[bl] Una vez en la vida.

V.

V.

El amigo de Rosie.

Pasadas las 10:30 de la noche se escuchó el timbre de la casa, a pesar de las carcajadas y la música de fondo en un volumen bastante alto, Rosie saltó de emoción al saber que Joaquín había llegado.

Arthur caminó hasta la puerta de entrada y le recibió con amabilidad y una familiaridad que pocas veces había visto en su tío, cuando se trataba de nuevos amigos de sus hijos. Le dio la bienvenida en la entrada y le encaminó hasta el comedor, donde todos se encontraban jugando “caras y gestos” para matar el rato previo a la cena.

Rosie se apresuró a presentarlo con todos, mientras su amigo se limitaba a responder educadamente y en un bastante pulido inglés; su sonrisa, si bien parecía sincera, tenía un dejo de timidez que le resultó llamativo. Para ser un universitario de 20 años de edad, el brillo en su mirada era la de un niño que va descubriendo cosas que le parecen maravillosas. De alguna manera la llegada de Joaquín Villalobos no había alterado demasiado la interacción de su familia, era más bien como si aquel amigo de Rosie se hubiera integrado mejor que el mismo Robert que tenía más de 10 años conviviendo con ellos, y pasado al menos dos vacaciones de verano ahí.

—Él es mi primo Ethan, con él vas a compartir la habitación, como mi hermano no vino, solo van a ser ustedes dos —explicó Rosie en un tono más amable en el que jamás la había escuchado usar con alguien más.

—Un gusto —le escuchó decir a Joaquín con una sonrisa confiada y una expresión bastante relajada mientras le estrechaba la mano con firmeza—. Espero que nos llevemos bien.

—Bienvenido —se limitó a responder en el tono más amable que pudo usar—. Si quieres llevo tus cosas allá arriba.

Joaquín le agradeció el gesto, y en voz baja le solicitó que lo guiara a la habitación, para no interrumpir la dinámica familiar que seguía su curso con el juego de los gestos. Definitivamente su familia le había recibido como a uno más del clan, tanto así que les había dado igual si Joaquín se perdía en la casa y no participaba del juego.

—Mi familia suele ser así… —se disculpó apenado.

—Es genial —le oyó exclamar al mirar a través de la ventana—. La brisa aquí es bastante fresca.

—A esta hora, en realidad por la mañana este cuarto es muy caliente —advirtió sentándose sobre su cama—. ¿Tienes muchos años viviendo en Tallahassee?

—Dos años, desde los 18 —le contó, mientras subía su maleta a la cama que ocuparía, para sacar algunas prendas para acomodarlas en la parte de armario que le correspondía usar durante la siguiente semana y media—. Pero la verdad extraño mi casa…

—¿Hay playa allá en dónde vives?

—No. Bueno, está a unos 8 kilómetros, más o menos —le explicó—. Pero siempre he querido vivir más cerca de la playa.

—¿Vives en el Puerto de Veracruz? —preguntó con curiosidad, al mirar que del cierre de la maleta de Joaquín pendía un llavero en forma de ancla con el nombre de la ciudad de “Veracruz”.

—No exactamente, en Cardel —dijo volviéndose para mirarlo—, ¿por qué?

Señaló el llavero enseguida, Joaquín miró el llavero y sonrió.

—¿Te lo regalaron?

—No, yo lo compré antes de venirme a estudiar —le contó, la expresión del muchacho pasó de una entusiasta a una nostálgica en cuestión de segundos—. Mi papá no quería que viniera a estudiar, pero como tuvimos una discusión fuerte y me echó de casa, decidí venirme pero como no pretendía quedarme más allá de mis estudios, compré el llavero para acordarme de mi tierra…

—¿Estás distanciado de tu familia? —preguntó antes de siquiera pensárselo.

Joaquín lo miró extrañado, y se dio cuenta que había puesto una cara rara por la forma en que aquel muchacho le miraba.

—No de todos —le dijo sentándose sobre la cama, mirándolo de manera directa—. Hablo regularmente con mi madre por teléfono, mi papá no quiere hablar conmigo, pero sé que está pendiente de mí porque le da el dinero a mi mamá para que me lo mande, aunque es tan orgulloso que no quiere que yo lo sepa.

—¿Por qué?

—No sabría bien cómo explicártelo —dijo rascándose la barbilla con insistencia—. Mi papá siempre ha sido de los que, cuando dicen no a algo no admite cambiar de opinión de forma abierta.

—¿Te falta mucho para terminar la universidad?

—Dos años, voy a comenzar el tercer año, y espero terminar el próximo —le contó entre carcajadas—. La verdad al principio fue muy difícil, como no estaba acostumbrado a la comida, y me parecía insípida, prefería comer cosas empaquetadas, así que tenía sueño todo el tiempo.

—¿Ya no lo haces? —preguntó entretenido.

—A veces, pero Tanner insiste en que coma con él en la cafetería de la universidad, como trabajamos a medio tiempo en la misma tienda de conveniencia nos hicimos buenos amigos.

—Es la persona que te trajo, ¿verdad?

—Sí, como Rosie me invitó a pasar parte del verano con su familia, y él se iba a Miami con la suya…

—¿Te sientes solo?

—A veces —dijo mirándose las manos con cierto nerviosismo—. Crecí acostumbrado a verlos diario y comíamos juntos al menos dos veces al día, así que me cuesta trabajo comer solo, o no tener con quien hablar.

Joaquín era sorprendentemente expresivo cuando se sentía en confianza. El constante cambio del brillo en su mirada, o aquellas sonrisas y muecas que hacía conforme le iba contado algo, le ayudaba a quedar más y más envuelto en la conversación de aquel amigo que Rosie había invitado.

Había perdido por completo la noción del tiempo gracias a la amena conversación de Joaquín, no pudo evitar sobresaltarse cuando se dio cuenta de que había pasado bastante tiempo de que habían subido a dejar la maleta del muchacho a la habitación; fue consciente de ello cuando regresaron a la sala y todos ya habían terminado de cenar y seguían la charla en la sala de estar. La mirada de Rosie al verlos bajar le erizó la piel y le hizo sentir incómodo.




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