XXVII

AARON.

Verla ahí acostada, totalmente inconsciente en una cama de hospital me hace sentir impotencia, no pude evitar que le hicieran todo esto. Todo su rostro está pálido a excepción de sus moretones. En cuanto logre sacarla de ahí se desmayó.

—Te prometo que nadie te volverá a lastimar, Alinet perdoname—Abren la puerta y pasa la señora Rosa.

—Ten, te traje un café ya casi amanece, no quieres irte a descansar, yo me quedo con ella—Niego rápidamente.

—No, ya he hecho suficiente dejando que ése maldito le haga esto—señaló sus heridas—No voy a dejarla sola.

—Tú no tuviste la culpa de nada.

—No la ayude.

—No lo sabias, ella no te dijo nada.

—Pero, sabía que algo estaba mal, yo lo sabía y no hice nada, ahora verla así y saber que no puedo hacer nada, me mata. Ese hijo de puta la marcó.

—Lo único que puedes hacer ahora es cuidarla, esperar a que se recupere. Me alegro mucho de que te tenga, ella siempre a estado sola, el señor Franco nunca nos dejaba acercarnos a ella, estaba prohibido hablarle.

—Solo de escuchar su nombre me dan ganas de ir y matarlo.

—¿Cómo la conociste?.

—En una cafetería—sonrío solo de recordarlo—Por semanas la estuve observando, sus intentos de tomar una taza de café, primero tomaba la taza y la llevaba a su nariz para olerla, le emcantaba el olor de desprendía, pero cuando la probaba solo hacía caras extrañas, hasta que un día decido pedir un batido de fresa sin mucha azúcar, se lo repetía como mil veces a la mesera—la señora se río, yo sonreí—la seguí observando hasta que un día, cuando tuve una oportunidad le hablé.

—Con que tenemos un pequeño acosador por aquí—le da un sorbo a su café—Aunque no lo creas los últimos días antes de que pasara todo esto, se le veía muy feliz, digo ella siempre a sido muy alegre, por más que su vida no sea la mejor siempre te da una sonrisa.

—Es lo que me gustó de ella, su sonrisa me alegraba el día.