Billete de ida (narciso)

Capítulo 24: El juego de la ruleta.

Capítulo 24: El juego de la ruleta.

20 de diciembre, 2019.

El coche se detiene en uno de los aparcamientos de Penny Market y Thomas y yo salimos a la misma vez.

Había venido a buscarme después de clases y yo había entrado corriendo a la parte trasera del coche de su madre (y que él conducía habitualmente).

Odié cada segundo de la clase de Heike König, Narciso había hecho como si la conversación de ayer no hubiera existido. Y eso había dolido.

Había actuado con total normalidad.

Si alguna vez había llegado a creer que el tópico de la frialdad de los alemanes era falso, pedía perdón: hacer como si nada después de hablar todo lo que habíamos hablado, era lo más gélido que había vivido nunca.

Thomas y yo decidimos dividirnos la lista de la compra para ir más rápido; queríamos llegar pronto a casa para comer.

Cada uno vamos por nuestro lado y cuando termino lo encuentro en la zona donde están los condones. Mi carrito de la compra tiene todo lo que me había tocado agarrar.

—¿Qué haces?

Se sobresalta al escucharme.

—¿Sabor fresa o normales? —pregunta con un paquete en cada mano.

—¿Qué?

—Sí, creo que fresa está bien —Deja la cajetilla donde están los preservativos normales en su sitio y pone en su cesta de la compra los otros—. Erlin quiere bajar, pero tiene miedo de no gustarle el sabor —Se encoge de hombros—, así que no me importa que lo haga con un condón de por medio si así se va a sentir más cómoda. Y si no le apetece chupármela, pues los usaremos para otras cosas o para lo que ella quiera.

Adorable. Thomas se volvía adorable cuando se trataba de Erlin incluso en el sexo.

—¡Thomas! —alzo la voz.

Qué manía tenían estos dos de contarme todos sus detalles sexuales. ¡Qué manía!

Se ríe, es raro verle de buen humor o al menos estando yo presente. No me interesa la vida sexual de Erlin Baltßun, pero desde luego que lo que le está haciendo a Thomas, resulta efectivo.

Paga con una tarjeta de crédito y mete a prisa la compra en el carrito.

Una manía alemana que odiaba a toda costa: iban tan deprisa en la vida, que, si en 2 minutos no habías guardado todo y pagado, ya estaban mirándote e incluso los más indiscretos soltándote alguna palabra de no muy buena educación.

Valoraban tanto el tiempo y lo que la pérdida de este suponía que se olvidaban de vivirlo.

Revisa que le hayan cobrado bien y me ayuda a guardar en las bolsas reutilizables la compra.

—¿Por qué tanta comida?

—¡Pronto es Navidad! —Lleva el carrito hacia el coche y le sigo—. ¡Martina, Bel y Till lo pasarán con nosotros!

Nuestros primos pequeños que yo no conocía.

De repente me siento algo cohibida. Con los adultos era una cosa, con los críos había otra situación bien distinta: yo era nueva para ellos en la familia.

¿Y si no les gustaba?, ¿y sí no me veían digna de ser su familia?

Mi madre sólo tenía una hermana: Isabel y ella, no había sido madre.

Crecí sin saber lo que eran los primos, puesto que fui hija única y sin primos y ahora me encuentro con que tengo una primita pequeña adoptada, 3 algo más mayores de madre argentina, un hermanastro asiático y un hermano o hermana pequeña por parte de padre en camino.

Si eso es fácil de asimilar, que baje Dios o quien quiera que esté y lo vea.

Deposita la compra en el maletero, ensimismado en la ilusión que le hace ver a parte de nuestra-supuesta-familia-de-la-que-llevo-algunos-meses-siendo-consciente-de-que-existen-pero-que-estoy-empezando-a-asimilar-ahora.

Se aleja silbando para dejar el carrito en su sitio.

Me apoyo en el coche y respiro hondo. Reviso mi móvil y contesto a un mensaje de mi tía y a otro de mi amiga Gemma.

¡Qué ganas tengo de verla! A ella y a todo el grupo de amigos, claro está.

—Sube al coche —Guardo el móvil en mi bolso ante la exigente voz de Thomas—. Al copiloto.

No sé qué ocurre, no es que esté en un mood de no-soy-taxista o quiera molestar. Juraría que hay angustia en su voz.

—¿Qué? —Me cruzo de brazos ante su cambio de actitud.

Necesito saber qué pasa.

—No es el momento —Sus movimientos son torpes, aun así, consigue que me aparte del vehículo cuando me abre la puerta de copiloto—. Confía en mí.

No es educado, tampoco es una orden. Es algo extraño. ¿Qué mosca le ha picado?

—Yo…, yo… —Sacudo la cabeza—. ¿Por qué debería hacer eso?

—Porque nunca te he pedido que lo hagas —Mira hacia los lados con notable nerviosismo y acabo obedeciendo—. ¿Sigues temiendo a la velocidad? —No me da tiempo a abrocharme el cinturón, Thomas ya ha salido disparado del aparcamiento.




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