Mamá fue la más afectada.
Perder un hijo no debia ser fácil.
Siempre lloraba culpándose una y otra vez.
No podía moverse de la cama.
Apenas comía.
Ya casi no reía.
Y no dormía.
Los primeros tres meses fueron duros para ella.
En ese lapso de tiempo mamá no fue capaz de ir a mi tumba.
Yo siempre la esperaba, pero nunca llegaba.
Quería ver a mi mami, pero mi madre no podía levantarse de la cama.
Adair había traído un psicólogo a casa muy preocupada por el estado de mamá
Mamá en las primeras citas no hablaba, pero después fue soltándose.
Mamá a los seis meses ya estaba preparada para visitarme.
Ese día me había peinado y preparado para verla, aunque ella no me iba a ver quería estar presentable por ella.
Mamá me habló de muchas cosas. Y yo la escuche atentamente.
Solo quería decirle una cosa, no era su culpa, jamás fue su culpa.
Mamá no sabía cómo era papá, ella se enamoró de un hombre falso.
Pero jamás fue su culpa, y me alegraba saber que ella lo había entendido después de muchas sesiones.
Al año estaba mejor y me iba a visitar, ponía flores y me hablaba de cómo tuvo la valentía de divorciarse y denunciar a papá.
“Gracias, mamá, por cuidarme cuando estaba enfermo, gracias por ayudarme con mis tareas a último minuto y por hacerme mi comida favorita cuando me sentía mal. Ahora es mi turno de cuidarte.”