Billete de ida (narciso)

Capítulo 10: Guerra fría.

Capítulo 10: Guerra fría.

Llevaba la ropa de Narciso, no sé qué le había dicho a Jhon ni cuándo había hablado con él, pero desde luego no parecía como un padre preocupado porque su hija de 16 años no hubiera dormido en casa sino con un chico. Parecía preocupado por otra cosa. También destacable que mostrase que estaba preocupado por algo.

Estoy en el asiento de atrás y la verdad, ¿por qué Jhon no me ha traído ropa o Narciso le ha pedido que me traiga algo?

—Su apellido es Sanders y es muy peligroso. —Él, su falta de tacto para decir las cosas y sus respuestas cortas dejándote con más dudas que incertidumbres aclaradas.

Jhon Schrödez sólo sabía soltar las bombas como si estuviera peleando en una guerra. No daba tiempo a asimilar, no te preparaba para ello, simplemente lo decía, casi de carrerilla; evitaba conectar con el dolor, con las emociones del momento. Me atrevía a decir que incluso evadía ser persona. No le juzgaba, al menos no en eso, cada persona tiene su mecanismo de defensa personalizado. Con todo lo que él había hecho para guardarle rencor u odiarle, precisamente huir del dolor no formaba parte de ello.

—Eso no me dice nada, Jhon.

—Estoy intentando hacerlo bien contigo, Manuela —Evito reírme porque me pilla desprevenida su absurda (y falsa) declaración—, pero no me lo estás poniendo fácil —Como siempre, me habla en español. ¿Tanto odia mi acento en alemán?—. Tienes que empezar a ser más obediente… —Otro que me culpaba de algo en lo que no tengo nada que ver.

Obediente de qué, vamos a ver. ¡Qué había hecho mal! Dios Santo.

—Jhon, no estás intentando una mierda, tu novia lo está intentando más que tú. —Tal vez estaba un poco desesperada e indulgente, pero él qué excusa tenía si había criado a un hijo y sabía cómo manejarlo, en cambio yo no había tenido un padre.

No soporta que le lleven la contraria y menos que sea yo. Ambos tenemos demasiado rencor, demasiado odio y demasiado por decir. Cuando se frustra puede llevarlo, puede manejarlo, pero sí soy yo la que le presiona y le saca de sus casillas… la cosa cambia.

—¡No me hables así! —Presiona tan fuerte el volante que desde el asiento de atrás puedo ver que sus dedos se están tornando rojos—. ¡Pareces tu madre!

Bufo. Si él quería pelear debía tener por seguro que íbamos a hacerlo. Él no se había comportado como un padre, quién se creía para hablar de mi madre. Ni siquiera lo consideraba como tal. Le tenía mucho rencor, demasiado, incluso yo desconocía cuánto y él se encargaba de que lo fuera descubriendo más rápido de lo que jamás podría haber pensado. ¿Debía darle las gracias por haber pasado la manutención durante años? ¡Venga hombre! Si no querías una hija haberte puesto un maldito condón.

Me piden que no juzgue, Thomas se vuelve loco si hablo mal de Jhon (si es así cómo se consigue el amor de Jhon Schrödez definitivamente no lo quiero), pero a mí todos me juzgan, me llaman por mi nombre —el cual detesto— y me hacen ver como una hija conflictiva. Como si fueran perfectos, es que me niego. Sí, obvio que tengo defectos, no lo voy a negar y obviamente sí hago algo mal, habrá que decirme. Pero, de ahí a ser esto un “juzguemos a Nela, pero ella tiene prohibido hacerlo”, había un trecho.

Estaba cansada, había dormido bien, pero tenía el miedo en el cuerpo y entre que Narciso se creía el rey del bambo y me había culpado a mí de todo y Jhon que cada vez le tenía más odio y también decidía darme la responsabilidad a mí, me encontraba agotada. Que les dieran a todos.

—¿No piensas hablarme? —Gira la cabeza tras poner el freno de mano en el semáforo—, Manuela te estoy hablando y estoy esperando un mínimo de educación por tu parte. ¿Tan mal te han educado? —No obtiene respuesta, yo realmente estoy aguantando mis ganas de callarle la boca. Podía ser mi padre y haber puesto su semillita ahí para que naciera, pero no iba a soportar una palabra más contra mi madre, aunque fuera indirectamente y mucho menos en cuanto a mi educación se refería—. Si llego a saber que Carmen no sabría educarte yo…

—¡No se te ocurra hablar mal de mi madre! —Le interrumpo y él sonríe, Jhon Schrödez era insolente, usaba sus estrategias para conseguir su propósito—, ¡si tú querías educar a tu hija haberla querido y no sólo aportado dinero! Eres insensible, cruel, malo y como vuelvas a decir una palabra en su contra yo… yo… yo…

—¿Tú? —Veo como enarca una ceja desde el retrovisor antes de volver a incorporarse al tráfico. Estoy a punto de abrir la puerta del coche y saltar a la carretera para no tener que escucharle más, lo juro—. ¿Qué vas a hacer tú si sólo tienes 16 años?

—Desde luego que desde que sabes mi edad no paras de repetirla. ¿Tienes miedo de confundirte de hijo y pensar que tengo 19?

—Tú, tu necesidad de ser la que tenga la última palabra y tu insolencia tan… tan… tan…

—¡¿Tan cómo mi madre, tan española, tan qué?!

—Tan Schrödez. —Sonríe con enfado.

Desde luego no es algo que me esperara que dijera, mucho menos que pudiera admitir y por supuesto no es algo que a él le agrade.

Él quiere ser el último en hablar, pero no estoy dispuesta a que eso ocurra, sin embargo, Jhon me ha dejado demasiado descolocada.

Es evidente que tiene práctica en ganar una discusión, ya sea por ser como él dice un Schrödez o por su trabajo de abogado.




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