Billete de ida (narciso)

Capítulo 44: El discurso de Günther.

Capítulo 44: El discurso de Günther.

—No sé cómo me he dejado convencer para esto…

Notaba cómo el rubor empezaba a subir por mis mejillas, sintiéndome avergonzada por lo que íbamos a hacer.

Biinvinidi-i-li-dimicricii-mimimi.

Era un idiota encantador y ya no escondía ni quería esconder cuánto me gustaban esas ocurrencias suyas.

—¡Es la magia de la democracia! —Aplaude entusiasmada—. ¡Qué divertido!

Sigo a Erlin hacia la zona de cocinas.

Era increíble la capacidad que Schmetterling tenía para aparentar ser una persona totalmente diferente a la que realmente era.

Tenía una presencia envidiable y hacía sentir a cualquier persona, sin proponérselo, inferior cuando pasaba por delante o incluso cuando sonreía. Era ese tipo de mujer que llevaba el maquillaje siempre perfecto y que amaba ir con tacones a todos lados.

Además, llevaba unos aires de divismo que, aunque ocultaban su verdadera personalidad, te hacía plantearte si cruzar alguna palabra con ella.

Solía hablar con un tono casi altivo, pero sin llegar a parecer brusca; se mostraba como una femme fatale o más bien como una teen-fatale-porque-aún-era-demasiado-joven-para-llamarse-femme-fatale, pero, al fin y al cabo, no dejaba de ser un mecanismo de defensa en forma de máscara que desaparecía una vez entraba en tu vida.

Pecaba de diva y en realidad, era como el algodón de azúcar. Era única y desde luego que, a mí, me resultaba especial.

—¿Cómo pretendes entrar?

Se frena en seco y estoy a punto de chocar con su espalda. Señala con el dedo hacia arriba e inclina un poco la cabeza pensativa, sin mirarme a los ojos directamente.

Erlin Batlßun era realmente bonita.

—Pretendemos. —puntualiza.

Antes de que decidamos trazar un plan, un carraspeo de uno de los encargados de cocina llama nuestra atención, pidiéndonos que volvamos a nuestro sitio.

Bien, teníamos que abortar la misión y eso me tranquilizaba.

—Disculpe, es que un comensal de nuestra mesa tiene una alergia y… nos gustaría hablar con la camarera encargada de atendernos.

—Señoritas, tenemos todas las alergias y especificaciones de cada invitado, no se preocupen por eso.

—Reitero mi petición —Muestra una de sus sonrisas más letales, mostrando esa frialdad con la que se mostraba de cara al público y con la que te avisaba de que ni se te ocurriera decirle que no—, se han reorganizado algunas mesas.

—En ese caso podrían decirme cuáles para saber las especificaciones que han dejado cada uno de los comensales y colocarlas en su orden.

—Es que… —comienzo a hablar sin saber bien qué decir y acabo callándome cuando la pelirroja me guiña un ojo y toma las riendas de la situación.

¿Qué estaría tramando?

—Mire, le doy explicaciones si quiere, pero me temo que tendré que poner una queja si no se me permite hablar con la camarera. Mi abuela es una mujer con cierto orgullo y dudo que hable de sus problemas con ciertos… alimentos delante de todos los comensales.

¿Acababa de llamar ‘abuela’ a la madre de Hugo? Acababa de llamar abuela a la madre de Hugo.

El encargado mira hacia los lados y valora las opciones.

Ambos sabíamos que Erlin no iba a abandonar su misión y él estaría deseando librarse de nosotras y seguir con su tranquila velada.

—¿Con quién necesitáis hablar? Le doy cinco minutos libres, ni uno más.

—Muy amable, Señor… —Hace una especie de mueca al no saber cómo dirigirse—, mi abuela se lo agradecerá eternamente —responde colocándose bien el vestido y dulcificando su postura—. Es Daniella Jawer.

Asiente y abre las puertas lo mínimo para meter la cabeza y que nadie viera nada.

—¡Portuguesa te buscan!

¡A la mierda los modales!

Ambas nos encogemos de hombros y nos retiramos a un lado esperando a que Dani salga.

—¿Qué pasa? —pregunta llevando una bandeja vacía y dándose la vuelta para que nadie la vea incluso estando bastante alejada de la zona donde estaban todos los invitados—. ¿Qué hacéis aquí?

No había sido capaz de peinarse bien su recto flequillo y parecía algo bufado y eso que, había intentado horas atrás alisarlo todo lo posible.

—¿Desde cuándo llevas despeinado el flequillo?

Era algo que no había pasado desapercibido para Erlin y no me extrañaba.

Dani abre la boca, asombrada y haciéndose suposiciones antes de mirarme como si estuviera viendo a la mayor traidora del mundo.

Dudo que a Judas le hubieran mirado así alguna vez.

—¿Se lo has contado? —cuestiona recriminándome—. ¡Dijimos que ni una palabra, Nela! —Termina por sonreír y mira hacia arriba, martirizándose a sí misma.

—¡Yo no he dicho nada!




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