueado de ver el tatuaje en el mismo lugar que mi madre llevaba. Es la silueta de un sol con una “C” dentro (de Carmen y Candance) y una palmera pequeña en la parte interna del brazo. La amistad de las dos era importante. Muy importante. Mamá jamás se perdonó perder el contacto con ella e imaginaba que Candance pensaba lo mismo.

Tiene las uñas perfectamente hechas en lo que ella aclara que son uñas acrílicas; me abraza de vez en cuando y eso me agrada.

—¡Es que estás tan bonita! —repite varias veces.

Erlin se siente feliz de ver a su madre así, pero también un poquito avergonzada de que pueda hacer un escándalo, sin embargo, no dice nada, comprende la situación.

Me cuenta anécdotas que desconocía, como, por ejemplo, cuando mi madre y ella convencieron a mi tía Isabel —una mujer seria y derecha— a casarse con el primer hombre que vieran sexy las tres en Dinamarca. ¿Quién de las tres iba más borracha? No tengo ni la menor idea y es evidente que ellas tampoco. ¿Casualidades de la vida? ¡Habían elegido a Erik! ¡Erik de apellido Baltßun! Quien años después sería el padre de Erlin y el marido de Candance. Esa boda nunca llegó a producirse.

También cuenta durante la comida que poco después de enterarse mi madre que estaba embarazada de mí, ella dio a luz a Erlin un 27 de febrero.

¿Otra anécdota? Mi madre odiaba a mi padre la segunda vez que vio a mi padre y lo juzgó por su primera impresión, lo veía tan serio, tan envejecido para tener sólo 18 años que le aburría.

Según Candance, eso a Jhon le volvió loco. Incluso se escapó de casa de sus padres para ir a ver a mi madre a España. ¡Él se había quedado prendado de la española de los cojones como la bautizaron!

No me puedo imaginar a Jhon Schrödez haciendo locuras de enamorado y menos por una mujer como mi madre. Sólo por cómo habla de ella, me parece imposible.

Río. Aunque pareciera mentira, adoraba saber todo eso. Una parte de mí era la historia que nunca me habían contado de mis padres.

—Mamá —Erlin se toca la barriga, haciendo entender que está llena—, ¿por qué se separaron?

No me molesta la pregunta porque yo también estoy muy interesada.

—Bueno… Diferencia de valores, Carmen no podía soportar la idea de que su marido y padre de su hija defendiera en juicios a asesinos, creo que él estaba empezando cuando le ofrecieron la defensa de uno y él aceptó, —Se encoge de hombros—, aunque su política moral le impedía defender a violadores y maltratadores los asesinos no entraban. Pero, ay, mi Carmen, tan ética ella —suspira, era su mejor amiga y por cosas de la vida se habían separado sin siquiera ellas quererlo—, no podía soportar dormir en la misma cama que un hombre sin “ética ni moral” palabras suyas no mías. —Me mira con tristeza.

Creo que si hubiera estado en el lugar de mi madre habría estado en la misma situación; también entiendo que hay que aportar a las facturas y a la alimentación de un hogar y que alguien acabaría defendiéndolo, si no era él otro lo haría.

Mi pregunta era si Jhon seguía teniendo esa política. Sorprenderme no me sorprendería nada.

—¿Ganó el juicio? —Erlin realmente está interesada.

—Más o menos, él sabía que las pruebas estaban ahí, así que ganó el juicio porque su defensa desde el primer momento fue conseguir rebajar el número de la pena y eso sí lo logró.

Candance no juzgaba a ninguno de los dos, lo podía notar, pero se posicionaba visiblemente a favor de mi madre; supongo que la experiencia da una madurez que ahora mismo se escapaba de mi entendimiento.

Ya lo decía mamá, sabe más el diablo por viejo que por diablo.

—¿Cómo se conocieron exactamente? —Estoy realmente intrigada.

—¿Nunca te lo contaron? —Empieza a sonreír y niego—. ¡Ay, mi chica! ¡Pero si es graciosísimo!

—Venga mamá, ¡cuéntalo!

Pedimos los postres y se aclara la voz.

—Ya sabes que Alicante es bastante turística y yo pues veraneaba con mis padres y mis hermanos allí; y tu madre vivía con tus abuelos y tu tía y éramos vecinas. Hicimos muy buena amistad y…

—¡Pero cuenta lo de sus padres! —Interrumpe Erlin con ganas de saber.

—Ay, hija; pero es para poner el contexto de cómo acabaron Isabel y Carmen por Berlín.

—Bueeeeeno, valeeee, pero no te enrolles mucho que nos conocemos.

—El caso, Nela —No puede aguantar la risa la cual es bastante contagiosa—, es que un verano antes de que tu madre cumpliera los 18 decidieron cambiar tornas y vinieron tu tía y Carmen. Fuimos a una discoteca de estas renombradas y como sabíamos que no iban a dejarla entrar porque ella aún no los había cumplido le hicimos un DNI falso, en aquella época era más fácil hacerlo —Se pellizca el labio inferior—, no le digas a tu padre que te estoy dando estos detalles.




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