[bl] Una vez en la vida.

XXII.

XXII.

¡Felices 18!

Sus padres habían organizado una pequeña reunión vespertina en su honor, habían invitado a Ellie, a John y a Greg, quienes eran sus apreciados amigos de la preparatoria, su hermana había invitado a Mandy y Tiffany, sus mejores amigas desde la primaria; también Joaquín estaba ahí, había logrado llegar antes del mediodía para poder acompañarlo durante su celebración familiar de cumpleaños. Su abuela y su madre habían preparado un pastel de vainilla tal y como a él le gustaba, al final su padre había decidido comprar pizzas para la comida por ser “más práctico” para los jóvenes.

Habían hecho un pequeño torneo de videojuegos, y habían charlado como si sus queridos amigos conocieran a Joaquín de toda la vida; y para las ocho y media de la noche ya estaba en la camioneta de su padre en camino al lugar donde Joaquín había planeado celebrarlo ellos dos solos.

—Ayer por fin terminé de leer el diario de mi abuela, se me había olvidado dónde lo dejé — contó visiblemente apenado.

—¿Tu abuela sabe que ya lo terminaste? —le preguntó con evidente interés.

—No, todavía no le digo que ya acabé… —respondió como si hubiera querido decir más pero decidido no hacerlo de pronto.

—¿Estás bien?

—Sí, lo estoy —respondió volviéndose a mirarlo a los ojos—, solo que la última entrada del diario la escribió mi abuela al día siguiente que mi abuelo murió, y también había escondida una carta de mi abuelo para ella por si eso pasaba…

—Cielos… —susurró viendo venir una historia triste.

—La verdad es que mis abuelos tuvieron una historia bonita, estoy seguro que entre lo que no sabemos hay un montón de cosas difíciles que les tocó atravesar, pero lo hicieron juntos —dijo dándose cuenta de que Joaquín ya había aparcado afuera de un pequeño restaurante de comida mexicana en las afueras de Orlando—. ¿En dónde estamos?

—Este restaurante es de Astrid Torres, una chef mexicana que vino a vivir a Florida hace cinco años más o menos, es nieta de la hermana mayor de tu abuelo, Carolina Torres, hija de su hija Raquel. Además, por lo que sé, tienes otro primo viviendo en la costa oeste, llamado Samuel, también nieto de ella.

—¿Cómo averiguaste todo eso?, ¿cómo supiste de este lugar? —preguntó sorprendido.

—Tu abuela le pidió a tu tío Juan que localizaran a mi familia por si querían enviarme algo en Navidad, así mis hermanos conocieron a Juan Carlos, hijo menor de tu tío, y resulta que han estado en contacto estos meses —explicó divertido—. En fin, resulta que tu tía Carolina murió cuatro años después que tu abuelo; y por lo que me contaron, su relación era buena pero no tan cercana como con Rosario o Juan, la señora Carolina no vivió en Veracruz, ella se mudó a la Ciudad de México al casarse, poco antes que tu abuelo se fuera a Orlando, e hizo su vida allá; Astrid en realidad sabe muy poco sobre tu abuelo, hace poco la contactó Juan Carlos, y mi hermano me pasó el dato, así que reservé esta noche y ella sabe que eres nieto del hermano de su abuela.

—¿Ella estuvo bien con esto? —preguntó nervioso.

—Cuando la llamé y reservé supo de inmediato que tenía que ver con la llamada de su tío Juan Carlos; porque su mamá siempre estuvo en contacto con ellos y le contó parte de la historia de sus tíos abuelos, al menos la que su mamá conocía —le explicó con amplia sonrisa—. Así que, cuando realicé la reserva me dijo que estaba ansiosa por conocerte esta noche y que te tendría una sorpresa por tu cumpleaños.

Sonrió y asintió todavía sintiéndose nervioso, pero Joaquín estaba ahí con él, había viajado más de cuatro horas en autobús en la mañana para llegar a tiempo y celebrarlo. Había planeado algo que podía conectarlo con parte de su familia que no conocía, y que quizás también haría feliz a su abuela.

—Vamos —dijo con aplomo.

Entraron al restaurante tomados de la mano, a esa hora había unas cuantas mesas ocupadas y la anfitriona les recibió con amabilidad, Joaquín dio su nombre y la chica enseguida asintió y les guio hasta el extremo del lugar donde había una mesa puesta, en el centro de mesa había un arreglo florar con un mensaje de felicitación: “¡Feliz cumpleaños 18 primo Ethan!”, sonrió al leerlo y se sentó a la mesa.

El primer tiempo fue una pasta de color verde con granos de elote que le supo deliciosa, el segundo platillo fueron las “enchiladas de 3 moles” y al final un pequeño pastel de tres leches que la misma Astrid llevó hasta la mesa cantándole “Las Mañanitas” junto con Joaquín haciéndolo sonreír de oreja a oreja.

 —¡Muchas felicidades primo! —la escuchó decir colocando el pastel frente a él.

—Gracias —respondió conmovido—. Es un gusto conocerte.

La mujer sonrió, era una chica de aproximadamente veintitantos años con ojos y cabello color marrón, su cabello estaba corto y tenía unas cuantas luces más rubias; la sonrisa de Astrid era amplia y cálida, y su voz era un poco ronca, suave y amable.

Tuvieron la oportunidad de conversar mientras se comieron el pastel que la misma chef había preparado para su primo, y ahí descubrió que todo el menú que había podido degustar esa noche había sido algo exclusivamente para él, ya que el menú que solía ofrecer en su restaurante era distinto, pero quería que Ethan pudiera probar los sabores que ella más extrañaba de México.

Intercambiaron su información de contacto, y Astrid quedó de ir a visitarlo a casa de su abuela para conocerla, y quizás enlazar una llamada de video con su madre para que pudieran conocerse también; ya que, después de la muerte de su abuela, su mamá se había encargado de retomar la comunicación con la familia que Carolina había dejado en Veracruz y con la que había perdido contacto con el pasar de los años.

 La vio llorar conmovida de escuchar la historia de amor de sus abuelos, y antes de despedirse quedaron de verse para su graduación de preparatoria porque quería ponerse de acuerdo con su familia para hacer una celebración y ella pondría la comida en su honor.




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