Billete de ida (narciso)

Capítulo 28: Regalo de cumpleaños

Capítulo 28: Regalo de cumpleaños.

La manía que tenían los alemanes en dar su nombre y apellido me parecía realmente curioso. Ellos estaban obsesionados con mantener cierta privacidad y, en cambio, siempre se presentaban dando su nombre completo.

Le devuelvo el gesto.

Enia realmente no me había hecho nada y odiaba que no me cayera mal.

—Nela —digo mi nombre, esperando en cierta manera que ella supiera quién era yo, pero a quién pretendía engañar—. Nela Schrödez García. —Acabo diciéndole hasta mis dos apellidos al sentirme presionada bajo su mirada.

—¡Por fin sé de ti de primera mano! —Creo que es ajena a todo lo que nos envuelve a Narciso, a ella y a mí. Eso, o es muy buena actriz—. Algo había oído hablar sobre quién eras, por no decir mucho. —Me saca la lengua y mira sin ningún disimulo a Friedrich.

Me siento algo cohibida. Algo violentada. No sé cómo abordar la situación.

Bebo del botellín de mi cerveza.

Nela, contrólate.

Ella es una mujer despampanante. Con presencia y sabe darse un lugar cuando está presente en él.

Tiene ojos verdes y una mirada encantadora, su cabello es rubio, pero no un rubio nórdico natural a juzgar por las raíces de su pelo, que eran algo más oscuras.

Es alta, bueno alta para mí. Para ser alemana diría que es de estatura media.

Y su forma de hablar es demasiado bonita como para no sentir envidia de su acento. Tenía demasiada obsesión por el hessisch.

—Tengo que hacerte una pregunta ahora que estamos en petit comité —No siente nervios a la hora de dirigirse hacia mí. Me ve como a una igual y no sé si eso me tranquiliza o me pone más nerviosa—. Qué sientes por Narciso.

Qué directa.

Enia no le llamaba por su nombre real, aceptaba el apodo que él había elegido.

Mientras que yo insistía en usar su nombre de nacimiento por un simple capricho y porque deseaba romper sus barreras y encima hipócritamente me resentía cuando alguien usaba mi nombre completo, ella sí respetaba su decisión.

Si él quería que le llamaran así, ella no tenía ningún inconveniente.

—Me gusta.

No era un secreto el hecho de que yo sentía algo por Friedrich Vögel, no se me daba bien disimular ni fingir, pero tampoco iba a decirle que estaba cada vez más pillada por él.

—Quiero que sepas que él tiene miedo.

No sé a qué vienen sus palabras. Pero soy demasiado curiosa para no querer esclarecer la duda que ha sembrado en mí.

—¿De qué?

—De ti —Da un trago a su bebida y yo la imito—. Tú haces algo en él que le hace tener más aspiraciones en la vida que la sed de venganza.

—¿Y tú qué le das?

Había bebido un par de tragos y yo no era precisamente conocida por tener tolerancia alta al alcohol. Mi mood de borracha estaba empezando a hacer su aparición.

No quiero sonar borde ni mucho menos celosa, pero tal vez mi elección de palabras es lo que significa.

—Seguridad —Me mira y juraría que sus ojos son sinceros—. Él ha estado solo durante mucho tiempo, soy su amiga y los amigos se apoyan en las buenas y las malas y, por desgracia, pocas veces he podido apoyarle en las buenas porque no lo ha tenido fácil en la vida.

Se queda mirándole. No como una mujer enamorada que anhela un romance con un chico con el que había entablado amistad. Sino deseando verle crecer como persona y como alguien que daría lo que fuera por ver a su amigo bien.

Ellos tenían una complicidad que solo las verdaderas amistades tienen y que muchas parejas olvidaban reforzar.

Suspira.

—Tengo que pedirte una cosa —Me pide que la acompañe a la cocina a por más bebida y la sigo—. Por favor, no le hagas daño.

—¿Qué?

Sé que soy brusca al hacer la pregunta o al menos sueno un poco maleducada, aunque ella no me lo dijera.

Pero es que, de todo lo que podía esperar, esa declaración es la última que se me hubiera ocurrido.

—Narciso es la persona más fuerte que vas a conocer en la vida, pero su corazón es frágil y está roto. No puede permitirse perder nada más.

Se muerde el labio inferior y suspira. Quiere hablar, quiere sincerarse sobre Friedrich Vögel.

No sé qué es lo que podía llegar a sentir Enia Näbauer por él, no la conocía tanto para intuir más que sus palabras son sinceras, pero sí puedo asegurar que quiere hacerle bien.

—¿Cómo es que os conocisteis?

—En el orfanato —Abre un botellín de cerveza con un mechero. Los alemanes eran demasiado mañosos para ciertas cosas—, al parecer mi madre tuvo un brote psicótico y le retiraron mi custodia cuando yo tenía 4 años —Abre otro botellín y me lo ofrece, animándome a brindar con ella—. Mi padre es militar y tampoco es que tuviera demasiado tiempo para ocuparse de mí.




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