Billete de ida (narciso)

Capítulo final: Vuelve, por favor.

Capítulo final: Vuelve, por favor.

¿Alguna vez te has planteado que harías si te encontraras con la persona de la que te estás enamorando, apuntándote con un arma mientras protege con su cuerpo y con su vida a una de tus primas?

Yo tampoco.

Jamás me hubiera imaginado estar en semejante situación y menos cuando hacía menos de dos horas había recuperado la esperanza de volver a ver a Friedrich Vögel y que estuviera con vida.

Pero, claro, tampoco imaginé otros aspectos triviales que me habían ocurrido el último año.

Podía incluso hacer una lista: mi madre asesinada, amenazas, un loco haciéndome fotos, mi padre y yo reconciliándonos, tener un hermano —aunque no compartiéramos lazos sanguíneos—, perder al hermano que venía en camino, ver el cuerpo de uno de mis tíos sin vida, reencontrarme con una amiga del pasado y presenciar más muertes que gente con ganas de vivir.

Para lo que nadie te prepara, sin embargo, es para ver cómo la persona que te provocaba quebraderos de cabeza, la necesidad de parar el tiempo e incluso te daba fuerzas para vivir estuviera apuntándote con un arma.

Tal vez era un aviso caprichoso de la vida que me estaba diciendo: amiga, la próxima vez que decidas aventurarte a conocer a alguien, plantéale si en algún momento tiene pensado alzar la mano con una pistola cargada y si está decidido a meterte un tiro entre las cejas.

Si la respuesta es sí, deberías dar el comienzo de esa relación por terminada.

Si se queda en blanco, te recomiendo que huyas.

Y, quizás y solo quizás si niega, permítete conocerle.

Yo no había tomado esas precauciones y ahora me encontraba en esa situación.

—Friedrich… —No es capaz de mirarme a los ojos—, estamos aquí.

No sabía cómo había conseguido convencer a mi padre para que me dejara entrar sola, pero lo había hecho.

—¿Quiénes?

Estaba cubriendo el cuerpo de mi prima con el suyo propio y me asustaba que tuviera el brazo tan firme y no temblara ni un segundo al apuntarme.

—Jhon, Thomas, los padres de ella —digo señalando a Martina—, incluso algunos amigos tuyos…

Él no iba a escucharme.

—¿Te tienen? —Su pulso tiembla por primera vez—. Dime que no estás secuestrada, dime que no es una trampa, dime que no te están usando para encontrarme.

Doy un paso hacia delante confiada en que mi cercanía le tranquilizaría.

Error.

Quita el seguro del arma y se asegura de mantener con tenacidad el brazo en alto.

Si tenía que dispararme, él lo haría.

—Friedrich, nadie me tiene —Tenía que ser delicada, pero no sabía cómo enfrentarme a esta situación—. He venido para estar contigo, estamos bien.

Omito la parte en la que Izima se sacrificó por nosotros, lo traumático que fue ver a Günther tirado en el suelo y los ojos abiertos tras ser brutalmente asesinado, cómo uno de sus mejores amigos, Hermann Rabensteiner se salvó de milagro, que fue Thomas quién descubrió el sitio dónde se había escondido, que Hugo arriesgó su vida y lo consiguió para salvar a Daniella o que yo misma había llamado a Enia y la había traído por mucho dolor que sintiera el pensar que ella podría ser más útil que yo, por si él no veía la realidad gracias a mí y tenía que ser su mejor amiga quien lo hiciera entrar en razón.

—Demuéstralo —ruega—. Si Sanders te tiene dímelo, porque te voy a meter los tiros que hagan falta con tal de evitar que vivas esa tortura y luego me encargaré de matarlo a él aunque sea lo último que haga.

Estaba suplicando.

Y por muy extraño que pudiera sonar, mi respiración se estabiliza y sonrío.

Friedrich Vögel no quería asesinarme.

Quería asegurarse de que yo no estaba en peligro, que Callum Sanders no me había raptado y, sobre todo, no iba a permitir que nadie me tocara sin mi permiso.

Era su manera de protegerme, ciertamente algo enfermiza, pero era su manera y yo había caído hasta el punto de verlo incluso como un gesto de amor cuando, en realidad, debería salir corriendo.

—¿Confías en mí?

—Lo suficiente como para darte el poder de traicionarme.

—Tú y yo tenemos un pacto.

—Y eso hago, cumplirlo… —Estaba trastocado y no era capaz de seguir un razonamiento lógico—. Te estoy cuidando, si ellos te tienen… —Sacude la cabeza al imaginarlo—, mi forma de cuidarte es esa.

—Deja que sea yo la que te cuide ahora y no me abandones, por favor.

—¿Por qué debería creerte?

—Porque sabes que no te traicionaría…, sabes que te pediría ayuda…, lo sabes, joder, Friedrich…

Preciosa…, quiero creerte.

Sus claros ojos estaban oscuros, sin vida, sin ilusión. Nunca los había visto tan apagados como ahora mismo.

—Pues baja el arma, dame la mano y cree en mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.