Billete de ida (narciso)

Capítulo 42: Reuniones en el servicio.

Capítulo 42: Reuniones en el servicio.

Llegamos y bajamos del coche tal y cómo lo habíamos hecho el lunes, sólo que hoy era sábado, había nevado durante toda la madrugada, el parking estaba casi al completo y había demasiados periodistas intentando conseguir alguna exclusiva independientemente de quién fuera el entrevistado.

Un micrófono apunta directamente hacia Caroline Koch quien se agarra con fuerza al brazo de mi padre mientras mostraba cómo se debía manejar la situación muestra una sonrisa ensayada.

Ella sí llevaba una creación de su diseñador de moda —y creo que amigo— de confianza. Una pieza de la nueva colección de Rocco Pfeiffer en el que, sin duda, parecía una princesa de un cuento de hadas y una mujer atrevida al mismo tiempo.

Era increíble y envidiable lo bien que le sentaban los trajes elegantes, finos y exclusivos a Caroline.

Juraría que era un vestido de tul y que el escote del traje sin mangas era el llamado corazón. Además, se ajustaba como anillo al dedo a su cintura y dando una apariencia de una figura de reloj de arena perfectamente estilizada.

Era algo totalmente nuevo e innovador para la línea que el modista creaba, por alguna razón, me resultaba más rockero.

—¿Es verdad que cazó al prestigioso abogado para que su hijo extranjero tuviera los papeles? —Una periodista apunta con el micrófono a Caroline—. ¿Quién es el padre?

—Yo. —Se limita a responder Jhon sin mostrar ni simpatía ni hostilidad. Estaba empleando el tono más  neutro con el que una persona podía hablar.

Vaya pregunta más de mierda.

Thomas había nacido en Alemania y por tanto era alemán, pero es que incluso si sus rasgos eran asiáticos por la genética que había heredado de su padre biológico, su madre era del país teutón.

—No pongas los ojos en blanco —Me recomienda—, esta vez no tendrán compasión si consiguen sacarte la peor foto.

—Con permiso —Pide Jhon con una amabilidad fingida y asegurándose de que Hans y Dominik fueran detrás nuestra—, agradeceríamos que se limitaran a preguntar sobre el acto político que hoy nos ocupa y, por favor, ahórrense las preguntas que todos sabemos que están fuera de tono.

—Señor Schrödez, ¿cómo se siente al tener por fin una hija a su lado?, ¿considera a su futura esposa como una sustituta de su difunta madre?

Doy un traspiés y noto la presión en el pecho al escuchar la pregunta tan cruel. ¿Cómo se podía tener tanta maldad sólo para conseguir una estúpida respuesta en primicia?

¿Dónde había quedado la ética y la profesionalidad?

Thomas aprieta los puños y me ayuda a estabilizarme. Una corriente de angustia me había calado por completo y estaba luchando por no ponerme a llorar mientras batallaba con mis propios pulmones para seguir respirando.

Nadie iba a sustituir a mi madre y jamás vería a otra mujer como la figura materna que había supuesto la mía durante casi diecisiete años de mi vida.

Ni Caroline Koch buscaba ser su recambio ni yo quería que lo fuera.

—Os acompaño —Stuart toma la delantera y camina delante nuestra, tapando las cámaras de los fotógrafos y obligando a los periodistas que estaban invadiendo nuestro espacio personal a alejarse—. Seguidme.

Hace una seña con los dedos y me doy cuenta de que mi visión se hace más pequeña al verme rodeada de varios seguratas.

Había coincidido pocas veces con Stuart y juraría que no había hablado de tú a tú con él, pero sabía que era alemán aun cuando tenía un nombre inglés.

No me había atrevido a preguntar, sin embargo, su acento berlinés le delataba como alemán o a lo mejor es que se había mudado al país germano hacía demasiado tiempo como para estar camuflado como uno más.

Cuando conseguimos entrar, me doy cuenta de que Caroline me pide que me ponga detrás de ella para que Izima nos cachee.

Massimo se encargaba de registrar a los hombres.

Me estaba acostumbrando a ser inspeccionada en cualquier lugar y eso me hacía gracia y a la vez curioso. Cualquiera que contara todas las ocasiones en las que habían revisado si tenía el teléfono pinchado o algo escondido pensaría que la criminal era yo.

Bellissime —dice Massimo una vez que ha terminado con los chicos y opta por aprobar nuestra ropa—. Nela, sei così bella.

«Bellísimas / Nela, estás muy guapa».

—Los piropos te los guardas para tu mujer, Massimo —determina Jhon alzando una de sus rubias cejas—. Luego tengo que hablar una cosa contigo y con Izima, os necesito con todos los sentidos en alerta.

Mi dispiace —Entona con suavidad y con una sonrisa sincera—. Sin problema, jefe.

«Me disculpo».

No notaba ningún tipo de maldad en las palabras de Massimo Tagliaferri, pero no me gustaba que alguien a quien no le había dado ese permiso me piropeara.

O al menos me daba la sensación de que es lo que había hecho.




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