[bl] Una vez en la vida.

Prólogo

Se detuvo junto a la vieja silla mecedora en la que su abuela solía matar las tardes mirando hacia el cielo desde el amplio ventanal que por las mañanas llenaba de luz su habitación; llevaba consigo aquel caliente brebaje aromático que todas las tardes su madre preparaba para ella.

En cuanto la mujer notó su presencia, rompió el silencio.

—Todavía puedo recordarlo como si hubiera sido ayer —relató la mujer en un tono tan nostálgico que le estremeció el corazón al punto hacer que le doliera—. Hay cosas en la vida que jamás se olvidan…

Ethan colocó la pequeña taza de porcelana con el té de jazmín, sobre la mesilla de noche; y sin necesidad que hubiera palabras, Catherine le agradeció con solo una mirada llena de amor.

—Abuela, creo que deberías intentar dormir un poco, mamá dice que…

Cat comenzó a menear la mano lentamente para interrumpirlo. Lo último que deseaba era que interrumpieran su momento de recordarlo a él, su compañero y el amor de su vida.

Ethan guardó silencio y suspiró desganado; después de que su última pareja le rompiera el corazón el verano dos años atrás, había cerrado la puerta de su corazón con tres cerrojos y había echado las llaves al mar, y lo que menos quería oír en ese momento era todas las memorias de su abuela sobre ese verano que cambiaría su vida entera, cuando cumplió los diecisiete años y conoció a su abuelo.

—A veces perdonarse y dejar ir el dolor es el punto de partida, Ethan —susurró la mujer esbozando una sonrisa dulce pero melancólica que le hizo sacudirse por dentro.

—Abuela, por favor ahora no, de verdad todavía no… —suplicó viendo venir una larga charla—. Prefiero matar el tiempo jugando ese videojuego que compré hace un par de meses y todavía no termino…

—Entiendo mi niño, sólo recuerda que el tiempo no perdona a nadie, y que los diecisiete años jamás vuelven aunque los añores mucho.

La mujer tomó entre sus manos la pequeña taza con té y la apuró a sus labios para degustar su té favorito, volviendo la mirada hacia el paisaje veraniego de mediodía que rodeaba la propiedad.

 Salió de la habitación de su abuela y cerró la puerta detrás de sí, iría a dejar la bandeja vacía a la cocina, donde su madre todavía charlaba por teléfono con alguna amiga suya con la que parecía estar “poniéndose al día”, como si la última vez que lo hubieran hecho tuviera ya más de tres años, y no dos días.

Así como dejó la bandeja sobre la encimera, su madre le indicó con señas que se sentase a su lado; entornó los ojos con fastidio y la obedeció de mala gana.

Aparte del intenso calor que hacía en la ciudad por ser verano, la nostalgia de su abuela y los favores que su madre le pedía constantemente porque “no estaba ocupado”, le tenían de un mal humor que era capaz de incomodar a su padre.

—Tu padre dejó las compras en la entrada, guárdalas por mí, ¿quieres? —le había pedido su madre sin dejar de sostener su móvil contra la oreja.

Se levantó sin ganas y fue a la entrada, su madre no había interrumpido su conversación por más de 5 segundos. Levantó las bolsas de papel llenas de víveres, que su padre había dejado botadas en el vestíbulo de entrada a la casa de veraneo de su familia en Boca Ratón, Florida.

Estaban pesadas, al menos agradeció que fueran sólo un par de ellas, y bien que podía llevárselas en un solo viaje. Fue separando las cosas entre enlatados, frascos y cosas para refrigerar para después acomodarlas donde les tocaba. Su madre solo le veía ir y venir sin dejar de platicar con entusiasmo sobre algún evento por el que no daba un centavo.

Una vez que terminó de guardar las cosas, se aseguró de escabullirse sin que ella le pillara, para evitar algún otro “favor” que ya no tenía ganas de hacer. Subió las escaleras a toda prisa y se encerró en su habitación, iba a dormir una larga siesta e ignoraría al mundo entero si era necesario. Encendió el ventilador y se dejó caer en la cama con pesadez.

Nunca había sido muy amante del verano, ni del calor, y había dejado de serlo de las vacaciones familiares en Boca Ratón; y no era porque le molestara convivir con su abuela materna, o porque su padre se había hecho de amigos en la zona y todos los días se iba a pescar o beber café por horas después de hacer los mandados; ni tampoco era porque se llevara mal con su madre quien, con ayuda de su tía Rose, planeaba todo desde seis meses atrás, y se entusiasmaba como si fuera una adolescente.

Las vacaciones de verano se habían convertido en el pretexto perfecto para reunirse como familia y dejar atrás la rutina citadina aunque fuera por tres semanas.

Su tío Arthur, hermano menor de su madre, solía ir cada año con la tía Rose y sus tres primos: Martin, 5 años mayor que él; Rosie, dos años menor que él, y Emma, 3 años menor que Rosie. Y tal vez si no se hubiera enamorado de Robert Stewart, el mejor amigo de su primo, hacía dos veranos ahí mismo, quizás compartiría ese ánimo veraniego de vacacionista que invadía a su madre cada año.

En realidad sabía bien que lo que pasaba con él era que estaba aterrado de que aquella infructífera y dolorosa historia de amor fuera conocida por Martin y eso pudiera complicar la relación entre ellos como primos, o que incluso echara a perder la buena dinámica que tenían todos como familia, y fuera un punto de quiebre que arruinara los planes de verse en la casa de Boca.

Aquella casa de veraneo a la que solían ir cada año como tradición familiar, la había construido su abuelo poco después de que su madre nació en  el invierno de 1974; y desde que la obra de construcción fue terminada año y medio después, la familia de su madre iba a pasar el verano entero ahí; así que, cuando su madre decidió casarse con su padre que era originario de Miami, era obvio que la tradición iba a mantenerse.

Sus padres se conocieron durante el verano de 1991 ya que por casualidad coincidieron en Mizner Park, se gustaron de inmediato y charlaron por horas hasta que él se ofreció a llevarla de regreso a la casa de vacaciones de sus padres, y después de eso se vieron algunas veces más antes de despedirse por el fin del verano y el regreso a las vidas rutinarias; por supuesto quedaron de verse en ese mismo lugar cada 3 de agosto para conmemorar el que se habían conocido ahí. En ese entonces su madre tenía 17 años y su padre 19; llenos de sueños y planes para el futuro, justo como él debería estar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.