Billete de ida (narciso)

Capítulo 33: Ver, oír y callar.

Capítulo 33: Ver, oír y callar.

—Lo primero que tienes que hacer es mantener la postura, los hombros rectos y una pierna hacia delante.

Izima me indica la posición antes de nada y agradezco que no me obligue a coger una pistola nada más estar en la zona de tiro.

—¿No puedes hacerme una demostración?

Mis manos sudan y no me siento tan segura de poder hacer esto. Es una locura que mi libertad dependa de saber manejar o no un arma.

¿En qué momento he acabado así?

Thomas estaba preparando diferentes tipos de pistolas en una mesa en medio del jardín, mientras que Hermann practicaba también a su manera.

De todos, Hermann era el menos hábil con un arma, pero el más inteligente a la hora de utilizarlas, él se sentía más cómodo empleando otro tipo de escudo, o eso creía.

Sabía sus carencias y las cubría con su astucia y visión a la hora de entrar en una guerra, al menos, eso es lo que me pareció en el tiroteo. Aunque no es que recordara grandes momentos y lo que más había ocupado mi mente de aquel día me mantenía con pesadillas por las noches.

Él mismo lo decía y lo llevaba con orgullo: era hijo de un alemán, pero también de una mujer de la resistencia kurda y, suponía que, el ser hijo de una inmigrante que había huido de un lugar para tener una vida mejor después de haber combatido y perdido, te daba una educación diferente.

Recordaba a su madre por la pedida de mano de Caroline y sabía que tenía un hermanito pequeño, pero nunca me había interesado por descubrir más de su vida.

—Hermann, ¿de qué trabajan tus padres? —Me acerco a él y observo cómo falla el primer tiro en la diana.

—Siempre se me ha dado mejor el tiro con arco —Se justifica—, pero todo es seguir practicando.

Enfoca su mirada y yo doy un par de pasos hacia atrás. No había vivido rodeada de armas y no tenía mucha experiencia en verlas en persona (a excepción del tiroteo en diciembre), pero había visto algunas películas y un poco de instinto me quedaba: alejarse del recorrido de la bala cuando iba a ser disparada era una opción a tener en cuenta.

—Mi padre es Waffenschmied.

—¿Y eso qué es?

Se gira y se queda mirándome, sin saber qué decir.

Lo piensa un par de veces, disparando y acertando a casi todas.

—Pues… —Coloca el seguro en la pistola y se muerde la mejilla interna—, el que se dedica a las armas. No sé cómo explicarlo…, las vende y también las monta, sobre todo las arregla. Tiene una tienda.

No solía tener problemas para entender el alemán puesto que lo hablaba y dominaba con soltura, pero había conceptos, expresiones y palabras que nunca había escuchado o no se me hacían comunes y necesitaba que me lo explicaran.

—¿Y tu madre?

—Es ama de casa y a veces le gusta tejer, ella no puede trabajar por culpa de la espalda —Se encoge de hombros—. Aunque cuando se encuentra mejor, nos lleva a mi hermano pequeño y a mí a practicar tiro con arco.

—¡Eh, Nela! —La voz de Izima nos interrumpe—, basta de cháchara, necesitas aprender cómo sujetar una pistola.

Trago hondo y con paso dubitativo me acerco a ella.

Su color de piel era oscuro, sus labios gruesos y su mirada era el propio de una gacela. Llevaba el cabello recogido en una trenza de varios cabos y el respeto que producía era el suficiente como para no querer desobedecer una orden suya.

Me fijo en sus ojos y me doy cuenta de que hoy los lleva amarillos. Ella adoraba las lentillas de colores o tal vez lo hacía para que nadie supiera a ciencia cierta cómo era su auténtica mirada.

Se dedicaba a proteger a las personas y tal vez, esa era su manera de defenderse a sí misma.

—Va, si papá lo ha pedido es porque te cree capaz.

Asiento sin mucho convencimiento y le muestro una sonrisa a Thomas. No es una sonrisa sincera, pero es lo más noble que me nace.

Sabía que el resto de los que habían venido eran guardaespaldas y que estaban vigilando la zona. Por otro lado, Friedrich y Enia llevaban demasiado tiempo a solas.

Y no es que no confiara en ellos, simplemente era insegura y tenía muchísimo miedo de haberme imaginado lo que había ocurrido entre nosotros dos.

No me sentía cómoda conmigo misma porque me aterraban las cicatrices que él parecía ni darse cuenta de que existían.

También me horrorizaba no saber controlar mi inseguridad y transformarlo en celos sin sentido. Yo no quería eso y sabía que no sería justo ni para mí, ni para él ni para un posible futuro en el que pudiéramos llamarnos «nosotros».

—Te explico —Carraspea Izima para captar mi atención—. No voy a hacer que dispares todas estas armas, pero sí quiero que sepas cómo sujetar cada una de ellas.

Levanta la tela que cubría una de las mesas y me atraganto con mi propia saliva cuando veo como mínimo seis o siete tipos de pistolas y lo que imagino que son bloques de proyectiles para cargarlas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.